jueves, 1 de julio de 2010

Brevísima historia de la prostitución en Colombia

Como antecedentes a la situación típica de prostitución de inmigrantes campesinas que se daría en las grandes urbes colombianas a mediados del siglo XX, vale la pena señalar un brote de prostitución, fundamentalmente extranjera, que se observa a principios del siglo en torno a los pozos petroleros de Barrancabermeja, y que encaja bien en el escenario de prostitución de frontera. “Cientos de mujeres vivían en Barrancabermeja vendiendo sus cuerpos a las hordas de hombres que, encantados por la fiebre del petróleo y los ferrocarriles, llegaba allí a trabajar … Esta legión de extranjeras (provenía) de Francia, Inglaterra, Alemania, Polonia, Rumania, Suiza, España, Brasil o Martinica …La abundancia de dinero, de población y de actividad económica en la zona petrolera era, sin duda, un imán para las mujeres europeas.” (Hoyos 2002 p. 167 y 175).

Muchas de esta mujeres tenían una gran movilidad geográfica, venían de otros países de América Latina –Cuba, México, Argentina o Venezuela- e iniciaban una “ruta itinerante de trabajo” al interior de Colombia. Un aspecto digno de mención es el de la avanzada edad de muchas de estas mujeres. Algunas francesas, por ejemplo, rondaban los cuarenta años.

Durante la primera mitad del siglo se dio en Bogotá un acelerado proceso de urbanización, que atrajo un buen número de inmigrantes campesinos, de las regiones aledañas, entre los cuales había un importante contingente de jóvenes solteras. El mercado laboral era bastante cerrado para las mujeres, cuyas posibilidades se centraban en el trabajo doméstico. Por otra parte, las altas tasas de hijos ilegítimos, así como las discriminaciones que, por ese mismo hecho, sufrían –imposibilidad del registro de nacimiento o falta de acceso a la educación pública- hacían aún más vulnerable la situación de estas mujeres. Un embarazo implicaba necesariamente quedar a merced de cualquier protector. El período de La Violencia política a mediados del siglo incrementó el flujo de mujeres que, desplazadas por la aguda situación en ciertas regiones, llegaban a la capital. En general, las prostitutas de ese período “eran mujeres solteras, con escasa educación o ningún grado de instrucción básica, que habían sido engañadas, seducidas y abandonadas por un hombre” (Urrego 2002 p. 203).

Medellín, un importante centro de desarrollo industrial, también atrajo un considerable flujo migratorio con excedente de mujeres jóvenes solteras. La lógica de la prostitución fue algo diferente: aunque las inmigrantes encontraban empleo en la manufactura, con frecuencia eran víctimas del acoso sexual por parte de sus empleadores y capataces. La primera huelga dirigida y protagonizada por mujeres, en los años veinte, “tenía como una de sus principales reivindicaciones poner fin a los irrespetos y abusos sexuales de los capataces”. (Reyes 2002 p. 223).

Eran comunes, a las salidas de las fábricas, las propuestas indecentes por parte de cachacos –señores de la élite- y estudiantes para que las obreras mejoraran sus ingresos. También se dio la situación de muchachas de servicio doméstico abusadas por sus patrones o los adolescentes de la casa acostumbrados “desde su más tierna infancia al rezago del delantal” (Reyes 2002 p. 226).

En cualquiera de estos casos, un embarazo constituía el empuje definitivo hacia la prostitución. En una sociedad machista y “tolerante con los pecados masculinos pero implacable con las debilidades femeninas … La condición de madre soltera era una situación inaceptable. Rechazadas por la familia, expulsadas del trabajo por los patrones, debían entregar a sus hijos a instituciones de caridad, y después de su caída el camino que les quedaba era coger la vida, es decir, dedicarse a la prostitución” (Ibid p. 227).

Para la misma época hay registros de prostitución infantil -niñas alquiladas por vecinas o sus propias madres- y, en el otro extremo, de venta de servicios sexuales de alto nivel. Actrices, cómicas y cantantes de compañías extranjeras hacían arreglos económicos para “verdaderas bacanales” en las casas de recreo de la élite. “Se dice que un grupo de zarzuela pasó 15 días de farra a expensas de un rico bohemio” (Ibid. p. 235).

Estaba, por último, el hecho que Medellín constituía una etapa más en la ruta de curtidas meretrices. A toda esta gama de fuentes de prostitución, que le dieron a Medellín, a finales de los años treinta, la fama de principal centro de prostitución del país. De acuerdo con Reyes, se alcanzaron a hacer estimativos de una prostituta por cada cuarenta hombres. A este considerable número vinieron a sumarse en los años siguientes las huérfanas y viudas de La Violencia.


