lunes, 18 de abril de 2011

Algunas seductoras con poder

De las mujeres que no son víctimas, el feminismo habla poco. La manera como conquistan a los hombres es un tema que se evade y cuando se aborda raya con el absurdo. Se consolidó el mito que lo más eficaz, y lo único válido, para el flirteo es ser intelectual, dando por descontado que coquetas o seductoras serán sometidas y subyugadas por todos los machistas, empezando por el de la casa. Si se atreven a ponerle una tarifa a sus dotes, peor aún. Dejan de existir o se las asimila a la carga de algún transatlántico. Como legado del patriarcado lo normal es suponer que las seductoras, “son mujeres que no han hecho un cambio real y no han resuelto los problemas de subordinación y sometimiento, pues tienden a reproducir una historia que ha sido muy fuerte ...  Si bien muchas ya no dependen de sus maridos y han ganado autonomía económica, aún se conservan algunas actitudes sumisas que repiten el modelo tradicional”. Seducir, en cualquiera de sus acepciones "engañar con arte y maña; persuadir suavemente para algo malo  ... atraer físicamente a alguien con el propósito de obtener de él una relación sexual ... embargar o cautivar el ánimo" es un arte vetado, indigno de cualquier mujer moderna y emancipada que, con los hombres, debe llegar a acuerdos racionales, a contratos explícitos, minuciosos y bien especificados. Como en la política idealizada, todo debe ser "a lo legal". 

A pesar de tan loables esfuerzos por tapar el sol con las manos, es evidente que existen mujeres seductoras que no sólo sobreviven, sino que se las arreglan muy bien. Esa observación es transparente para cualquiera que haya pasado por un colegio mixto, una universidad o una oficina y que, no cegado por alguna doctrina utópica, haya sentido en carne propia el descomunal poder de una mujer cuando sabe manejar sus encantos, administrar a sus pretendientes y explotar a los hombres en general. Algunas seductoras, en efecto, logran acumular enorme poder. Me atrevo a ir más lejos, para proponer que las mujeres que han tenido más influencia sobre los hombres, incluso sobre los poderosos, aún los del bajo mundo, han sido hábiles seductoras. Con la venia de las combativas, me temo que para las mujeres, la seducción puede ser más eficaz, aún como herramienta política, que la competencia o la negociación racional con los hombres. Tanto en la arena privada como en la pública. Sobre todo en un país en donde de manera recurrente se nos recuerda que la astucia produce mejores réditos que la meritocracia. 

En el mundo real, no en el de las míticas Amazonas o en la civilizada Escandinavia, en donde, por desgracia, para tener voz e influencia aún es imprescindible aliarse con los varones y, ya entradas en gastos, mejor con los poderosos, las seductoras astutas, me atrevo a sospechar, pueden tener más chance de mandar, de sacar adelante sus caprichos o sus reformas que las mujeres combativas e intransigentes. Uno de los errores crasos del feminismo ha sido el de desprestigiar, consolidando la herencia católica, una herramienta en extremo útil, versátil, passepartout, a veces demoledora, de las mujeres  para controlar el mundo y a los hombres: la seducción.

El primer indicio, arbitrario y extremo, a favor de esta aparente herejía es tan ilustrativo que merece capítulo aparte. Se trata de la Bella Otero que alcanzó a seducir a una fracción importante de la realeza europea, con breves y jugosas incursiones en el mundo empresarial. 

El segundo indicio es más lejano en el tiempo, pero más cercano al feminismo. Se trata de la célebre  Verónica Franco, poetisa, benefactora y defensora de los  derechos de la mujer. Considerada cortesana honesta, como su madre, fue educada por esta en el arte de utilizar sus encantos para lograr un matrimonio financieramente favorable. Luego de un primer intento fallido con un médico, se convirtió en cortesana de alto rango. Estudió y buscó sus propios mecenas. Formó parte de uno de los círculos literarios más famosos de Venecia, su ciudad. Participaba en debates y financiaba la publicación de obras poéticas.  Escribió varios libros de poesía, que tuvieron éxito. Con su venta  financió una institución caritativa a favor de las cortesanas y sus hijos. Con la llegada de la peste abandonó su ciudad y su casa fue saqueada. Al volver, la Inquisición la acusó de brujería. Gracias al testimonio de los nobles y a una brillante defensa suya la absolvieron. Ese mismo año propuso al municipio, sin que fuera aprobada, la construcción de una casa de acogida para mujeres indigentes.  "La naturaleza política y seductora de sus poesías, escritas en verso con un lenguaje altamente erótico, deja traslucir una fuerte preocupación por las mujeres desvalidas en una sociedad donde reina la desigualdad entre hombres y mujeres".

