lunes, 19 de diciembre de 2011

Las piernas y las agallas de Virginia Vallejo


Publicado en la Siila Vacía, Diciembre 20 de 2011
Unos meses antes del asalto al Palacio, en la hacienda Nápoles, Pablo Escobar quiso que Virginia Vallejo conociera a los amigos que "le hicieron el contacto con los Sandinistas". Estaban "preparando algo grande" y quería su opinión. Alvaro Fayad no quiso verla y el encuentro fue sólo con Iván Marino Ospina, recién depuesto comandante. Ella lo describe como un seductor torpe. "A su lado Escobar parece un Adonis ... no despega de mi rostro, ni de mi cuerpo, ni de mis piernas una mirada inflamada que hasta el sol de hoy no recuerdo haber visto en otro hombre". Virginia los deja solos y al volver lo oye preguntando si ese hembrononón podría ser parte del pago acordado por la vuelta. “¿Usted de dónde la sacó tan completica? Uuyyy, hermano, como cruza y descruza esas piernas … y cómo huele … y cómo se mueve! ¿Así es en la cama?”. Escobar no se ofende pero rechaza la propuesta. Cuando Ospina sale, ella pregunta cuál es el encargo para el M-19 y Escobar le responde que se trata de "recuperar mis expedientes y meterles candela". 
Se puede o no creerle a Virginia. Difícil imaginar por qué inventaría tal historia, que no favorece al Patrón, ni a ella. La escena es consistente con lo que  se sabe de antes de la toma. A esas alturas su amante ya le tenía confianza. Los pormenores son tan verosímiles como los de sus encuentros íntimos con Escobar. Un aporte esencial del relato es la ambientación de los preparativos de la toma: fue planeada no sólo por próceres preocupados por la paz, o líderes amnésicos, sino también por guerreros regateando por una mujer. 
Fue la Vallejo amante de Escobar, no la periodista con contactos, quien pudo saber, como pocas personas en el país, lo que pasó el 6 de Noviembre de 1985. Necesariamente fragmentaria -la preocupación de Escobar eran los expedientes- la información de su libro sobre la toma es más coherente que el conjunto de escritos o declaraciones del M-19 y sus incondicionales banalizando ese asalto. En sus charlas posteriores con el capo hay un par de conjeturas sobre los desaparecidos. Es una fuente pertinente que hace aún más lamentable el infundio (nadie supo de esa aventura) al que aún se aferra la cúpula.  
Lo que revela la amante del Patrón hace añorar otros relatos. Las novias del M-19, según Virginia varias colegas suyas, también fueron observadoras privilegiadas pues como anotan los sabuesos, "de las sábanas salen muchos secretos". Sin ser historiadora rigurosa, la Vallejo tuvo las agallas de escribir sus memorias, hacer público su romance y contar lo que supo por ese actor clave del conflicto y de la toma. A su manera ha contribuído a aclarar los hechos, y la justicia la ha tenido en cuenta. Otras periodistas menos light, tal vez más progresistas y mejor informadas, no tuvieron la entereza de airear sus conflictos de interés, ni han contado lo que saben. Ese silencio ha contribuido a sacar del foco y a edulcorar una acción delirante, que está pasando a la historia como el error brutal, casi personal, de unos pocos que ya no pueden revirar. Desdibujando los antecedentes, ocultando cómplices y banalizando el alcance, se ha deformado por completo tanto el asalto como la chapuza militar para contenerlo, haciendo aún más difícil aclarar la responsabilidad por las desapariciones. Lo que pretendía el M-19 al tomarse el Palacio hace parte de ese "territorio de la memoria en disputa" y es crucial para valorar y juzgar la retoma. 
Dada la desfachatez de los ex M-19, que hasta se indignan porque no se hace justicia con los desaparecidos tras un incidente que ellos mismos distorsionaron y opacaron hábilmente, para avanzar en la verdad sobre el ataque al Palacio caerían bien más autobiografías tardías de amantes de guerreros. Una muy útil sería la de la periodista novia de un dirigente del Eme que, dice Virginia, vio con ella la toma por TV.
Esa discreta comunicadora, mejor informada que cualquiera, podría corroborar la idea de Jaime Castro que el  “juicio armado” era tan sólo el inicio. Una observación elemental, que una guerrilla curtida en negociar secuestros no iba a dejar de extraerle el máximo jugo posible a tan prominentes rehenes, aún no cala en el debate. Una estrambótica tinterillada desplazó la explicación más lógica y parsimoniosa: entrando al Palacio, reteniendo a los magistrados y negociando a cuenta gotas su entrega desde las montañas de Colombia, a donde pensaban llevarlos, los del Eme iban “con las armas al poder”, al otro Palacio. ¿No era esa su razón de ser, su ADN? 
Escobar pensaba que la destrucción de los expedientes sería sencilla. Le habían vendido la idea que lo del “juicio” al presidente sería una buena fachada para el operativo y él pensó que consistiría en unas proclamas por radio. El interés porque Fayad y Ospina conocieran a Virginia era su contacto con los medios. En las discusiones entre los dos amantes previas a la toma  nunca se mencionan rehenes. Escobar estaba subsidiando sin saberlo un objetivo más ambicioso que su impunidad. La preocupación de ella, muy nerviosa, era cómo saldrían los asaltantes del Palacio después de quemar los archivos. Con la toma y los años Virginia perdió el susto y contó lo que sabía. Resultó más valiente que los guerreros: ante sus agallas, el fariseísmo de los amnistiados es tan evidente como la debilidad que mostró ante sus piernas el último comandante frentero que tuvo el M-19. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Madres costeñas: machistas y sobreprotectoras

A raíz del post sobre la Geografía del machismo colombiano, que mostraba para un índice de valores machistas un claro liderazgo de la Costa, recibí un mensaje de NocheGal, una periodista costeña. 

