lunes, 19 de diciembre de 2011

Las piernas y las agallas de Virginia Vallejo


Publicado en la Siila Vacía, Diciembre 20 de 2011
Unos meses antes del asalto al Palacio, en la hacienda Nápoles, Pablo Escobar quiso que Virginia Vallejo conociera a los amigos que "le hicieron el contacto con los Sandinistas". Estaban "preparando algo grande" y quería su opinión. Alvaro Fayad no quiso verla y el encuentro fue sólo con Iván Marino Ospina, recién depuesto comandante. Ella lo describe como un seductor torpe. "A su lado Escobar parece un Adonis ... no despega de mi rostro, ni de mi cuerpo, ni de mis piernas una mirada inflamada que hasta el sol de hoy no recuerdo haber visto en otro hombre". Virginia los deja solos y al volver lo oye preguntando si ese hembrononón podría ser parte del pago acordado por la vuelta. “¿Usted de dónde la sacó tan completica? Uuyyy, hermano, como cruza y descruza esas piernas … y cómo huele … y cómo se mueve! ¿Así es en la cama?”. Escobar no se ofende pero rechaza la propuesta. Cuando Ospina sale, ella pregunta cuál es el encargo para el M-19 y Escobar le responde que se trata de "recuperar mis expedientes y meterles candela". 
Se puede o no creerle a Virginia. Difícil imaginar por qué inventaría tal historia, que no favorece al Patrón, ni a ella. La escena es consistente con lo que  se sabe de antes de la toma. A esas alturas su amante ya le tenía confianza. Los pormenores son tan verosímiles como los de sus encuentros íntimos con Escobar. Un aporte esencial del relato es la ambientación de los preparativos de la toma: fue planeada no sólo por próceres preocupados por la paz, o líderes amnésicos, sino también por guerreros regateando por una mujer. 
Fue la Vallejo amante de Escobar, no la periodista con contactos, quien pudo saber, como pocas personas en el país, lo que pasó el 6 de Noviembre de 1985. Necesariamente fragmentaria -la preocupación de Escobar eran los expedientes- la información de su libro sobre la toma es más coherente que el conjunto de escritos o declaraciones del M-19 y sus incondicionales banalizando ese asalto. En sus charlas posteriores con el capo hay un par de conjeturas sobre los desaparecidos. Es una fuente pertinente que hace aún más lamentable el infundio (nadie supo de esa aventura) al que aún se aferra la cúpula.  
Lo que revela la amante del Patrón hace añorar otros relatos. Las novias del M-19, según Virginia varias colegas suyas, también fueron observadoras privilegiadas pues como anotan los sabuesos, "de las sábanas salen muchos secretos". Sin ser historiadora rigurosa, la Vallejo tuvo las agallas de escribir sus memorias, hacer público su romance y contar lo que supo por ese actor clave del conflicto y de la toma. A su manera ha contribuído a aclarar los hechos, y la justicia la ha tenido en cuenta. Otras periodistas menos light, tal vez más progresistas y mejor informadas, no tuvieron la entereza de airear sus conflictos de interés, ni han contado lo que saben. Ese silencio ha contribuido a sacar del foco y a edulcorar una acción delirante, que está pasando a la historia como el error brutal, casi personal, de unos pocos que ya no pueden revirar. Desdibujando los antecedentes, ocultando cómplices y banalizando el alcance, se ha deformado por completo tanto el asalto como la chapuza militar para contenerlo, haciendo aún más difícil aclarar la responsabilidad por las desapariciones. Lo que pretendía el M-19 al tomarse el Palacio hace parte de ese "territorio de la memoria en disputa" y es crucial para valorar y juzgar la retoma. 
Dada la desfachatez de los ex M-19, que hasta se indignan porque no se hace justicia con los desaparecidos tras un incidente que ellos mismos distorsionaron y opacaron hábilmente, para avanzar en la verdad sobre el ataque al Palacio caerían bien más autobiografías tardías de amantes de guerreros. Una muy útil sería la de la periodista novia de un dirigente del Eme que, dice Virginia, vio con ella la toma por TV.
Esa discreta comunicadora, mejor informada que cualquiera, podría corroborar la idea de Jaime Castro que el  “juicio armado” era tan sólo el inicio. Una observación elemental, que una guerrilla curtida en negociar secuestros no iba a dejar de extraerle el máximo jugo posible a tan prominentes rehenes, aún no cala en el debate. Una estrambótica tinterillada desplazó la explicación más lógica y parsimoniosa: entrando al Palacio, reteniendo a los magistrados y negociando a cuenta gotas su entrega desde las montañas de Colombia, a donde pensaban llevarlos, los del Eme iban “con las armas al poder”, al otro Palacio. ¿No era esa su razón de ser, su ADN? 
Escobar pensaba que la destrucción de los expedientes sería sencilla. Le habían vendido la idea que lo del “juicio” al presidente sería una buena fachada para el operativo y él pensó que consistiría en unas proclamas por radio. El interés porque Fayad y Ospina conocieran a Virginia era su contacto con los medios. En las discusiones entre los dos amantes previas a la toma  nunca se mencionan rehenes. Escobar estaba subsidiando sin saberlo un objetivo más ambicioso que su impunidad. La preocupación de ella, muy nerviosa, era cómo saldrían los asaltantes del Palacio después de quemar los archivos. Con la toma y los años Virginia perdió el susto y contó lo que sabía. Resultó más valiente que los guerreros: ante sus agallas, el fariseísmo de los amnistiados es tan evidente como la debilidad que mostró ante sus piernas el último comandante frentero que tuvo el M-19. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Madres costeñas: machistas y sobreprotectoras

A raíz del post sobre la Geografía del machismo colombiano, que mostraba para un índice de valores machistas un claro liderazgo de la Costa, recibí un mensaje de NocheGal, una periodista costeña. 