El tercer indicio a favor de mi conjetura es más familiar. Eva Duarte fue la cuarta de cinco hijos ilegítimos que crecieron en la pampa. A los 15 años se escapó a Buenos Aires para hacer carrera como actriz, o cantante de tango, o lo que fuera que no requiriera mucho estudio. Ni siquiera era muy hermosa, no tenía un buen pasaporte al paraíso. Pero rápidamente se dio cuenta de que los hombres estaban para servirle. Un magnate de la radio le dio un rol en una novela y la convirtió en estrella menor. Eso le sirvió para entrar en los círculos de poder. En una función a favor de las víctimas de un terremoto conoció al vice presidente, Juan Perón. "Gracias por existir; siempre estaré a tu lado". El general cayó a sus pies. Locamente enamorado, no sólo la instaló en un apartamento cerca de su residencia sino que empezó a invitarla a reuniones de alto nivel. Evita impuso sus condiciones. Logró lo que parecía imposible, que Perón dejara a su esposa, se casara con ella, su amante, y encima le diera carta blanca como primera dama. El paso siguiente fue seducir al pueblo. "A los descamisados les gusta verme hermosa; ellos no quieren una mujer mal vestida". Difícil pedir más claridad en la vocación política basada en la  seducción. Entre más se hacía querer, más dependía Perón de ella. Incluso dejó de ser mujeriego para consagrarse a Evita. Sin ningún cargo oficial se tomó el Ministerio de Salud y Trabajo y emprendió ambiciosas reformas a todo nivel. A su muerte, con solo 33 años ya era una figura nacional de culto.


El cuarto indicio es el más paradójico. Victoria Woodhull tuvo pocas amigas dentro del feminismo norteamericano del siglo XIX. Víbora, bruja impúdica, Señora Satanás, poco respetable, eran las respuestas a sus mensajes a favor del amor libre. El aislamiento que mantuvo del feminismo de la época fue lo que le permitió convertirse en una verdadera pionera en la defensa de los derechos de las mujeres. Sostenía que era en el dormitorio, no en las manifestaciones callejeras, donde se libraban las verdaderas batallas por la liberación. La séptima de siete hijos de una mujer analfabeta que se comunicaba con los espíritus, heredó esos dones y desde niña vio ángeles y empezó a predecir el futuro. Sus padres se la endosaron a un artista de mala muerte que cobraba  por la sesiones de clarividencia y que la violó dejándola casi en coma. El doctor que la salvó se casó con ella, cuando tenía sólo 15 años. Con educación deficiente, sus únicas herramientas eran las aptitudes para la seducción y unas ideas revolucionarias. Su esposo se convirtió luego en un borracho, derrochador y mujeriego que la llevó a prostituirse. A sus veinte años conservaba intacto un sex appeal que le permitió practicar una extraña mezcla de asesoría psicológica con servicios sexuales. Sobre sus pacientes enfermos practicaba un suave masaje mientras con una voz melodiosa y profunda los hacía sentir que eran el centro del universo. Se sentía orgullosa de sus "fuertes poderes sexuales" y creía que debía utilizarlos a fondo. Cuando el Coronel James Harvey Blood, veterano de la guerra civil, la visitó para una consulta lo sedujo en cinco minutos. Tan pronto él se recostó, ella entró en profundo trance, previó su futura unión y se lo llevó directo a la cama. Ambos se divorciaron de sus parejas y se fueron a vivir juntos. Dos años después, Victoria recibió otra orden del más allá. Debía ir a Nueva York para atender a Cornelius Vanderbilt, de 76 años. Lo atendió en duplex con su hermana y el magnate quedó tan agradecido que les montó su propia firma de corretaje. Con ese impulso, las Finance Queens hicieron una fortuna. La seguridad financiera le permitió entonces a Victoria dedicarse a la política a favor de las mujeres. Fundó el partido por la Igualdad de Derechos y alcanzó a ser candidata a la presidencia. Su insistencia en que la liberación de las mujeres empezaba en el terreno sexual la terminó destruyendo políticamente. Tales prédicas no encajaban en la puritana Norteamérica.