"Te saluda NocheGal desde Barranquilla. He leído tu artículo y efectivamente tienes toda la razón. El machismo en la Costa es apabullante, casi que humillante, promulgado, promovido, orquestado y defendido a capa y espada por nuestras propias madres. Y aunque se parece algo al de los Santanderes, no es igual. Viví casi 9 años en Cúcuta y la cosa es un tanto diferente. Allá las mujeres tuvieron que volverse unas fieras, en el mejor sentido de la palabra para no dejarse, como dicen popularmente. Este año son incontables los casos de agresiones físicas que han sufrido las mujeres a manos de parejas, ex parejas, esposos, amantes, cachos, amigos o amigovios. De hecho, esta semana una mujer llegó al hospital de Barranquilla casi que muerta, está punto de perder uno de sus ojos, porque el ex marido la levantó a físico pico de botella. El hombre está libre. El tema del aborto, de la sexualidad, de las libertades sexuales, siguen siendo tabú. Sigue inamovible el tema de la mujer en la casa y el hombre en la calle por ejemplo. La mujer que no sabe cocinar, lavar, y no atiende a su marido, no sirve. La mujer que mete cacho es una zorra, mala, porquería. El hombre que lo hace es una víctima de la desatención de su mujer. Y las agresiones siguen escondidas, calladas, eso es lo más grave. La estigmatización además es tenaz. Tal vez en algo han avanzado las nuevas generaciones, pero no mucho creo".

Le pedí a NocheGal  que me contara algunas historias y me mandó el texto que sigue. 


"La escena corresponde a cualquier familia clase media alta, media y baja de la Costa Caribe. El nuevo día se asoma y las primeras en levantarse son las mujeres. Toca preparar desayuno a la prole, pero en especial a los hombres de la casa. Siempre la madre se encarga de esta tarea y si hay hijas ya con edades apropiadas para acercarse a un fogón, a ellas les toca  la tarea. Igual ocurre con la fabricación del almuerzo. Y la posterior lavada de los ‘chismes’. 

Recuerdo la escena en mi casa. Mi madre trabajaba y quedábamos a cargo de unas tías. Al llegar del colegio, almorzábamos y supuestamente cada uno lavaba sus platos y cubiertos. Sin embargo, mi hermano, apenas un año menor que yo, nunca lo hacía. Cuando mi madre llegaba del trabajo, casi siempre encontraba en el lavaplatos los utilizados por mi hermano, cuando mis tías no los lavaban. De inmediato me regañaba y me decía que porqué no había lavado los platos de mi hermano, que él era un varón y yo mujer y esa labor era de mujeres, que él no debía hacerlo. 

Recuerdo que siempre le repostaba que él tenías las mismas manos que yo, que no era enfermo, ni manco. Mi madre se molestaba mucho, pero yo siempre me negaba a ratificarle a mi hermano su ego machista. 

Como esa situación, muchas otras evidencian el exacerbado machismo alimentado por las madres en la Costa. El plato más grande comida es para los hombres, así no aporten recursos económicos o lo hagan en menor proporción que sus hermanas, por ejemplo. He conocido situaciones donde cuando una joven resulta por cosas del destino embarazada, es expulsada o por lo menos cuestionada y llevada a buscar refugio en la familia de su pareja o de un familiar, porque los padres no admiten que haya de alguna forma ’deshonrado‘ a sus padres. Pero en cambio si el que embarazó es el hijo, la prestan apoyo y de inmediato acogen en la casa a la futura madre y su pequeño.

El  amor que prodigan las madres a los hombres varones en la región Caribe,  creo no es el más conveniente, pues lo único que hace es reforzarles la subvaloración de la mujer desde muy temprana edad. La mujer está para atender al hombre y en todos los sentidos.  Y mujer que no la hace, sencillamente, no sirve, o en el peor de los casos y es lo que se ve con mucha frecuencia, toca corregirla y ‘enseñarla’, así sea punta de golpes a respetar a los hombres.

El tema se traslada a las suegras, líbreme Dios de estas suegras. “Esa mujer no te atiende, no está pendiente de tu ropa, no sabe cocinar, tiene descuidados los niños. Para qué trabaja, si va descuidar la casa?”. Son típicas quejas de las madres de machistas cuando habla de sus nueras.

Y aunque las cosas han mejorado, es decir el asunto ya no es tan dramático como en tiempos pasados, el asunto sigue vivo. Toca a las madres más nuevas, tomar conciencia del asunto, sin dejar de ser mujeres, y pilar fundamental del hogar, incentivar entre sus hijos, el respeto y valor real de la mujer. En la medida en que la madre envíe mensajes machistas con la educación y guía que brinda, a sus hijos varones, así mismo será la valoración que le tendrá el género femenino y de hecho en la ancianidad dejan al cuidado de sus hermanas o familiares a esas que tanto los cuidaron y protegieron, porque sin darse cuenta, ellas mismas se menospreciaron ante sus propios hijos".


sábado, 3 de diciembre de 2011

Geografía del machismo colombiano

Publicado en La Silla Vacía, Diciembre 4 de 2011


En cuestión de machismo Colombia no parece uno sino varios países. Con la Encuesta Colombiana de Valores construí un índice de esa dolencia, que muestra una gran variablidad geográfica. Los valores machistas en el país son tan distintos entre regiones como pueden ser el clima, los sancochos y la música.