El auge que, por esa misma época, tuvo en Medellín el bajo mundo sentaría las bases de las que años más tarde surgirían los más notorios mafiosos colombianos. “Una escuela importante para los pioneros del narcotráfico fue la delincuencia urbana. En restrospectiva, las proporciones del mundo de los proxenetas, atracadores, jaladores de carros eran más bien modestas. Con todo, la criminalidad de aquel entonces tampoco fue completamente inofensiva: hacia finales de los años sesenta se produjo en Medellín una serie de secuestros, y a comienzos de los setenta estalló un sangriento conflicto en torno al contrabando de cigarrillos Marlboro” (Krauthausen 1997) pp. 146 y 147).


El fenómeno del narcotráfico en Colombia, con los súbitos y colosales aumentos de riqueza concentrados en unos pocos individuos y en sus guerreros privados tuvo un considerable impacto sobre la prostitución, con lo que se podría denominar un efecto precio, suficiente para inducir a su alrededor una pujante industria de servicios sexuales. Se puede sospechar que los grandes capos, con el pago de sumas asombrosas para satisfacer sus caprichos sexuales, lograron trastocar por completo los mercados locales de parejas, deformaron el retorno esperado de la educación, así como las expectativas laborales y de enriquecimiento de los jóvenes e incluso impulsaron el funcionamiento de varias actividades –como el modelaje o los reinados de belleza- para integrarlas con el comercio sexual. Los casos más emblemáticos de este escenario en Colombia son probablemente el de Carlos Lehder –que lograba reclutar jóvenes acomodadas de su nativa ciudad de Armenia como sirvientas y acompañantes- y el de Pablo Escobar, verdadero mecenas de la prostitución de alto nivel en Medellín.


Una variante, más modesta, del escenario de prostitución alrededor de los grandes capos, que se mezcla con la situación típica de colonización de frontera, se observa en las regiones cocaleras a donde fluyen mujeres de distintas regiones del país para ofrecer servicios sexuales a patrones y raspachines –los que raspan la coca- que en ocasiones se pagan en especie. Un trueque común, que se conoce como el polvo por polvo, es “cuando los clientes le pagan sus servicios de alcoba con una manotada de cocaína pura” (Bustos 1999 p. 143). En el capítulo “Universitarias al servicio de la mafia” este autor describe el activo comercio sexual que se ha establecido con algunas estudiantes de las universidades de Bogotá. “Por allá los chamberos (nuevos narcos) son los amos y señores del mundo, les gusta que los vean acompañados de jóvenes bellas y estudiadas, y que las prostitutas iletradas se las dejan a los raspachines (Ibid p 147).

La llegada de prostitutas colombianas a España, y en concreto a Andalucía, antecedió en cerca de dos décadas el reciente boom migratorio desde Colombia. En Solana (2003) se reporta el testimonio de un empresario de servicios de alterne sitúa a finales de los años setenta la llegada de prostitutas colombianas a Córdoba. Por la misma época llegó la primera generación de mujeres colombianas a Holanda, que, ya en el oficio, venían de Panamá o las Antillas Holandesas. Muchas de ellas, tanto en España como en Holanda, se casaron con clientes y algunas con sus patrones o rufianes sentando la base para reclutar las nuevas generaciones de colombianas en el oficio (Zaitch 2003 p. 208).

Prostitución latinoamericana en España

Desde cuando se establecieron sistemas de registro para las mujeres que ejercían la prostitución, se han observado enormes diferencias en la incidencia de tal actividad en lugares aparentemente homogéneos en cuanto a legislación y hábitos sexuales. Sereñana y Partagás, un higienista español, recopiló información sobre la prostitución registrada en algunas grandes ciudades a finales del sXIX y se observan diferencias de más de uno a veinte entre, por ejemplo, Bruselas y Viena. El mismo Sereñana muestra su preocupación por dos fuentes de imprecisión en las cifras: la prostitución clandestina y, en el otro extremo, la tendencia de algunas autoridades municipales a inflar las cifras. Se sale del alcance de este trabajo tratar de contrastar la hipótesis básica de desequilibrios demográficos para explicar estas diferencias a finales del siglo XIX.


Aunque en la actualidad no existe información para hacer este tipo de comparaciones, algunos datos disponibles permiten sopechar que el mismo patrón de enormes diferencias entre regiones se ha mantenido. La composición por nacionalidades de la prostitución en España en el año 2000, por ejemplo, muestra una participación considerable de mujeres provenientes de Brasil, Colombia y República Dominicana. Entre los latinoamericanos, los mismos países llevan el liderazgo en Holanda (Zaitch 2002). Fue de Colombia desde donde, a finales de los años setenta, comenzaron a llegar las primeras prostitutas latinoamericanas a Andalucía (Solana 2003). Se podría pensar que el peso de estos lugares de origen es simplemente proporcional al de los flujos migratorios totales. Lo que se observa, sin embargo, es que su mayor participación se mantiene aún como proporción del total de mujeres inmigrantes de cada nacionalidad: Colombia y República Dominicana duplican el promedio latinoamericano de prostitutas como porcentaje de las mujeres residentes, y Brasil lo quintuplica.