El último indicio, el más contemporáneo, es Pamela Harriman, madrina política de Bill Clinton y, por ende, de Hillary. Nacida en un condado de baja aristocracia rural inglesa, Pamela Digby, educada como sofisticada lady, no tardó en darse cuenta que ese ambiente le era insuficiente. En sólo una noche logró concretar al hijo de Winston Churchill. Pero no se tragó entero el cuento de sangre, sudor y lágrimas. Luego de darle un nieto a Churchill, con mucha visión se dedicó a los norteamericanos importantes afincados en Inglaterra, incluyendo al embajador. Después se volvió internacional, conquistando al príncipe Alí Salmon, hijo del Aga Kan. Siguió con Giovanni Agnelli con quien alcanzó a planear matrimonio hasta el punto de convertirse al catolicismo. Las presiones familiares del grupo FIAT le ganaron el forcejeo, dándole una generosa compensación. Puso entonces los ojos en Elie de Rotchild, al que siguieron Spyros Niarchos y Albert Rupp Jr. En 1955 se dio cuenta de que la vieja Europa era insuficiente y se instaló en Nueva York. Más por neutralizarla que por hacerse su amiga una de las damas más encopetadas de la ciudad, Elizabeth Cushing Roosevelt, buscó introducirla en los círculos que tocaba, sin tener ni idea de que su esposo, Jock Whitney, ya había sido amante de Pamela en Londres. Luego de una delicada operación para tratarle un cáncer de útero, Pamela pasó su convalecencia alojada en la mansión Whitney, en Manhasset. Allí le presentaron a Leland Hayward, el productor de moda en Broadway, que cayó a sus pies. Antes de su último éxito, The Sound of Music, ya se habían casado. La salud de Leland se deterioró y murió en 1971. Toda su fortuna quedó a nombre de Pamela y no de los hijos del matrimonio anterior del productor. En el mismo funeral, apareció Averell Harriman, un anciano político, influyente y millonario, que acababa de quedar viudo. Había sido un personaje clave en la firma de los acuerdos de París tras la guerra de Vietnam. En 1980, tras el triunfo republicano de Reagan, Pamela y Averell crearon PamCA, un comité de acción política. Él murió en 1986, y para parar la reelección de Bush ella empezó a recordar la sorprendente victoria de J.F. Kennedy. Se necesitaba un líder demócrata, joven, apuesto y con ese mismo carisma. Su equipo se puso a la tarea de buscarlo. Encontraron a Bill Clinton cuyo currículum, a los 46 años, iba tan sólo en la gobernación de Arkansas. Hillary, además, encajaba, con un perfil más moderno, en el recuerdo de Jacqueline. Pamela le apostó toda su energía y un buen trozo de su fortuna a los Clinton. Como retribución, en 1993 fue nombrada  embajadora de los EEUU en París, ante la furia de los burócratas del Departamento de Estado. Para los franceses, se trató no solo de "una divertida muestra de la faceta golfa del nuevo presidente americano" sino que anotaron que gracias a su encanto se logró un período fructífero de relaciones bilaterales. Clinton había acertado nombrando esa mujer con virtudes de cortesana que deslumbró a los franceses. Pamela murió como tal vez soñó cuando niña, en la piscina del Hotel Ritz. Recibió con carácter póstumo la Gran Cruz de la Legión de Honor.


En la literatura sobre cortesanas ni se asoman las mujeres intelectuales, precozmente preocupadas por el medio ambiente, interesadas en la geopolítica y con conciencia social. Eso, si acaso, ocurre más tarde, cuando llegan a la cumbre. Muchísimo menos se percibe malestar por lo masculino, que conocen y aprovechan. Para el ascenso, se trata de seducción pura, instintiva, dura, audaz y maquiavélica, cuyas técnicas serían instructivas para cualquier mujer sobre cómo es la lucha con los hombres poderosos, y cómo se pueden controlar, manipular, incluso explotar. Definitivamente no es a punta de sacarles promesas o contratos, o insistir en que hagan oficio, y mucho menos con regaños y cantaleta.

No quisiera que el resumen de estas biografías se tomara como una sugerencia de que la audacia en la cama y el arribismo son la única, o la mejor, vía. Ni más faltaba teniendo hijas a quienes, tal vez de ingenuos, les hemos insistido que el camino más fiable y correcto es el de la educación. La recomendación para el feminismo es más simple. Parecería conveniente, primero, aceptar que las mujeres coquetas y seductoras pueden existir, reconocerles ese derecho básico. Una vez tragado ese sapo, entender que algunas de ellas son políticas o empresarias pragmáticas, no intelectuales idealistas que quisieran que el mundo fuera como no es. Superado este segundo escollo, reconocer que a algunas les funciona esa estrategia y que, paradójicamente, acumulan mucho poder. Parecería por lo tanto apenas sensato identificarlas, contactarlas, y en lugar de pretender ignorarlas, de insultarlas o buscar trasformarlas, tratarlas como aliadas, ganárselas y, si es posible, reclutarlas. 


No es mucho lo que se sabe en Colombia sobre este tipo de mujeres audaces. Pero es difícil creer, como pretenden las feministas, que sean inexistentes, o estén en vía de extinción. Simplemente, como pasa con muchos líderes en el país, no han tenido ni el tiempo ni la vocación para escribir sus memorias. Pero valdría la pena proceder a hacer un inventario. Estas mujeres con berrinche y con las riendas del poder o los negocios bien cogidas, serían invaluables aliadas para mucha reforma. Hasta podrían ayudar en la larga lucha por la legalización del aborto, que en Colombia pinta peliaguda y con la que casi seguro se identifican, pues ante todo son pragmáticas. Sin duda ellas, que sí saben de hombres,  que no se lamentan por su naturaleza sino que la disfrutan y le sacan todo el jugo posible, sabrán seducirlos con la mezcla precisa de fiereza, cariño y habilidad. Incluso a los obispos retrógrados los abordarían de manera más astuta y eficaz que escribiéndoles con estridencia que es inadmisible que piensen como piensan. Además, aportarían una pizca de optimismo, frescura y buen humor, que tanta falta hacen en las filas combativas. Es casi seguro que las seductoras, con o sin poder, ya piensan como Vera, esa otrga frgancesa que, con la misma egre gutural tan familiarg en la discusión de estos temas, les daba semanalmente porg TV sus trguquitos de belleza y les recorgdaba risueña "¡qué fácil serg mujerg!".