Entre los hombres, en una escala de 0 a 10, el machismo barre en la Costa norte, donde la nota promedio es de 4.6, contra un 3.5 nacional. En el otro extremo, en la fría y congestionada Bogotá, el machismo masculino se raja con un mero 2.8. Para las mujeres, también el liderazgo se lo lleva la Costa con 3.3 y el mínimo lo sacan las bogotanas, casi en empate con los capitalinos. Las diferencias regionales de machismo entre las mujeres no son muy marcadas. Con la excepción del virtual equilibrio en Bogotá, seguida de cerca por la zona Central, en el resto del país hay una diferencia apreciable entre el machismo masculino y el femenino.

Sobre estas discrepancias regionales en machismo el debate es aún precario. Predomina el supuesto que se trata de una misma dolencia milenaria y universal. Con la excepción de la líder feminista que ocasionalmente nos habla de los franceses, tampoco son comunes las comparaciones de lo que ocurre en Colombia con otros países. Las diferencias entre regiones, que evidentemente las hay, han recibido poca atención. A una feminista rigurosa y observadora como Virginia Gutiérrez, estos resultados no la hubieran sorprendido. Hace varias décadas, ella llamó la atención sobre las peculiaridades de los arreglos de pareja en la Costa y los Santanderes.

Salvo las críticas anuales al Reinado de Belleza de Cartagena, que es un evento nacional con réplica en casi todos los pueblos y barrios de Colombia, no se oye sobre la necesidad de ponerle atención a la Costa Atlántica para el proselitismo feminista. De acuerdo con los resultados de este índice tan elemental debería haber un mínimo foco de atención sobre esa región. Esos descuidos suceden normalmente en los centros de poder cosmopolitas, como el altiplano, donde es mayor la preocupación por las ideas globales de vanguardia que por las cuitas de las mujeres comunes y corrientes de la provincia. 


En una de las pocas columnas que Florence Thomas ha escrito sobre la Costa, hace un llamado a distintos niveles de la administración pública para insistir en su agenda universal: "educación sexual para decidir; anticoncepción para no abortar y aborto legal para no morir". En esa ocasión, además, hace explícito que Francia modelo 1970 y la Costa 2011, même combat. "(Esta) proclama que actualiza y renueva otra, esta vez francesa, de los años setenta, que decía: La contracepción: mi opción; el aborto: mi último recurso; dar la vida: mi libertad".



La comparación del índice en las regiones situadas al extremo de la escala de machismo, Bogotá y la región Atlántica, muestra lo desacertada que es la estrategia generalista dirigida por igual a las mujeres y a los hombres de cualquier rincón de Colombia.


Para el machismo femenino, no se observan diferencias apreciables entre la capital, donde la nota es mínima y la región Atlántica, con máxima calificación. La tara del machismo entre las mujeres es similar en todo el país. Con los hombres la cuestión es bien distinta. En la Costa se destaca un núcleo no despreciable de machismo duro, y la virtual inexistencia de hombres con valores feministas, que apenas llegan al 2%, contra un 14% en el altiplano. El punto más preocupante, sin embargo, es ese 41% de los hombres costeños que tienen una calificación de 5 o más, cuando en Bogotá, tal porcentaje llega apenas al 8%. Difícil saber a cual de los últimos alcaldes capitalinos se le debe agradecer este avance, o si será el Pico y Placa. Pero parece claro que en la capital, en comparación con el resto del país, el hombre machista es una especie en vía de extinción. Es tal vez por eso, que sintiéndose como en Dinamarca, las feministas residentes en Bogotá se han dedicado a las minucias, mientras que de ese bloque duro de hombres machistas en la Costa se habla más bien poco. 


Lo que se podría denominar la agenda baladí por los derechos de la mujer, no es una exclusividad de las columnistas bogotanas. Está por ejemplo, en el marco de la urgente y fundamental cruzada contra el piropo, que siempre tiene un tufillo clasista, esta perla desde Cali: "basta caminar por las calles para ver hombres de diversos pelambres lanzando piropos a diestra y siniestra. Ayer no más presencié como un tipo detuvo su carro en mitad de la calle solo para piropear a una muchacha".



En ninguna de las demás regiones del país la situación del machismo aparece tan crítica como en la Costa Atlántica. El mensaje principal de este simple ejercicio es claro. Resulta indispensable entender estas discrepancias regionales y, en particular, si de superar la mentalidad machista se trata, saber qué es lo que hace que ésta sea tan persistente en la Costa. Ahí podría haber sorpresas para la doctrina.

En todo caso, las feministas influyentes deberían ir a la Costa con más frecuencia, y no sólo a seminarios, a oir vallenatos o al Hay Festival, en donde según un contertulio las que "crecieron leyendo a Simone de Beauvoir van a discutir sobre machismo y feminismo y si el matrimonio es compatible con la felicidad". El estar rodeadas de mansos intelectuales feministas bogotanos, tal vez les ha impedido captar la esencia del machismo autóctono.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Machismo y unión libre

La geografía del machismo en Colombia, basada en un índice construído con la Encuesta Colombiana de Valores, muestra que la incidencia de este fastidioso legado, sobre todo entre los hombres, es mucho mayor en la Costa Atlántica. En el otro extremo, Bogotá aparece como el lugar más protegido del país contra esa dolencia. Vale la pena tratar de entender, primero, qué es lo que ocurre allí donde la situación es más grave. Para eso, es útil identificar las peculiaridades de esa región.