Una primera observación es que ninguno de estos tres países se destacan en el continente por su pobreza. Por el contrario, se trata de sociedades con un ingreso per cápita superior al promedio de América Latina. En el otro extremo, países muy pobres, como Honduras o Bolivia, contribuyen bastante menos al comercio sexual en España. En general, la correlación tan baja que se observa entre el ingreso por habitante y la proporción de mujeres inmigrantes que ejercen la prostitución en España no sirve de apoyo a dos de las explicaciones más comunes sobre el fenómeno: la pobreza y las redes de traficantes. Si la miseria fuera la causa, y los criterios mercantiles determinaran los flujos impuestos por las mafias, cabría esperar una composición de la prostitución latinoamericana en España proporcional a la población de cada país y, sobre todo, estrechamente asociada con los niveles de pobreza. No es eso lo que muestran los datos. Ni siquiera la abundancia de testimonios sobre los orígenes humildes de las prostitutas latinoamericanas puede tomarse como un respaldo a la hipótesis, por dos razones. Uno, porque estos testimonios lo que reflejan es que los países latinoamericanos son pobres, y por lo tanto en casi cualquier subconjunto de habitantes de esos países, incluso una muestra tomada al azar, habrá una alta proporción de personas de escasos recursos. Dos, porque, como se verá en detalle más adelante, una altísima proporción de las mujeres más pobres de estas sociedades muy pobres, permanece al margen de la venta de servicios sexuales. Por otra parte, no son escasos los testimonios de prostitutas, colombianas por ejemplo, de origen medio-alto, incluso con educación universitaria (Solana 2003). Más estrecha es la asociación que se observa (índice de correlación de 0.6) entre la prostitución por países y el índice de feminidad –la relación entre mujeres y hombres- de cada nacionalidad. Asociación que persiste aunque el índice de prostitución se haya construido con relación al número de mujeres inmigrantes de cada país.

Se sale del alcance de este escrito explicar por qué Latinoamérica expulsa hacia España, y en general hacia Europa, más mujeres que hombres -para ninguno de los países de la región el índice de feminidad es inferior al 50%- o por qué de algunos lugares –precisamente dos de los de mayor contribución a la prostitución- las mujeres alcanzan a constituir el 70% de los emigrantes. Lo cierto es que esa característica de la inmigración latinoamericana parece estar teniendo consecuencias sobre los arreglos sexuales de los españoles, como también la tuvo la inmigración española –fundamentalmente masculina- hacia las Américas durante la colonia.

Caben dos comentarios más sobre estos datos. El primero es que los países latinoamericanos con una alta proporción de población indígena –como Ecuador, Bolivia o Perú - no ocupan un lugar destacado en el ranking de la prostitución latinoamericana en España, y esto probablemente tiene que ver con el hecho que la emigración desde esos lugares es equilibrada por géneros. No se pretende retomar teorías a la Lombroso, basadas en la etnia. Por el contrario, se podría pensar en elementos culturales que controlan los desequilibrios demográficos. Al respecto, se puede señalar que los datos por departamentos en Guatemala muestran el mismo patrón: a mayor proporción indígena en la población es menor el desequilibrio entre hombres y mujeres.

Dos, los países que más exportan servicios sexuales hacia España son precisamente los que cuentan con una alta proporción de población mestiza. De acuerdo con los datos de Peyser y Chackiel (1999), en Colombia el índice de mestizaje es del 71%, en República Dominicana del 70% y en Brasil del 40%. Por varios siglos en América Latina, y por efecto de una inmigración sexualmente desequilibrada, el mestizaje fue sinónimo de concubinato, amancebamiento y una alta proporción de hijos ilegítimos, algo que hasta épocas muy recientes en la práctica determinaba el porvenir de muchas personas.

En síntesis, los datos del comercio sexual en España en dónde, conviene anotar, están fijas tanto las condiciones de demanda por servicios sexuales como un idioma común, unos costos de transporte similares, unas actitudes, un régimen legal, y unas políticas de control relativamente uniformes, muestran una gran heterogeneidad en cuanto a los países de origen. A nivel de conjetura se puede plantear que los países latinoamericanos mejor representados entre las prostitutas en España corresponden a países con mayor incidencia, tradición y tolerancia de la prostitución. Se podría plantear que esta, entre muchos otros factores, podría estar asociada con el mestizaje. De manera totalmente especulativa se puede pensar que en las sociedades mestizas tiene más anclaje la prostitución no sólo por el punto ya señalado de la tradición de concubinato sino por la mayor facilidad para el intercambio sexual entre grupos extraños, una característica de la prostitución.

Otro elemento que vale la pena rescatar es que, a diferencia del far west estadounidense, o de la conquista de Australia, o del Río de la Plata a principios del siglo XX o el París de la industrialización, la prostitución latinoamericana en España es una versión moderna y globalizada de la que se dio en muchas ciudades receptoras de inmigración femenina. Esta caracterización tiene varias consecuencias. Uno, bajo este tipo de escenario el tráfico forzado de mujeres, la antigua trata de blancas, es muy poco pertinente como explicación. Muchas mujeres jóvenes, no sólo las prostitutas, ya están migrando de manera voluntaria y autónoma. Eso es lo que sugiere el sentido común y lo que muestra toda la evidencia disponible. Dos, reforzando la idea de desconexión con las mafias, este tipo de prostitución por superávit de mujeres ha estado normalmente menos ligada a la delincuencia. Tres, se puede aventurar como predicción una nueva versión de la venganza de Montezuma: un eventual aumento de los arreglos extramatrimoniales –lo que en Latinoamérica se denominó concubinato o amancebamiento- en una gama continua de intercambios de sexo (afecto) por dinero (seguridad económica, legalización) que harán cada vez más problemática la delimitación de la prostitución como actividad.

