martes, 19 de abril de 2011

En defensa de Susanita

Para los hombres cuyas preocupaciones cotidianas son la injusticia social, el medio ambiente y la firma del TLC, Mafalda se acerca a la mujer ideal. Para los que tenemos a diario cuitas más profanas, como pagar las cuentas, hacer las tareas del día, tratar de estar contentos y saber en qué andan los hijos, Susanita puede ser mejor opción.

No sorprende que entre nuestros formadores de opinión, más cercanos al primer bando, Mafalda haya sido tan alabada. A veces idolatrada. Daniel Samper padre –el hijo no es mafaldero- cuenta cómo “la estudié con admiración; la cité en polémicas públicas con políticos y gobernantes, mientras ellos disparaban párrafos de Kant y de Churchill; escribí acerca de ella; coleccioné sus libros …. Ella sería la única con capacidad de entender esas conexiones que a nosotros se nos escapan y de poner en entredicho el acomodado equilibrio institucional con un comentario”.

A Susanita, por el contrario, fuera de calificarla de frívola e ingenua, no se le perdona su falta de compasión por los demás. “Los incontaminados son aquellas altas clases sociales ... que dan interpretaciones insulsas a la problemática de la otra gente porque solo la ven desde su perspectiva y simplemente piensan que la sociedad sería perfecta si la gente no bien se comportara como la gente bien … (como) Susanita, que al ver a un gamín dice: Es que además de pobre e ignorante si no se baña y se viste como toca, nunca va a salir adelante”. Auto acusándose de sinvergüenza, Quino, su padre, admite que "la verdad es que no queda ningún Felipe. Sólo hay hijos de puta, como Susanita".

Sería interesante hacer una encuesta entre intelectuales y líderes políticos progres para ver si, al final, se organizaron con una Mafalda pura, con una más o menos, o con una franca Susanita. De cualquier manera, hacia afuera el mensaje -más una campaña ideológica que una radiografía de lo que ocurre- es claro: con los hombres, las Susanitas no llegan lejos, no se los levantan. Un cineasta mexicano alcanzó a sugerir que Susanita envejece fea y se queda esperando al príncipe azul. Es “aquella típica solterona que nunca pierde las esperanzas de conocer al hombre que la sacará del ostracismo y las ansiedades propias de su condición”. Ni siquiera la considera una solterota, que escogió su estatus. Nada, se friega, por inculta e ilusa.



El desprecio de los intelectuales por la amiga de su heroína ha encajado bien en la antipatía que les produce a las floministas. El supuesto de partida es simple: ser Susanita es un vestigio del patriarcado. Es algo impuesto. No puede ser una decisión libre de ninguna mujer. "Hubo un tiempo en el que las mujeres eran lo que sus hombres disponían. Susanita, el personaje de Quino es un fiel reflejo de ese modelo femenino, tradicional que buscó la felicidad absoluta en el matrimonio, los hijos y en servir al marido abnegadamente".

Pauline Perrolet, autora de dos tratados sobre el sexo fuerte ofrece en su blog una viñeta que aborda ese tema tan deformado por los intelectuales como detestado por las Mafaldas: los éxitos de las Susanitas conquistando. Vale la pena traducirla.

Pauline da en el clavo, con un golpe certero a la pretensión, insólita y contra intuitiva, de que una mujer que desde niña en lo único que piensa es en darlo, que vive para darlo, no podrá conseguir a quien, simplemente porque no aporta reflexiones brillantes, ni es progresista. La deformación sobre la capacidad de levante de las Susanitas no alcanza a exasperar, produce ternura por lo ingenua. Pero no deja de ser un atentado contra el sentido común. Por definición, por su esencia -querer casarse, tener hijos, atender a su hombre- las Susanitas son más hábiles en el arte de seducir que las Mafaldas.

Eso lo tenía claro mi mamá, que me prevenía contra la cascarita que ponían algunas mujeres. No se usaba la denominación, pero el perfil que salía de sus sermones era el de las Susanitas audaces. Esas peligrosas jóvenes al acecho actuaban, más que protegidas, impulsadas por sus mamás. Las tretas seductoras se transmitían de madres a hijas, como las artes de las cortesanas. Eran, según ella, el producto de una peculiar forma de matriarcado. La preocupación por esas habilidades venía de más atrás, por lo menos de mi abuela, que hablaba de dos tipos de inteligencia, la buena y la mala. Sólo la primera servía para estudiar y, trabajando con esfuerzo, salir adelante. La segunda era más difícil de detectar y de definir -menos evidente, una especie de malicia indígena, de astucia- pero no menos eficaz. Y en las mujeres, había que temerle. Fuera de referirse tangencialmente a la embarazosa trampa que podían ponerme, mi mamá nunca entró detalles. Pero era obvio que se refería a la necesidad de defenderme del poder seductor de ciertas mujeres. Para ella esas jóvenes, por no tener inteligencia de la buena, "ni les interesa estudiar". No eran Mafaldas. En retrospectiva constato que de mis amigas adolescentes, o las de mis hermanas, las que mayor desconfianza le producían eran las Susanitas intensas y con iniciativa, las de maquillaje y tacón alto precoces, malas alumnas, que no se perdían una fiesta, se quedaban hasta el final y "ni siquiera se sabe quien las recoge". Su desconfianza con ellas no era por razones políticas, algo que la tenía sin cuidado, sino por su coquetería e indudable eficacia para el flirteo. "¿Viste cómo ese muchacho se dejó engatusar?". Es pertinente aclarar que en ese departamento rara vez se entrometió mi papá. Cuando ocasionalmente lo hizo, fue enviado por mi mamá, que era la especialista del área, con expertise que venía por la rama materna de la familia.