En las pocas ocasiones en las que Florence Thomas observa y describe, sugiere cosas interesantes. Así trató de hacerlo cuando, después de asistir al Festival Vallenato, anotó que dicha música había sufrido una clara evolución en las últimas décadas. Antes, se centraba en la seducción y la conquista amorosa, “con matices poéticos que lograban hacernos soñar”. Ahora, anotaba, se trata más de lamentos de despechados. La columna hubiera podido convertirse en una original reflexión sobre eventuales cambios en las relaciones de pareja en esa región, o en insumo para conjeturas del tipo “el vallenato es más machista que la guabina”. Pero Florence retornó rápido a su discurso tradicional. Se arrepintió de su breve desliz, anotando que en esos pocos párrafos descriptivos no hablaba en serio. Y volvió a la doctrina, a pensar con el deseo.

De todas maneras, su idea de que sólo recientemente las canciones vallenatas expresan el sufrimiento de los hombres, una “transformación sociológica que ningún académico pudo prever”, merecería ser contrastada con rigor. Por lo pronto, no pasó la prueba de la escasa docena de canciones que conozco de vallenatos viejos. El 039, por ejemplo, que muchos profanos hasta bailamos, es el maldito carro que se la llevó, y que causa un lamento explícito y doloroso: “ay es que me duele y es que me duele, válgame dios”. La Brasilera, que cruzó la frontera para venir a meterse en el alma de Rafael Escalona, que después se fue, y lo dejó a él llorando su amor “más desesperado que un loco”, también es un despecho. Cuyos efectos además se extendieron a la mujer oficial, que, por causa de la brasilera, queda resentida. Y él apenado con ella. La afirmación de Florence de que “el vallenato de hoy le canta en realidad al temor de los hombres ante una profunda transformación de las mujeres en las últimas dos décadas; mujeres ahora más autónomas, menos pasivas y aguantadoras; más noctámbulas, más presentes en la vida pública” tampoco cuadra con la historia de la nieta de Juana Arias, La Patillalera



Florence anota que “todos lo sabemos, en la costa caribe son en su mayoría los hombres quienes son infieles, amorosamente desordenados y felices con la idea de tener varias mozas o varias queridas, como se las llama en la región”. Eso lo corroboran los vallenatos, de antes y de ahora. Pero valdría la pena confirmar si la región es atípica en ese frente, si los hombres son más mujeriegos, o si es que las cosas allí son más abiertas que en otros lugares.

Lo que Florence denomina el temor de los hombres, su falso despecho, no parece ser otra cosa, ayer como hoy, que ese sentimiento tan vetado en el debate académico, los celos masculinos. La Tropa Vallenata precisa, con sentimiento, que son los celos los que matan, los que hieren, los que duelen. Silvestre Dangond lo confirma, “Asi es mi vida y no voy a cambiar/ Soy Celoso y qué soy celoso y qué/ La que me quiera que se deje celá”. Hebert Vargas, por su lado, aclara que los celos locos son una prerrogativa masculina, “ay negra no tengo la culpa que a mi las muchachas me tengan pendiente”. De aquí surgen un par de hipótesis que sería interesante contrastar: si los celos en la Costa se consideran un privilegio de los hombres, y si son más intensos que en el resto del país.




En otra de sus columnas descriptivas sobre la Costa Florence cuenta cómo “si algo me impresionó en mis recientes vacaciones en la Costa Atlántica fue mi encuentro con racimos de niños y niñas, en las carreteras, en las playas, en las tiendas. Kilómetros de retenes de la miseria y una sola visión: cientos de niños y adolescentes pidiendo dinero”. Defrauda un poco la misma explicación tradicional para cuestiones tan complejas como la pobreza y la alta fecundidad: los hombres “quienes son parte esencial de ese proceso de cambio de paradigmas culturales que asocia aún mujer con madre, y masculinidad con macho reproductor”. Y no es fácil respaldar la opinión que parte de la solución de este problema causado por el machismo pase por la legalización del aborto.

A finales de los años sesenta, un feminista que no anteponía la doctrina o la agenda política a la observación, Virginia Gutiérrez, señalaba varios elementos característicos de esta región colombiana. Por un lado, “el alto porcentaje de hijo por unidad doméstica y las formas estructurales de la célula hogareña, unión libre inestable, madresolterismo, poliginia y la jefatura económica femenina predominante”. Altos índices de analfabetismo, rural y urbano, ausentismo escolar y una menor proporción de alumnos aprobados con relación a las matrículas, ya de por sí bajas, completaban el panorama. Por aquella época, para esta antropóloga, la generalización de la unión libre, en lugar del matrimonio, era una peculiaridad de lo que ella denominaba el “complejo cultural negroide o litoral fluvio minero”, que incluía, además de la Atlántica, la costa Pacífica y la ribera del río Magdalena.

Los datos del censo del 2005 muestran que a pesar de su generalización en el resto del país, la unión libre sigue siendo más común en la Costa Atlántica que en las demás regiones. Puesto que se trata de analizar si ese arreglo de pareja tiene algo que ver con el machismo, es útil comparar con lo que ocurre en Bogotá, la zona con los menores índices. La información censal sugiere que puede existir tal relación, pero que esta no es simple. La Costa se destaca por una mayor presencia de la unión libre, por una penetración más baja del matrimonio, y por ende por una participación de la primera en el total de parejas aún más alta que la observada por Virginia Gutiérrez (cerca del 50%) y que ahora es similar a la de la capital y el resto de Colombia. A pesar de la observación anterior, Bogotá, el lugar menos machista, no difiere del resto del país en cuanto a la incidencia de unión libre en las parejas. O sea que, de poder comprobarse un vínculo entre machismo y flexibilidad en la estructura familiar, este no es sencillo ni uniforme.