Prostitución militar

Otra versión de exceso transitorio de hombres la constituye la proximidad de cuarteles, campamentos o contingentes militares. Un ejemplo de este escenario, fértil como pocos para la prostitución, lo constituyen las bases militares estadounidenses en el Pacífico. En Filipinas, Corea del Sur y Okinawa un pujante comercio sexual sirve a soldados y marinos de estas bases militares. Moon (1997) habla de más de un millón de mujeres que habrían vendido servicios sexuales a los militares estadounidenses desde la guerra de Corea. Con eufemismos como “anfitrionas”, “animadoras especiales” , mujeres de “negocios” o de “consuelo” (comfort women) que atienden a los militares en sus períodos de “descanso y relajamiento” se ha consolidado, con el visto bueno de las autoridades tanto coreanas como estadounidenses, una pujante industria de venta de sexo. Los coreanos han sido menos benévolos en términos de denominación y hablan bien de “putas o princesas occidentales”. La misma autora sugiere que, en una insólita versión a gran escala de las antiguas alianzas tribales basadas en el intercambio de mujeres, estos gobiernos han visto esta actividad como una manera de mantener relaciones amistosas entre ambos países y mantener contentos a los soldados que han luchado por la libertad de los coreanos.

En España se observó algo similar. Con la llegada, en los cincuenta, de la Sexta Flota a Barcelona y la construcción de las bases de Torrejón (Madrid), Zaragoza, Morón (Sevilla) y Rota (Cádiz) “los permanentes programas de actividades de los soldados del Tío Sam se materializaban en un extenso florecimiento de lupanares allí donde ponían su delicada bota”. (García 2002 p. 69)

El establecimiento del servicio militar obligatorio en Francia, en 1872, también tuvo un impacto notorio sobre la actividad en las localidades dónde había cuarteles o puertos de guerra. A favor jugaba no sólo la alta concentración de hombres jóvenes solteros en un mismo lugar sino el que se encontraban, protegidos por el anonimato, alejados de las presiones familiares y pueblerinas, normalmente contrarias al comercio sexual. (Corbin 1982). El ejército francés, aún después de la prohibición de los burdeles, mantuvo en Argelia, hasta 1960, los Burdeles Militares de Campaña (BMC) (Nor 2001).

Un caso paradigmático en el que se combina el elemento de trabajadores inmigrantes, militares y con ramificaciones al turismo, con el apoyo de las autoridades inspiradas en la noción agustiniana del mal menor, es el de la isla caribeña de Curazao. En dónde el gobierno colonial holandés, en los años cuarenta, estableció el prostíbulo Campo Alegre –después Le Mirage- “para atander las necesidades sexuales de hombres solteros, tales como marinos holandeses, militares de los Estados Unidos y trabajadores migrantes de las multinacionales … (para) guardar el honor y la virtud de las mujeres locales” solamente se permitía trabajar a mujeres extranjeras”. (Citado por Claassen y Polanía 1998 p. 13).

Las consecuencias que tiene sobre la prostitución la cercanía con los militares en tiempos de guerra es más compleja puesto que la noción de intercambio o de venta de servicios se puede tornar confusa e incrementarse la incidencia de violaciones o abusos. En la Guerra Civil Española se dio, al parecer, un incremento del comercio sexual tanto del lado de los republicanos como de los nacionalistas, a pesar de que ambos bandos, por razones diferentes, buscaban erradicarlo. García (2002) sugiere tres explicaciones para el vínculo entre guerra y prostitución. Uno, la del carpe diem. “El ¡goza el día! De Horacio brilla como ningún otro astro. La inseguridad de si se vivirá mañana empuja a disfrutar del hoy, y ello explica que en la Guerra Civil Española, y por encima de ideologías tan dispares, la aproximación a la sexualidad fuese de similar frenesí en los dos bandos … se observa un enorme parecido en la materialización de los amores clandestinos y mercenarios” (García 2002 p. 52)

La segunda explicación es la de la miseria. “El cruel desarrollo de la guerra sería en sí un semillero de prostitución. Muchas mujeres en los dos campos hubieron de prestar sus cuerpos para conseguir techo, alimentos o la salvaguardia de la propia vida o la de algún ser querido” (Ibid. p. 54).

Está por último la que denomina el imperio de los sentidos. ““En tiempos de guerra, las fronteras entre la prostitución, el consuelo, la necesidad, el desahogo, el amor, el deseo y cualquier perversión de los sentidos, resultan en extremo volátiles” (Ibid. p. 55).

