miércoles, 27 de abril de 2011

Susanitas y Mafaldas colombianas

Hace muchos años, en Colombia hubo debate público entre las Mafaldas y las Susanitas. En 1982, por ejemplo, a raíz de la celebración del Día de la Mujer, salió un artículo Feministas vs. amas de casa, en el cual una Susanita defendía su posición: "el hogar debe ser el objetivo vital, sacar los hijos adelante y darles bases sólidas para que, en un mañana, sean profesionales honestos". La Mafalda, a su vez, criticaba al feminismo colombiano por haberse centrado en la liberación sexual. Luego, el debate se convirtió en monólogo y ahora va en regaño. Y, salvo en las revistas para mujeres o con mujeres desnudas, de sexo se dejó de hablar para centrarse en los golpes, las violaciones y el tráfico de seres humanos.

Con la Encuesta Colombiana de Valores (ECV) es factible construir un indicador para identificar a las Susanitas y las Mafaldas en el país. También se le puede sacar provecho a la pregunta de esa encuesta sobre qué tan felices se sienten las personas, para así tener una idea sobre la satisfacción global con sus vidas de unas y otras, y contrastar el mito según el cual sólo las Mafaldas se pueden sentir realizadas.

Es una lástima que esta encuesta no tenga mucha información sobre los asuntos de pareja. Solo dos preguntas tienen algo que ver con esos menesteres. La variable clave para la construcción del índice fue el acuerdo/desacuerdo con la idea de que ser ama de casa es tan satisfactorio como tener un empleo pagado. Con base en esta y otras cuatro variables de la ECV -con la metodología que se puede ver aquí- se construyó un índice que agrupa a las compatriotas en tres categorías: las Mafaldas, las ni S ni M y las Susanitas. El tamaño de la muestra utilizada es de 582 mujeres.

Conviene hacer explícito que el indicador construido no tiene nada que ver con que la mujer tenga un empleo o no. No es algo tan burdo como Mafalda trabaja, Susanita es ama de casa. Se trata de lo que piensan y opinan las mujeres, de sus valores. Esta versión de la ECV no da información sobre situación laboral, pero lo más seguro es que allí aparezcan Susanitas que trabajan y, también, Mafaldas que no lo hacen.

El ejercicio de comparar este índice con otras variables disponibles en la ECV arroja resultados interesantes. En términos generales estos datos sugieren que las feministas, y en general los intelectuales, le deberían empezar a poner más atención a todas las colombianas, y no sólo a las que piensan de determinada manera. En estado puro o mezcladas, las Susanitas -que valoran el hogar, quisieran muchos hijos y no les interesa la política- no sólo son mayoría en el país sino que, sorpresa, se sienten más satisfechas con sus vidas que las Mafaldas. El trillado cuento de que una mujer con valores tradicionales es siempre una víctima toca revaluarlo. O, tal vez, agregarle la nota alarmante de que el machismo ya desarrolló sofisticados mecanismos de lavado cerebral para las mujeres sometidas.

Un resultado nítido es que ser, o mejor estar, Susanita es una característica femenina que se intensifica con la edad. Entre las jóvenes, las Susanitas no llegan a una de cada cinco mujeres. Entre las cincuentonas ya casi son mayoría. La atracción que ejerce el hogar es continua y sin cambios bruscos: recluta más o menos 1% de las mujeres por cada año que cumplen. Las Mafaldas, por el contrario, van desertando desde que dejan de estudiar. A los 30 ya empiezan a ser menos que las Susanitas y al borde de la tercera edad son casi la tercera parte de sus rivales.

A pesar de que la afiliación a su equipo aumenta, la satisfacción de las Susanitas con sus vidas se va deteriorando levemente con el paso de los años. La realidad parece ser más dura que los sueños juveniles. De todas maneras, y salvo al final de sus vidas, entre las Susanitas es siempre mayor el porcentaje de quienes manifiestan sentirse muy felices con sus vidas. El bienestar de las Mafaldas, por el contrario, parece consolidarse con el tiempo, pero en dos tramos muy definidos, pues sufre un rudo golpe cuando cumplen treinta años. Les toma dos décadas recuperarse, y sólo para la época de los balances vitales se retorna a la euforia juvenil. Es también hacia el otoño que, por primera vez, las Mafaldas manifiestan sentirse más satisfechas que las Susanitas. Eso de hacerse mujer y gozárselo toma su tiempo.


La maternidad tiene un gran poder catalizador sobre la afiliación a las dos grandes ligas. Es factor determinante del reclutamiento de Susanitas, y de deserción de las Mafaldas. Entre las últimas, el primero, el segundo y el tercer hijo reducen en cerca de 10 puntos cada uno su participación en el total de mujeres. El cuarto vástago ya no las asusta.

El primer hijo tiene un efecto distinto dependiendo de si le llega a una Mafalda o a una Susanita. Entre las primeras, produce un claro impacto de desafiliación: 12% se salen del club. Entre las Susanitas, contrario a lo que cabía esperar, el primer hijo también implica deserción, aunque más leve. A partir del segundo, más hijos sí implican más Susanitas reclutadas y a un saludable ritmo.