Lo que sí queda claro, en contra del discurso feminista tradicional que ve en el matrimonio uno de los principales aliados de la perpetuación del patriarcado, es que la ecuación simple "más matrimonio igual más machismo", no funciona con los datos censales recientes que, por lo pronto, sugieren precisamente lo contrario: el mayor machismo que se observa en la Costa se da también con más incidencia de la unión libre. Así es que ese “contrato amigable entre un hombre y una mujer adultos y suficientemente fuertes para soportar la libertad del otro o de la otra … un matrimonio renovable cada 5, cada 7 o cada vez que lo pide el amor” como el que recomienda Florence Thomas no parece ser un buen mecanismo para disminuir la presión del machismo sobre las mujeres colombianas, en particular las costeñas.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Mujeres y guerra: algunas aman a los violentos


Publicado en La Silla Vacía, Noviembre 29 de 2011

A los hombres más violentos nunca les falta pareja. En los EEUU, los condenados a muerte escogen entre varios amores por carta. En Colombia también hay mujeres que aman a esos hombres que matan. Novias de sicarios, reinas de mafiosos o compañeras de rebeldes lo recuerdan y la coordinadora del informe Mujeres y guerra  incidentalmente lo confirma. Cuenta que oyó millones de veces que "las muchachitas buscaban a los paras”. Aún así, afirma que "eso puede ser, algunas, pero muchas no, no es justo meterlas en el mismo paquete" con las violaciones. No explica por qué el coqueteo o los polvos voluntarios que nadie registra son tan escasos que no merecen discusión. Si se oyó el rumor, ¿qué tal que fueran muchas las que van tras su guerrero y les queda gustando? En el país eso ha pasado hasta en los medios favorecidos.  Dos mujeres lo revelan. 

Mª Eugenia Vásquez, Emilia del M-19, universitaria, estuvo en la toma de la Embajada y tuvo un tórrido romance con Alfre“En esos dos meses recorrimos lo que muchas parejas en años, el amor era intenso, era el contacto con la vida y era sobre todo el inagotable generador de fuerza conjunta … En momentos en que el futuro es el minuto siguiente se disfruta al máximo estar en este territorio tan plenamente … Nuestro amor robaba minutos al descanso, jugueteando, rodando en el piso del baño, tallados en todos los huesos por las cananas, la granada o la pistola, o si la separábamos de nuestro cuerpo por momentos mientras una mano recorría la tibia y escasa piel descubierta al amor y la otra reposaba sobre la frialdad del acero. Nunca fueron más bellos los apuros y la incomodidad, nunca el amor tuvo más de goce y de angustia mezclados, nunca la ternura fue más viva”.
En Amando a PabloVirgina Vallejo describe una escena de amor armado con el gran capo. Tras regalarle una Beretta 9 mm, él le enseña a usarla. "Vas a convertirte en mujer de un guerrero y vine a explicarte lo que van a hacerte los organismos de seguridad ... Lo primero (será) arrancarte la ropa ... y tú eres ... la cosa más bella del mundo, ¿verdad mi vida? Por eso vas a quitarte ya ese vestido y te paras frente a esos espejos. Obedezco, porque siempre he adorado esas miradas inflamadas que preceden a todas sus caricias. Pablo descarga la Beretta y se coloca tras de mí ... Una y otra vez aprieta el gatillo, y una y otra vez me retuerce el brazo hasta que no aguanto más el dolor y aprendo a no dejarme desarmar ... No puedo dejar de pensar en dos luchadores espartanos ... Me somete una y otra vez mientras va utilizando toda aquella coreografía como una montaña rusa para obligarme a sentir el terror, a perder el temor, a ejercer el control, a imaginar el dolor ... a morir de amor ".
La mujer seducida por un potentado no sorprende. La enamorada de un matón es rara, y si divulga detalles del romance ya es excepcional. Por eso son valiosos estos relatos que muestran un vínculo misterioso entre el deseo femenino y la violencia. En el país han sido muchos los asesinos y demasiadas sus amantes como para ignorar esta faceta tan intrigante de la sexualidad de algunas mujeres, que no siempre tiene que ver con el arribismo. Es un hecho que los violentos tiran más y tienen más parejas, no siempre forzadas. La evidencia es sólida y da para escribir más. 

Los testimonios sugieren que el peligro, la tensión y el estrés, tal vez por la adrenalina, refuerzan la química del sexo. El goce con angustia atrae y cautiva. Un arma puede ser excitante, así la porte un insurgente como Alfre o un reaccionario. La anotación no sobra, pues parecería haberse extendido hasta la pareja el estatus especial del rebelde, con quien sí puede haber amor genuino. Con los narcos se cree que es comprado y con los paras forzado; para pasiones comparables, Emilia se consideracélebre, Virginia patética y las jóvenes que buscan paras ni cuentan.

Un psiquiatra estudioso de los amores con violentos da una pista. "Es difícil imaginar algo más excitante que tener el control sobre alguien lo suficientemente poderoso como para quitarle la vida a otro". Así, habría política en esos romances, y no la tradicional. Se trataría de mujeres ávidas de poder que manipulan, explotan o someten con sus encantos a los machos alfa. Algunas lo logran, y con más de uno. La Bella Otero es la plusmarquista mundial con unas ocho majestades en su haber entre las cuales un sospechoso de genocidio. Virginia ostenta el récord nacional con varios cacaos y, por poco, los dos capos mayores. Emilia se comió a más de un comandante, posicionándose bien en la clandestinidad. Este podium debe servir para entender las ligas menores, las muchachitas cuya ambición de poder es más modesta: municipal o veredal

Un terapeuta experto en altibajos de pareja llama besadora de sapos a quien espera “transformar con amor a cualquier hombre”. Una variante es la enfermera de turno, la altruista que necesita dolor, sangre y heridos de quien ocuparse. Esa pista también da luces distintas a la de víctima. De nuevo, la política contamina el romance pero más a la izquierda: "me sacrifico por curarlo y salvo al mundo". Parte de eso pretendía Virginia amando a Pablo.