Los numerosos testimonios recopilados sobre violencia sexual y violaciones masivas en distintas guerras sugieren que, aunque con diferente intensidad, y bajo distintas formas, se puede hablar de una asociación entre uno y otro fenómeno. Tal vez el caso más analizado es el de Bosnia-Herzegovina. (Stiglmayer 1994). Wood (2004), resume los casos de las tropas soviéticas en Alemania, las japonesas en China, y los conflictos de, Sierra Leona, Sri Lanka y El Salvador.

En los conflictos de baja intensidad el fenómeno puede ser aún más complejo, pues al lado del florecimiento de las actividades de prostitución en ciertas zonas, se pueden presentar, mezclados con las tareas de soporte a los combatientes ejercidas por las mujeres, esquemas de reclutamiento forzoso de menores con objetivos sexuales, que se complican aún más con las retaliaciones a raíz de los cambios de control de los territorios. De acuerdo con Moon (1997) la primera de las varias generaciones de prostitutas que han ejercido en Corea desde la guerra prestaban servicios de apoyo a las tropas coreanas.

La prostitución inducida por las bases militares es tal vez la que mejor encaja en el tradicional esquema del mal menor tolerado e incluso promovido por las autoridades. De acuerdo con Moon (1997) en Corea, tanto las USK (US Forces Korea) como las autoridades coreanas han controlado donde, cuando y como las anfitrionas especiales trabajan y viven. Los servicios de protección y el control de los eventuales desórdenes son responsabilidad de las mismas estructuras militares que demandan el comercio sexual.

Prostitución cuando sobran hombres

Un escenario fértil como pocos para e surgimiento de la prostitución es el que se podría denominar la prostitución de tierra de frontera que surge cuando un volumen importante de hombres solteros buscan fortuna y colonizan territorios hasta entonces poco habitados. Este sería el caso de la colonización de ciertas provincias Australianas, la fiebre del oro en el oeste estadounidense en el siglo XIX, la llegada de inmigrantes europeos que, por la misma época, se radicaron en Buenos Aires en un alto porcentaje sin familia, o las distintas fiebres de productos básicos valiosos –el oro, el caucho, la quina, las esmeraldas, la coca- que de manera recurrente se han presentando en América Latina. En tales escenarios, la escasez relativa de mujeres puede alcanzar dimensiones considerables. En San Francisco, California, a mediados del s. XIX había una mujer por cada treinta hombres. En el condado de Sacramento, por la misma época, las mujeres eran tan sólo el 7% de la población. En Buenos Aires según el censo de 1869 había, entre los extranjeros menores de 40 años, más del doble de hombres que de mujeres. Para algunas nacionalidades el índice de masculinidad alcanzaba el 300% (Guy 1994).

La situación de excedente de hombres también se ha dado en contextos urbanos, alejados de la frontera, como Paris durante la segunda mitad del siglo XIX. Hacia 1860 en lo que Corbin denomina un verdadero far west la inmigración a la capital francesa ha implicado un enorme desequilibrio de sexos. El déficit de mujeres, y en particular de jóvenes solteras es considerable. La situación de este “vasto proletariado masculino en estado de miseria sexual” se agrava con el flujo masivo de inmigrantes temporales –como obreros de la construcción- que vienen del campo. Todos estos factores estimularon el desarrollo de la prostitución popular. (Corbin 1982).

De cualquier manera, estos escenarios con un gran superávit de hombres solteros en busca de oportunidades económicas han sido generalmente en extremo propicios para la prostitución impulsada por la demanda. En California varios cronistas de la época hablan de una gran invasión de prostitutas (Pourner 1997). En Australia las eventuales fuerzas del mercado recibieron el decidido apoyo de la Corona Británica que en la segunda mitad del s XVIII y principios del XIX envió barcos enteros con mujeres convictas, muchas de las cuales eran prostitutas. “El exceso de hombres convertía a Buenos Aires en una ciudad excepcional de la Argentina y explicaba la fascinación que producía en las mujeres criollas e inmigrantes. Las mujeres pobres podían servir de diversión de los inmigrantes solteros y a los nativos que buscaban relaciones sexuales ilícitas. En el años que se realizó el censo (1869), había 185 prostitutas declaradas y 47 rufianes trabajando en Buenos Aires … Los funcionarios del censo estimaban que (estas cifras) representaban sólo un 10 por ciento del total”. Guy (1994 p. 40). En China, el déficit de mujeres jóvenes, ocasionado parcialmente por la política del hijo único se ha visto acompañado de un incremento en la prostitución (Edlund y Korn 2002).

En varias oportunidades, el simple restablecimiento del equilibrio demográfico ha sido suficiente para la reducción sustancial de las actividades sexuales por pago. Una vez que en Paris, hacia finales del s. XIX se estabilizó la inmigración, vinieron las familias y se impuso el modelo conyugal entre el proletariado se dio una baja significativa en la prostitución. (Corbin 1982). Algo similar ocurrió en San Francisco y en general en varias de los poblados californianos cuando empezaban a llegar las familias. De manera consecuente cambiaban no sólo la incidencia sino las actitudes hacia la prostitución.