Un tema que no se ha investigado en detalle pero sobre el cual la evidencia informal es recurrente, es el de los ejecutivos extranjeros que llegan al país casados con Mafaldas de vanguardia y cuyo matrimonio salta en pedazos por efecto de la seducción artesanal de Susanitas locales. A la mamá de una amiga que se pensionó de una aerolínea extranjera le alcancé a escuchar que casi todos los gerentes expatriados con los que trabajó quedaron atrapados por una magistral combinación de servilismo y malicia indígena. En España pasa algo similar. El manejo hábil del papito por colombianas y caribeñas bien alejadas de los ideales de Mafalda causa estragos. Con un par de amigos que, sin ser proxenetas, hemos trabajado con prostitutas, estudiándolas durante varios años, ya somos escépticos con el término de trabajadoras sexuales. Casi todas son Susanitas, es nuestra conclusión. Lo que buscan es parejo. No necesariamente un príncipe, pero si un tipo, mejor rico, que las mantenga. Es eso lo que define el éxito en el oficio. Lo más gracioso es que, sin que ellas lo soliciten, se pretende redimirlas, como si hubieran sido raptadas, con cursos de artesanía y de derechos humanos. Cuando lo que les sobra es maternalismo y sensualidad, que les brotan por todos los poros. Es tal vez por eso que en la industria del rescate las ningunean, y las tratan como menores de edad. Como las esposas victorianas, no se soporta que dominen el arte de la seducción. Si a eso se le suma puritanismo anglosajón y empoderamiento sueco queda clara la lógica del mito contemporáneo de que todo el sexo venal es forzado. Y que la solución será mandarle la fiscalía a esos extraños seducidos-victimarios.

Las Susanitas que cobran por horas dan para varios escritos, algunos basados en encuestas. Por el momento, como abrebocas, copio el mensaje de una compatriota de 22 añitos, con nombre de virgen, que conquista en España. En el edulcorado ambiente intelectual del debate de género, no se acepta que eso –la seducción como habilidad de la mujer casamentera, incluso de una escort- se pueda considerar un comportamiento voluntario, mucho menos estratégico y muchísimo menos algo ajeno a la precariedad económica. El raciocinio es simple: si de eso tan humillante queda algo, es porque es forzado.

Incluso en mi casa, en donde se le han dado varias vueltas a las complejas aristas del dilema, alguna vez que me atreví a sugerir que como parte de la educación se deberían recuperar las artes seductoras, me iba metiendo en problemas. La reacción automática en estas discusiones es señalar que, para las mujeres, existe una clara incompatibilidad entre seducir por un lado o educarse y trabajar por el otro. La vieja y patriarcal dicotomía entre la madre y la puta, poco a poco, fue reemplazada por la de Mafalda y la esclava sexual. Dejando de lado a las Susanitas.

Para las mujeres, sigue vetado seducir. En el perfil que hace un semanario francés de Anne Lauvergeon, la reina del átomo, que dirige Areva y es la única mujer francesa a cargo de una multinacional de ese tamaño, la discusión de que se trata, también, de una mujer femenina, la transa Jacques Attali afirmando que "Anne no está en lo de la seducción sino en lo intelectual ... en el trabajo, es un hombre". Y esto ocurre en un ambiente en el que, a raíz del escándalo de DSK, se ha recordado hasta la saciedad la capacidad de seducción de los políticos. Anne Sinclair, la esposa de DSK, lo confirmaba en una entrevista en el 2006 ante la pregunta de si le molestaba que este fuera mujeriego. "No! Estoy incluso orgullosa de eso. Para un político es importante seducir".