Quedan cosas por entender. Ojalá más novias contaran por qué y cómo amaron a sus violentos. Para no quedar en relatos light de muñecas de cartel, ni en rumores de adolescentes deslumbradas por paras, sería interesante tener más testimonios de mujeres maduras, educadas como Emilia y Virginia, incluso feministas, que también hayan tenido su desliz con un guerrero. En un conflicto tan largoseguro que las hay. Permitirían refinar el guión del lado femenino de la guerra. 

Referencias
Más sobre la Bella Otero

No todos somos igual de machistas. Un índice de machismo

La Real Academia define machismo como una “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”. Wikipedia resume la definición de los movimientos feministas como "el conjunto de actitudes y prácticas aprendidas sexistas vejatorias u ofensivas llevadas a cabo en pro del mantenimiento de ordenes sociales en que las mujeres son sometidas o discriminadas". Algo que no lleva lejos si uno quisiera medir el machismo y compararlo entre dos épocas -por ejemplo para saber si persiste y toca cambiar de estrategia- o entre dos lugares, para definir dónde se vive o se va de vacaciones.

La caricatura que ofrece el flominismo es aún más difícil de operacionalizar. Los síntomas de "la peste machista que sigue devorando a Colombia" pueden ir desde un proceso penal plagado de irregularidades contra una mujer hasta la letra de los villancicos que se cantan en las novenas. Son escasas las afirmaciones que se puedan contrastar con algún tipo de evidencia. Y es poco lo que sugieren que se pueda hacer, salvo angustiarse por milenios de historia, callar, meditar o llorar. O rezar para que la sociedad, la naturaleza humana y el pasado se transformen.

Sea lo que sea, el escenario de partida parece simple: ellas, todas, contra nosotros, todos, también en bloque. Siempre le he tenido fobia a las masas, más aún cuando se suponen homogéneas, entusiastas o combativas. Como en la tribuna de hinchas en donde “se atreven a insultar y humillar en tanto que masa, confundidos con otros de su misma especie, jaleándose y envalentonándose mutuamente ... Se sienten impunes porque en esos lugares es casi imposible que sean individualizados”. Lo siento pero, fuera del estadio, el mundo varonil es más sutil, heterogéneo y complejo.


Salvo para un conjunto reducido de detalles, como no poder quedar embarazado, o siempre vivir "pensando en eso", le tengo hartera a dejarme clasificar con todo el género masculino, de cualquier lugar y de todas las épocas. Con respecto al machismo, me siento distante de los inquisidores, de los ingleses victorianos y de los mareros o los polígamos contemporáneos. En el otro extremo, tampoco compito con Poncho Rentería, que mantiene una activa pelu-tertulia y ha mostrado ser un buen feminista, que rompe silencios. Para no ir tan lejos, entre la gente de mi entorno, en una escala de uno a diez, conozco hombres m1 –machista 1er grado- y algunos m7 o m8. No es sensato meternos a todos en una misma talla M. Sobre todo si se trata se cambiar leyes, normas y costumbres.

Por estas razones, me pareció útil tener alguna medida que permita superar esa caricatura cuya simpleza sólo invita a la inacción. O a enervarse con un simple piropo callejero. Tal como está, el discurso contra el patriarcado no ayuda ni siquiera a discriminar los dolientes recuperables, como nuestros escritores jóvenes, de los casos terminales sin esperanza de salvación, como Berlusconi, los mafiosos o Jean Paul Sartre. Me pareció útil identificar un conjunto de variables que contribuyan a focalizar los esfuerzos, para no seguir en este despiste angustioso, desgastador e improductivo, de buscar erradicar todo lo que los prejuicios de las más combativas dicen que huele a machismo.

Aunque incompleta, una fuente de información útil para este ejercicio es la Encuesta Colombiana de Valores (ECV). Con algunas de las preguntas incluídas allí, relacionadas con las actitudes ante el dilema entre el trabajo y la familia construí un índice de machismo –con la metodología que se detalla aquí- que varía entre 0 y 10. El valor 0 es la calificación mínima posible de valores machistas que obtuvo una muestra representativa de gente real colombiana. Esa nota sería la de alguien que, ya redimido, se puede denominar feminista. El 10 sería la calificación de un vulgar machista con la desfachatez de un Berlusconi de papel, o sea sin el poder y los recursos para darle rienda suelta a los instintos como hace el gobernante italiano.

La primera conclusión de este ejercicio es que eso del machismo, al igual que cualquier característica humana, masculina o femenina -como la tendencia a engordar, la estatura, la rapidez para leer o la orientación sexual- no se presta bien para armar tan sólo dos equipos ideales, unos que sí y otros que no. Sería más fácil para las luchas y cruzadas que el mundo fuera así de nítido, pero no lo es. Por lo general, hay una repartición de los puntajes, con un valor más común o más frecuente -que en la jerga técnica y el lenguaje corriente recibe el mismo nombre- la moda, alrededor de la cual las notas de las demás personas se distribuyen. Unos tienen más que ese valor y otras menos.