No sólo la incidencia, sino ciertas características, consecuencias e incluso la aceptación social de la prostitución, y la correspondiente legislación, parecen depender de la naturaleza del desequilibrio demográfico. Aunque contrastar con rigor esta hipótesis sobrepasa el alcance de este trabajo, vale la pena simplemente ilustrarla haciendo énfasis en el punto que el escenario demográfico también es determinante de la relación entre prostitución y seguridad interior.

En los lugares denominados de frontera, con exceso de hombres solteros en busca de oportunidades, parece más crítico el problema de seguridad. Por una parte, la prostitución es más explícita y genera reacciones. Refiriéndose a las prostitutas extranjeras que, a principios del siglo XX, trabajaban en Barrancabermeja Hoyos señala que fueron puestas en la picota pública “por la forma espontánea y ruidosa como ofrecían sus servicios a los hombres: salían de sus cuartos o a las puertas de sus casas en ropas íntimas, incluso a plena luz del día, y con un acento afrancesado le ofrecían al primero que pasara echarse un polvo o hacer un amor”. (Hoyos 2002 p. 167).

En Buenos Aires a principios del sXX, lugar típico de este escenario, el comercio sexual fue algo tan visible que generó toda una cultura, la del tango, a su alrededor. Por otra parte, en ese contexto hay más violencia, en buena medida asociada con la competencia, textualmente a muerte, por un recurso escaso. Así, se genera una mayor necesidad de protectores para ejercer el oficio. No parece simple coincidencia que en el lunfardo, la jerga del tango, existan innumerables vocablos para la figura del rufián. Tan sólo en las palabras iniciadas por C del diccionario lunfardo –la jerga del tango- se encuentran caferata, cafiolo, cafirulo, cafisho, canfinfla, caraliso y cadenero.

El término rufián, en el sentido de protector de una prostituta, es un término casi desconocido en lugares donde, como Bogotá, la prostitución estuvo más asociada con la inmigración de mujeres. Se puede conjeturar que la relativa independencia con la que actúan las prostitutas colombianas en Europa, un asunto paradójico dada la gran cantidad y variedad de mafias disponibles en su país, tiene origen en esa tradición. Zaitch (2002) señala que a diferencia de sus colegas dominicanas, o de las mujeres africanas o de Europa del Este, desde la primera generación de prostitutas colombianas en Holanda pudieron deshacerse de los proxenetas –pimps- y construir una reputación de mujeres independientes y auto-empleadas.

Este escenario con exceso de hombres parece el terreno más fértil para el tráfico, la trata de blancas y las mafias. Es razonable argumentar que, sea cual sea la razón por la cual llegan a un lugar más hombres que mujeres, hay en ese escenario una ventana de oportunidad para el negocio del tráfico de mujeres, corrigiendo, mediante la coerción o el engaño, la falla del mercado demográfico. Por otro lado, se puede pensar que en esa situación se da un mejor estatus para las prostitutas, que por consiguiente son mejor comprendidas y aceptadas. “Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga ella con la plata del mishé ? ¿Se imagina la felicidad de comer con los tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quiénes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras los tiras lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace la carrera” (Arlt 1929).

Prostitución y desequilibrio demográfico

Un breve repaso por algunas oleadas de prostitución –cuando la actividad se ha incrementado notoriamente- sugiere que estas responderían, más que a la situación económica, social, legal o política, a desequilibrios demográficos esenciales y, más específicamente, a movimientos migratorios con los que se quiebra el balance de géneros en la población. Así, se pueden señalar dos situaciones básicas caracterizadas, en función de la naturaleza del desequilibrio, por un exceso de hombres o por uno de mujeres. Otra dimensión relevante tiene que ver con si el flujo migratorio es transitorio o permanente. Esta asociación rudimentaria entre demografía y venta de servicios sexuales ha quedado clara en varios trabajos sobre historia de la prostitución en lugares específicos (Corbin 1982, García 2002, Guy 1994 Martínez y Rodríguez 2002, Rossiaud 1986). Bajo esta premisa, es posible tipificar algunos escenarios que, históricamente, han mostrado ser fértiles para el surgimiento de la prostitución.
Tanto la posibilidad de que surja la prostitución como sus características dependen mucho del tipo de desequilibrio demográfico. Se pueden distinguir, dependiendo de la naturaleza del desequilibrio (sobran hombres o mujeres) y de qué tan permanente es la situación, los siguientes escenarios:
- Cuando sobran hombres
- Transitoriamente
El análisis de las distintas modas abolicionistas sugiere que estas se han dado no en los lugares con grandes desequilibrios demográficos, sino en las sociedades que, tras un balance de géneros relativamente consolidado, se enfrentan a un desequilibrio coyuntural, generalmente por exceso de mujeres inmigrantes. Tal sería el caso de Suecia, Finlandia, Canadá, los EEUU o Inglaterra.
La globalización y el aumento de los flujos migratorios consecuencia, entre muchos otros factores, de la drástica reducción en los costos de transporte han hecho factible la confluencia, en un mismo lugar, de prostitución de distinta naturaleza. Es lo que al parecer, estaría ocurriendo en la actualidad en Europa y en particular en España, siempre bajo un contexto general de inmigración con excedente femenino.