Fuera de la ficción, donde es tema central, sobre las estrategias seductoras de las Susanitas del montón no se ha escrito casi nada. Todo lo que tengo son anécdotas, algunas cercanas, que tienden a corroborar varias intuiciones. La primera es que las Susanitas no sólo levantan sino que se llevan a los mejores partidos. Un cacao o un ejecutivo estrella no se casa con una Mafalda, contrata varias para su empresa. Lo mismo puede decirse de los políticos que escogen minuciosamente la que esperan sea su primera dama, su Lady Di. Los deportistas o cantantes, ni hablar. Incluso Quino, el padre de Mafalda cuenta cómo es Alicia quien le resuelve su relación con el mundo. Yo me atrevería a extender la intuición a intelectuales brillantes, tipo premio Nobel, a quienes se los llevaron unas Susanitas.

“Patricia … todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien”.


“Por un reflejo que ya formaba parte de mi vida desde hacía cinco años miré hacia la casa de Mercedes Barcha. Y allí estaba, como una estatua sentada en el portal, esbelta y lejana, y puntual en la moda del año con un vestido verde de encajes dorados, el cabello cortado como alas de golondrina y la quietud intensa de quien espera a alguien que no ha de llegar”. Hermosa descripción de una Susanita.

La segunda intuición, que ayuda a explicar la primera, es que las Susanitas son más hábiles para seducir que las Mafaldas. Juliana, a pesar de ser profesional exitosa con varias especializaciones y trabajadora incansable, no duda en autocalificarse como 100% Susanita. Me cuenta cómo cuando joven, ante el desafío de tener que levantarse su príncipe azul sin dárselo, optó por una estrategia basada en las artes culinarias. “No sabía ni fritar un huevo. Apenas me di cuenta de que a él le encantaba comer bien, ví que por ahí era la cosa, que para conquistar a ese hombre no se necesitaba inteligencia sino habilidad en la cocina”.

La última y sin duda más polémica intuición es que las Susanitas, cuando no son sometidas a golpes -algo que ocurre pero que está artificialmente inflado- tienen mayor poder sobre los hombres que las Mafaldas. La seducción, por la cama, la cocina o el simple trato cariñoso, es una de las herramientas más eficaces para civilizar o por lo menos domesticar a los machos. Tiene la ventaja de no requerir tiempo completo, es compatible con cualquier actividad laboral. Basta con unas horas, unos pocos minutos de calidad. La seducción es tal vez la única vacuna eficaz contra cascaritas, prepago o de otras Susanitas audaces. Son evidentes sus ventajas sobre el enfrentamiento ideológico para el buen clima, la cordialidad, e incluso el poder relativo de la mujer en la pareja. Los vainazos gratuitos y recurrentes contra los hombres, inútiles en la tribuna pública, pasan a ser nocivos cuando se vive con uno de ellos. Son más potentes el cariño y la seducción. Y es sensato guardar el garrote sin desgaste para cuando realmente se requiere. Por ejemplo, cuando los hombres abusan de sus poderes seductores en el trabajo o en las aulas. Los beneficios potenciales de la seducción femenina son tan evidentes que incluso a la más combativa anti Susanita del país se le han escapado algunas confesiones. "Mejor dicho, a veces quisiera ser ingenua, medio ciega, tener medidas corporales 90-60-90, tener un amante rico y ser feliz. A veces quisiera no ser Florence".

Hace unos meses, una película mexicana me hizo caer en cuenta del vacío que existe en el país sobre la sexualidad de las clases populares, donde abundan las Susanitas. Más allá de violaciones y golpes, que existen pero no son la norma que se pretende hacer creer, es poco lo que se sabe. Un par de estratos hacia arriba, nadie habla de lo que ocurre en los moteles, en donde por definición el flirteo es consensual. Ni siquiera se sabe si los frecuentan más las Susanitas para no aburrirse en sus casas, las Mafaldas acosadas, las arribistas, las que firman contratos y cierran negocios con un polvo mágico, o las que alteran la marcha de los procesos judiciales.

Buena parte de las mujeres, las comunes y corrientes, sólo parecen interesarle al feminismo cuando son víctimas de la violencia machista. La literatura light sobre las muñecas de los mafiosos, plagada de Susanitas, al igual que las memorias de una gran cortesana nacional no han sido consideradas dignas de análisis o debate. A pesar de que se vendieron miles de copias piratas en los semáforos e inspiraron telenovelas con gran audiencia. Y a pesar de la jugosa información que contienen sobre la violencia y las mujeres colombianas. Es obvio que no son útiles para el discurso contra el patriarcado, pues parecen disfrutarlo. Contra toda evidencia, se sigue sosteniendo, como pensaba una Mafalda de mi entorno, que la clave del romance, son el estudio, las buenas calificaciones y la pilera en el trabajo. Algo como "sin buenas notas no hay paraíso". Que suena tan fofo y contra evidente como "si no te fijas en Mafalda, te quedas soltera".