Para el machismo en Colombia, la distribución está más concentrada del lado de los valores bajos que en la mitad de la escala, o hacia el extremo superior. Entre 0 y 10, el valor más frecuente del índice de machismo resultó ser de 2. Es la calificación del 26% de las personas que respondieron la ECV. Así, lo que hay de machismo en el país es:
a) un trozo importante de gente –hombres y mujeres- digamos que a la moda,
b) que esa moda no es tan terrible como la pintan, pues es de 2 sobre 10, y
c) que allí coinciden una proproción ligeramente mayor de mujeres (29%) que de hombres (23%).

Para facilitar la presentación gráfica y la comparación con otras variables se puede reagrupar la muestra en tres categorías definiendo como feministas a quienes están por debajo de la moda, (notas de 0 y 1), como ni F ni M a quienes rondan la moda, con 2, 3 o 4 y como machistas a quienes, con 5 o más, se alejan de la moda hasta el tope de 10. Este último grupo, la cuarta parte de los hombres y el 19% de las mujeres, sigue siendo el más heterogéneo. Pero esos casos graves son los que deberían recibir atención prioritaria.

Concedo que no es gran cosa dar toda esa vuelta para pasar de "machista o no" a tan sólo tres categorías. El avance con relación a la burda caricatura del flominismo –ellas 100% feministas contra ellos 100% machistas- es que aquí son seis categorías, pero repartidas: tres para hombres y tres para mujeres. Además, y allí radica la principal utilidad del índice, se puede tener información sobre los elementos que se asocian con los valores altos del machismo. Es lo que los epidemiólogos llaman factores de riesgo, que sirven para tener una idea de por dónde atacar las dolencias sin tener que meter a todos los sospechosos en tanques con criolina.


Una segunda conclusión es que la pelea contra el legado de los patriarcas no es de todos contra todas. Como cualquiera puede constatarlo en su casa o trabajo, la mayor parte de los colombianos y colombianas siguen en sus asuntos cotidianos sin amargarse por el peso de la historia, y sin que ellos las estén siempre sometiendo a ellas. Por fortuna para quienes no estamos buscando cambiar radicalmente el mundo y la naturaleza humana, sino tratando de arreglar algunas cosas poco a poco y de manera pragmática, empezando por lo más grave, casi la mitad de las personas en Colombia se ha ido alejando, sin aspavientos ni gritería, de los extremos machistas que, eso queda claro, aún persisten. Con valores del índice de machismo entre 2 y 4 sobre 10, el 60% de las mujeres y el 61% de los hombres en el país parecen haberse acomodado a las nuevas épocas. Soportamos palo en las columnas, y hasta disfrutamos la Marcha del Orgullo Gay en Bogotá. Aún no todos hacemos pipí sentados, pero hacia allá vamos paulatinamente.

Un resultado sorprendente de este ejercicio es que, para los mismos niveles globales de satisfacción de mujeres y hombres, medidos como la proporción de personas que se sienten muy felices con sus vidas, para ellas se observa que el bienestar crece con el machismo, mientras que para ellos se da justamente lo contrario, los hombres feministas se sienten mejor que los machistas. Parecería útil indagar más sobre esta insólita tendencia que, por lo pronto, tiende a desvirtuar el rollo de que los valores patriarcales son una responsabilidad exclusivamente masculina.


domingo, 27 de noviembre de 2011

El machismo según colombianas reales


Friederike Harter

Cuando se abandonan las caricaturas universales o las preocupaciones intelectuales y profundas por el patriarcado milenario -que reflejan desinterés por la evidencia y poco ayudan a resolver los problemas concretos de colombianas reales y contemporáneas- y simplemente se sale a la calle en algún lugar del país a observar, se hace evidente que la cuestión del machismo es compleja y con matices. Se puede ilustrar esta anotación, y apoyar el principal resultado del índice de machismo construído para Colombia, con el testimonio de mujeres de Medellín sobre el machismo. Aún corriendo el riesgo de una muestra no representativa de las paisas de principios de los 90 -al ser recogida por una intelectual extranjera, tal vez centrada en destacar la precariedad de sus derechos- el resultado es mucho más sutil, ponderado y útil para el debate que las figuras decimonónicas simplistas.

Dioselina, nacida en los años cuarenta, de origen campesino, madre de ocho hijos y ama de casa. “Por qué se queda uno con el marido si no hay amor, ni respeto, ni nada bueno? ... El padre (de sus hijos) en este momento está viviendo por aquí, en el barrio, pero siempre se mantiene con unas viejas … Fueron siete hijos pero porque se iba, me dejaba, y al año que ya encontraba el otro nacido, venía y me dejaba otro y volvía y se perdía … Y siempre tenía otras mujeres y era borracho, pero no fui capaz de dejarlo”.

Rocío, nacida en 1942, casada, cinco hijos, ama de casa. “Yo me casé de diecisiete años, entonces a los veinte todo el mundo estaba quedado … Uno estaba ahí como una reina entre nubes de quien sabe qué … Antes del matrimonio trabajé poquito tiempo con este señor marido mío … Y como había dejado a su amante allá en Manizales entonces tenía que estar yendo y viniendo … Ella era casada, ya no vivía con su marido … no había forma de casarse con ella. El obstáculo más grande era su mamá, que era muy importante para él y nunca le hubiera aprobado esa mujer … Tampoco le era fiel a esa mujer, él conseguía en cada borrachera una … Fue por su mamá que se metió en semejante lío tan horrible (casarse con Rocío, que era virgen) .. (La noche de bodas) él salió y se acostó en un bordecito de la cama, así y no se volteó en toda la noche y así amaneció … Y la otra noche sí se acostó conmigo. Pues a mí me pareció horrible eso, eso no era nada bueno y me vino la menstruación y me puse muy enferma y él me gruñía por todo … Nunca fue buena esa parte de mi vida, la sexualidad, porque, primero, era una obligación y, segundo, él no era un buen amante, era un tipo de eyaculación precoz … La economía ha sido una carga muy pesada porque el otro dilapidó todo, se gastó todo y lo tiró a la jura en prostitutas, en viajes, en malos manejos”.