Referencias

Regímenes legales de la prostitución

Las diferentes visiones sobre la prostitución a lo largo de la historia han influido y se han consolidado de manera también diferencial entre sociedades, de manera que, en la actualidad, dependiendo del país, las actitudes, y consecuentemente, el régimen legal frente al fenómeno, varía desde considerarla algo totalmente inaceptable en Suecia –“es la venta de una persona, por lo general vulnerable, y eso no se puede tolerar" - hasta el pragmatismo germano para el cual es algo que simplemente “existe y no se puede abolir” [1] y que ha llevado que a las mujeres que voluntariamente ejercen esta práctica se les brinden los servicios de la Seguridad Social, pasando por las posiciones intermedias, como la española, que consideran prudente tomar ciertos elementos de cada uno de estos modelos. "La prostitución atenta contra la dignidad de la mujer, a la que trata como un objeto … (pero) … no se puede legalizar … porque desde 2003 se penaliza al proxeneta" [2]

Wijers (2004) propone una clasificación basada en los cuatro regímenes que históricamente se han observado: el prohibicionista, el abolicionista, el reglamentarista y el laboral. Con excepción del último, todos los regímenes comparten su condena moral hacia la prostitución y buscan, bajo distintas modalidades y con diversa intensidad, controlar la actividad.

Para el régimen prohibicionista la premisa básica es que la venta de servicios sexuales es incompatible con la dignidad humana, constituye per se una violación de los derechos humanos de las mujeres, y por lo tanto es algo que debe tratar de erradicarse. Desde esta visión se consideró en el pasado a la prostituta como una desviada o delincuente que debía ser reeducada o castigada. En la versión moderna del prohibicionismo, promovida por sectores feministas, se ha dado un giro para considerarla como una víctima que debe protegerse para ser reincorporada a la sociedad. Un ejemplo del modelo prohibicionista lo constituye en la actualidad la legislación de los Estados Unidos. Tres críticas se hacen de forma repetida a este enfoque: la primera es la falta de evidencia sobre los efectos reales de la prohibición sobre la incidencia del fenómeno. La segunda es que un efecto recurrente de la ilegalización ha sido el de una acentuada clandestinidad y un mayor poder para los intermediarios, las mafias, y altos niveles de corrupción entre las autoridades encargadas de la vigilancia. La tercera, relacionada con las anteriores, es la carencia de información y consecuentemente la pobreza del diagnóstico sobre el fenómeno que al proscribirse del régimen legal también sale de las estadísticas.

Los acuerdos internacionales y, consecuentemente, la legislación de buena parte de los países en la actualidad se basan en el modelo abolicionista, que deja de penalizar la prostitución en sí misma para centrarse en las actividades del entorno, ejercidas por personas que se lucran de quien vende servicios sexuales. El término que procede del movimiento para la abolición de la esclavitud en el siglo XIX. Se considera la prostitución como una forma de esclavitud sexual o trata de blancas, como se denominó en sus orígenes. Se abandona la idea de desviación de las prostitutas para tratarlas como víctimas de una actividad que se piensa existirá siempre que haya personas que la promuevan y sobre las cuales debe centrarse el esfuerzo legal. Se considera la prostitución como una forma de violencia contra la mujer y “se rechaza cualquier distinción entre consentimiento y coerción en la medida en que la prostitución se concibe como algo forzado por definición”. Se han hecho dos críticas básicas a este enfoque. Uno, que transforma a las prostitutas en objetos más que sujetos de derecho. En particular, al quitarles toda responsabilidad sobre sus vidas, las infantiliza, les quita la libertad -en abierta contradicción con los avances logrados en la situación de la mujer (Wijers (2004) p. 212)- y excluye del debate político a las organizaciones que promueven los derechos de las prostitutas. Dos, aunque no se pueda penalizar a la mujer que la ejerce, la prostitución acaba siendo de facto ilegal, ya que como cualquier otra actividad requiere de algún tipo de organización y un mínimo de intermediarios de soporte. Así, se introduce una gran ambivalencia e incertidumbre legal, privando a las prostitutas medios básicos para garantizar unos ingresos. Una consecuencia es que, de nuevo, se favorece la actividad de las mafias que operan alrededor de la actividad.