En términos del bienestar que traen los hijos bajo el brazo, la diferencia entre unas y otras es marcada. Mientras que para las Susanitas la realidad de los pañales parece ser más dura que jugar a ser mamá, entre las Mafaldas ocurre lo contrario. El primer hijo las pone más contentas que sus coequiperas que no lo tienen. El encanto del primogénito, sin embargo, es transitorio. Con el segundo, el tercero y aún los siguientes, las Mafaldas vuelven al mismo nivel de satisfacción de cuando no eran madres. Un 40% de mujeres muy felices parece ser el punto de equilibrio de las Mafaldas. En las Susanitas, por el contrario, cada hijo adicional va haciendo que la vida parezca más dura. No es fácil explicar satisfactoriamente estos resultados, sobre todo el del choque único y pasajero de la primera maternidad de las Mafaldas. Maitena es la única que ofrece algo que pueda ayudar a entender lo que ocurre.

La geografía de las Susanitas en Colombia está bien definida. Se concentran y casi quintuplican a las Mafaldas en la Costa Norte. En los Santanderes, y en menor medida en Medellín y la zona cafetera, las Mafaldas superan numéricamente a sus rivales. A pesar de contar con más adhesión en los departamentos costeños, es allá también donde las Susanitas se sienten menos felices. Mi mamá diría que es porque al casarse se dan cuenta de que el príncipe era más rumbero y mujeriego de lo que pensaban, o que el beso no hizo efecto sobre el sapo. Donde mejor se sienten las Susanitas es en los climas fríos y templados, lejos del trópico y sus bochornos. Las Mafaldas santandereanas son las únicas que, juepuerca, son más, y se sienten más felices, que sus rivales regionales.


En cuanto al número de afiliadas, el mafaldismo recibe su primer golpe con el emparejamiento formal. El choque del matrimonio es duro: abandonan las filas una de cada dos, que rápido se inscriben en el club rival. Aunque de manera leve, es más fácil reclutar Mafaldas entre las separadas o las que viven en unión libre. El otro resultado llamativo es que el mafaldismo como manera de ver la vida prácticamente muere con el esposo. Entre las viudas, tan sólo un 5% son Mafaldas, menos de la décima parte de las Susanitas que, en ese estado, llegan al 58%.


El estado civil con menor proporción de mujeres muy felices es la unión libre. Sorprende que para las Mafaldas, que uno sospecharía más liberadas, la incertidumbre del concubinato sea aún más dura que para las Susanitas. Como mejor se sienten las Mafaldas es separadas. Ese estado civil es aún más plácido que la soltería. Para ellas, casarse no afecta su bienestar. Para las Susanitas, por el contrario, el matrimonio las baja un poco de la nube. Un indicio serio de que a las Mafaldas no les gusta convivir con un hombre es que, en ese equipo, incluso las viudas se sienten mejor que las casadas.


El perfil por estratos es algo extraño. Para las Susanitas, el ascenso social implica una leve deserción. Pero las que se quedan en esas filas, a mayor estrato se sienten más satisfechas. En las Mafaldas, por el contrario, la mejor posición social conlleva mayor número de adeptas. Es probable que esto tenga que ver con el nivel educativo. En el estrato alto, sin embargo, las Mafaldas no se sienten muy cómodas. Tal vez les molesta sentirse egoístas, o neoliberales, o arribistas. Sea lo que sea, no disfrutan la buena posición social.


Como es usual en Colombia, la faceta política trae cosas obvias pero también sorpresas. Lo que se podía sospechar es que a la derecha hay muchas más Susanitas que Mafaldas. Una primera sorpresa es que el número de Mafaldas entre las derechistas -una de cada cinco- no es tan despreciable. Aún más inesperado es el resultado que a la izquierda del espectro político la proporción de Susanitas es idéntica a la de Mafaldas. Parece una herejía: sí existen Susanitas que manifiestan estar de acuerdo con las ideas progresistas. El tope del asombro, sin embargo, es que ser de izquierda y, simultáneamente, soñar con una vida hogareña y muchos hijos, es la cresta de la ola, casi la total (81%) felicidad. Es algo como quedarse con el pan y con el queso: desde la casa soñar con un mundo mejor.


Las sorpresas políticas no terminan allí, lo básico de izquierda o derecha es apenas el abrebocas. El verdadero bombazo es que la proporción de feministas es mayor entre las Susanitas puras (13%) y las no bien definidas (14%) que entre las mismísimas Mafaldas, que no pasan de un magro 8%. Eso en cuanto la faceta digamos ideológica, definida aquí como quienes manifestaron en la ECV tenerle mucha confianza a los movimientos feministas. Con el activismo pragmático, el de quienes participan activamente en grupos de mujeres, los resultados son similares: hay una mayor proprorción de feministas entre las Susanitas que entre las Mafaldas.


Definitivamente las Susanitas colombianas son nobles. Con todo el palo que les dan las intelectuales y el desprecio que les tienen las columnistas, que sólo hablan de ellas cuando las pueden utilizar como víctimas, que las tildan de egoístas, insensibles, cortas de espíritu, soñadoras, que les auguran una vida sentimental de fracasos, con todo esa discriminación, ahí siguen al pie del cañón. No sólo apoyan más el movimiento feminista que las ignora y margina sino que le meten más el hombro a los grupos de mujeres que esas quejetas, sensibles, altruistas, instruidas y socialmente conscientes Mafaldas. Siempre es que ayuda eso de ser madre y saber disfrutarlo.

Caricaturas tomadas de
Marc Dubuisson y Pauline Perrolet (2011). Le sexe fort fait de la résistance. Hachette Livre