Cecilia, nacida en 1955, soltera, ingeniera química. “Tuve una adolescencia mística horrible. Me dio en un tiempo por pensar que tenía vocación religiosa … Éramos, somos, once hermanos en la casa, yo soy la tercera. Mi mamá no quería sino tener uno, el primero pero bueno, el medio donde vivía, la religión, mi papá … tuvo once, diez indeseados … Fue una mujer muy inteligente que aparentemente nos dio mucha libertad, pero realmente nos marcó mucho, muchísimo y más a las hijas. Por ejemplo, ninguna de las hermanas somos casadas … Yo no vine a sufrir el machismo sino hasta que llegué a la universidad y ahí dura un semestre, realmente, porque llegan los muchachos de su casa con una educación machista, se encuentran con las compañeras, se burlan, se ríen, hasta que se dan cuenta de que no hay tal, de que están en plan de igual a igual, o incluso que las mujeres podemos superarlos … Uno realmente sufre el machismo es en el trabajo, ahí sí golpea duro … Yo realmente me he enamorado muy pocas veces, muy, muy pocas … Mi vida ha sido muy medida por la razón y para mí la sexualidad es, cómo te dijera, yo creo que soy más bien fría”.

Juana, nacida en 1973, casada, estudiante. "Está bien que mi papá tenga otra mujer, pero que mi mamá no se dé cuenta, que la respete ... El que ahora es mi esposo tenía esa idea, que las mujeres tenían que llegar vírgenes, y no sé, de pronto se le ha quitado todo eso, porque desde novios lo preparé, porque yo sabía que él era muy machista. Entonces, yo lo cambié primero en ideas pa' después ...¡no, de verdad!".

Lía, nacida en 1960, dos hijos, médica. "(Mis padres) no nos encerraron en ese cliché hombre-mujer, o sea que en mi casa los hombres trapeaban, limpiaban, podían cocinar, lavar platos y tenían responsabilidades también con la ropa. Y a las mujeres nos enseñaron otras cosas, por ejemplo a disparar ... Al consultorio muchas veces me llegan niñas, mujeres no casadas, con la preocupación de si son vírgenes o no ... Qué importa eso -les digo- siéntase virgen si quiere ... (Mi esposo) en estos momentos no sabe si yo fui virgen o no. Nunca hemos hablado de eso".

María, de 1940, soltera, empleada del hogar. "Nosotros éramos catorce, quedamos diez; y hermanos medios son nueve, de una mujer son siete y de otra uno y de otra una. Eso fue en el mismo tiempo que mi papá estaba con mi mamá, que era la esposa, estaba con la otra, con la de los siete ... El moreno, por lo regular, deja a uno embalao con los muchachos, por conseguirse otra y otra y otra ... Nunca nos casamos, porque estando en embarazo de la muchacha, de esta última, se casó él, se casó porque tenía una novia y que la había perdido y que se tenía que casar con ella ... Y a los seis meses de haberse casado, él volvió y lo recibí, ya después me cansé ... Él siempre ha vivido con la esposa, pero con ella no tiene hijos, tiene más, pero por otro lado, ¡ay!, no ¡qué horror!".

Lucila, de 1973, trabajadora. "Y sí, he conocido pelaos de la sociedad alta ... Y a mí si me parecía que eran diferentes, más serios. Los pelaos de mi barrio eran los peores ... Entonces me conseguiré un muchacho de la alta, para que me prepare, o mejor un viejo, es que mejor los hombres de experiencia que uno sardinito ... Ellos son más serios; no buscan estar pues con todas las mujeres coqueteando, no, sino con una sola".

O sea que el machismo en Colombia no siempre muerde tan duro, como constató Cecilia en la universidad, demostró Juana preparando a su marido desde el noviazgo y supo Lía desde niña viendo a sus hermanos haciendo oficio doméstico. A veces la que más daño hizo, o la que tomó decisiones cruciales para el varón, fue una matriarca de esas que mandan. Según estas paisas, buena parte de los problemas no requieren ayuda del Congreso, o de la Corte Constitucional o de alguna ONG. Son arreglos domésticos, mecánica casera y nacional. Basta con identificar el daño y el doliente concretos y tratar de arreglarlos. Para lo que se requiere ayuda externa, por ejemplo, es para el machismo en el entorno del trabajo, que es donde Cecilia opina que se sufre más, donde "golpea duro". Paradójicamente, un tema como el acoso laboral no ocupa un lugar prioritario en la agenda flominista, aparentemente más preocupada por desprestigiar los arreglos de pareja anticuados que por ir a meter miedo con lo que pasa en las oficinas o las fábricas. De eso hablan más algunos columnistas hombres, que recuerdan como, en Medellín, los abusos en el trabajo no han cambiado mucho desde 1948, cuando se publicó la Mujer de cuatro en conducta.

Las mujeres pragmáticas de antes entendían con meridiana claridad lo mismo que sugieren las historias de Dioselina, Rocío y María, o la de los papás de Juana. Que en este país, cuando el machismo realmente hace daño, es con esa pendejadita que a Florence Thomas le parece tan simpática y banall'infidelité. Oh la la, qué despiste. Tiene mejor puestos los pies sobre la tierra colombiana Lucila, que a pesar de su bajo nivel educativo, definió como prioridad para emparejarse, sacrificando juventud y arriesgándose a un patriarca, que el muchacho fuera serio, pa' ella sola.