Los principios abolicionistas con una dosis de pragmatismo –el convencimiento de que no es algo que se pueda erradicar- constituyen el tercer modelo, el reglamentarista, que percibe la prostitución ante todo como una amenaza a la salud y al orden público. Para proteger a la sociedad de este mal necesario se introduce un conjunto de controles y medidas administrativas, como el registro, la emisión de licencias o carnets, o los exámenes médicos periódicos, la localización de la actividad en ciertas áreas de las ciudades y, en algunos países, el cobro de tributos. Al igual que el modelo abolicionista se ha criticado el hecho que el reglamentarismo ignora los derechos básicos de la prostituta creando además, una brecha entre la prostitución legal y la ilegal. El tema del registro, por ejemplo, se considera discriminatorio con las mujeres inmigrantes.

El creciente protagonismo político de quienes venden servicios sexuales ha llevado al planteamiento de la prostitución como una actividad laboral más a la cual deberían aplicarse los mismos instrumentos –la legislación penal, civil y laboral- utilizados para proteger a los trabajadores de las distintas industrias de eventuales abusos y violaciones de sus derechos. El argumento es que si entre las trabajadoras sexuales y los empresarios e intermediarios de la actividad mediaran contratos laborales y civiles se obtendría una mayor protección de derechos básicos adquiridos en el mercado laboral. Tal vez el país que más ha avanzado en esa líneas es Holanda. Con la ley que en el 2000 despenalizó la industria del sexo, se han “superado las barreras legales que impedían reconocer el trabajo del sexo como una actividad laboral legítima y (se) confiere a quienes la ejercen los mimso derechos laborales y protección que detenta el resto de las/los trabajadoras/es … La industria del sexo queda, pues, sujeta a la actual legislación laboral y civil”.. (Wijers (2004) p. 219).

La complejidad del fenómeno de la prostitución es tal que incluso al interior del movimiento feminista se observan profundas divisiones en materia de diagnóstico y, por lo tanto, de lo que se debe hacer frente a tal actividad. Quienes definen la prostitución como dominación sexual y la esencia misma de la opresión de la mujer se enfrentan con quienes, en el otro extremo, mantienen que se trata de una opción de trabajo por la que una mujer puede optar de manera voluntaria. No faltan las sugerencias de que se trata de un movimiento realmente emancipador de la mujer. “Todo lo que he aprendido y lo que se sobre cómo ser mujer lo he aprendido de mi trabajo en la zona … La conquista de la libertad de las mujeres pasa a través de la conquista de la independencia económica y la prostitución es un medio para conseguirla … Después de muchos años de trabajo en este oficio me siento muy fuerte como mujer, siento que tengo un gran poder con los hombres, y creo que es porque los conozco muy bien y puedo ver que son muy pequeños si los comparo con las mujeres” (Declaraciones de trabajadoras del sexo recogidas en Osborne (1991) pp. 33, 64, 65 y 88). El desacuerdo alcanza a tener implicaciones sobre la visión de las migraciones. Estos aparentemente irreconciliables puntos de vista se han institucionalizado en dos grandes alianzas transnacionales. Está por un lado, y con base en los EEUU, la Coalition Against Trafficking in Women (CATW) y, por el otro, la Global Alliance Against Traffic in Women (GATW) con sede en Tailandia que insiste en distinguir la prostitución voluntaria –o sea el trabajo sexual- del tráfico forzado de mujeres. La primera considera la prostitución como una clara violación de los derechos humanos, equivalente a la esclavitud y recientemente ha buscado, ante las Naciones Unidas, que se incluya tal actividad en las convenciones sobre trabajo forzado y esclavitud. La Global Allience, por su lado, busca que se considere la prostitución como una forma más de trabajo inmigrante y que se proteja a quienes la practican con la legislación laboral internacional. A nivel del debate dentro de las Naciones Unidas la CATW lleva alguna ventaja pues en el seno de este organismo ya se argumenta que la distinción entre prostitución forzada y voluntaria, uno de los puntos clave de GATW, es insostenible.

En el año 2000 se acordó el protocolo sobre tráfico de seres humanos en la ONU, definiéndolo como el “reclutamiento y transferencias de personas mediante amenazas o uso de la fuerza y la coerción, el fraude, engaño o abuso de poder para explotación”. El protocolo pide la penalización del tráfico y la protección de las víctimas y la concesión de residencia temporal o permanente en los países de destino. A nivel de la Unión Europea también ha estado presente el debate entre abolicionistas y defensores de la actividad como trabajo sexual.

Referencias

Osborne, Raquel (2004). Trabajador@s del sexo. Derechos, migraciones y tráfico en el siglo XXI. Barcelona: Ediciones Bellaterra

Wijers, Marjam (2004). “Delincuente, víctima, mal social o mujer trabajadora: perspectivas legales sobre la prostutición”. En Osborne (2004) pp. 209 a 221



[1] Declaraciones Gunilla Ekberg, asesora especial del Gobierno sueco en materia de prostitución y de Jürgen Wohlfarth, director administrativo del Ayuntamiento de Sarrebruck (Alemania), respectivamente, quienes participaron a mediados del 2004 en el Congreso sobre Ciudades y Prostitución realizado en Madrid. El País, Junio 17 de 2004.

[2] Declaraciones de Ana Botella, concejal de Empleo y Servicios al Ciudadano en el mismo congreso.