"Te saluda NocheGal desde Barranquilla. He leído tu artículo y efectivamente tienes toda la razón. El machismo en la Costa es apabullante, casi que humillante, promulgado, promovido, orquestado y defendido a capa y espada por nuestras propias madres. Y aunque se parece algo al de los Santanderes, no es igual. Viví casi 9 años en Cúcuta y la cosa es un tanto diferente. Allá las mujeres tuvieron que volverse unas fieras, en el mejor sentido de la palabra para no dejarse, como dicen popularmente. Este año son incontables los casos de agresiones físicas que han sufrido las mujeres a manos de parejas, ex parejas, esposos, amantes, cachos, amigos o amigovios. De hecho, esta semana una mujer llegó al hospital de Barranquilla casi que muerta, está punto de perder uno de sus ojos, porque el ex marido la levantó a físico pico de botella. El hombre está libre. El tema del aborto, de la sexualidad, de las libertades sexuales, siguen siendo tabú. Sigue inamovible el tema de la mujer en la casa y el hombre en la calle por ejemplo. La mujer que no sabe cocinar, lavar, y no atiende a su marido, no sirve. La mujer que mete cacho es una zorra, mala, porquería. El hombre que lo hace es una víctima de la desatención de su mujer. Y las agresiones siguen escondidas, calladas, eso es lo más grave. La estigmatización además es tenaz. Tal vez en algo han avanzado las nuevas generaciones, pero no mucho creo".

Le pedí a NocheGal  que me contara algunas historias y me mandó el texto que sigue. 


"La escena corresponde a cualquier familia clase media alta, media y baja de la Costa Caribe. El nuevo día se asoma y las primeras en levantarse son las mujeres. Toca preparar desayuno a la prole, pero en especial a los hombres de la casa. Siempre la madre se encarga de esta tarea y si hay hijas ya con edades apropiadas para acercarse a un fogón, a ellas les toca  la tarea. Igual ocurre con la fabricación del almuerzo. Y la posterior lavada de los ‘chismes’. 

Recuerdo la escena en mi casa. Mi madre trabajaba y quedábamos a cargo de unas tías. Al llegar del colegio, almorzábamos y supuestamente cada uno lavaba sus platos y cubiertos. Sin embargo, mi hermano, apenas un año menor que yo, nunca lo hacía. Cuando mi madre llegaba del trabajo, casi siempre encontraba en el lavaplatos los utilizados por mi hermano, cuando mis tías no los lavaban. De inmediato me regañaba y me decía que porqué no había lavado los platos de mi hermano, que él era un varón y yo mujer y esa labor era de mujeres, que él no debía hacerlo. 

Recuerdo que siempre le repostaba que él tenías las mismas manos que yo, que no era enfermo, ni manco. Mi madre se molestaba mucho, pero yo siempre me negaba a ratificarle a mi hermano su ego machista. 

Como esa situación, muchas otras evidencian el exacerbado machismo alimentado por las madres en la Costa. El plato más grande comida es para los hombres, así no aporten recursos económicos o lo hagan en menor proporción que sus hermanas, por ejemplo. He conocido situaciones donde cuando una joven resulta por cosas del destino embarazada, es expulsada o por lo menos cuestionada y llevada a buscar refugio en la familia de su pareja o de un familiar, porque los padres no admiten que haya de alguna forma ’deshonrado‘ a sus padres. Pero en cambio si el que embarazó es el hijo, la prestan apoyo y de inmediato acogen en la casa a la futura madre y su pequeño.

El  amor que prodigan las madres a los hombres varones en la región Caribe,  creo no es el más conveniente, pues lo único que hace es reforzarles la subvaloración de la mujer desde muy temprana edad. La mujer está para atender al hombre y en todos los sentidos.  Y mujer que no la hace, sencillamente, no sirve, o en el peor de los casos y es lo que se ve con mucha frecuencia, toca corregirla y ‘enseñarla’, así sea punta de golpes a respetar a los hombres.

El tema se traslada a las suegras, líbreme Dios de estas suegras. “Esa mujer no te atiende, no está pendiente de tu ropa, no sabe cocinar, tiene descuidados los niños. Para qué trabaja, si va descuidar la casa?”. Son típicas quejas de las madres de machistas cuando habla de sus nueras.

Y aunque las cosas han mejorado, es decir el asunto ya no es tan dramático como en tiempos pasados, el asunto sigue vivo. Toca a las madres más nuevas, tomar conciencia del asunto, sin dejar de ser mujeres, y pilar fundamental del hogar, incentivar entre sus hijos, el respeto y valor real de la mujer. En la medida en que la madre envíe mensajes machistas con la educación y guía que brinda, a sus hijos varones, así mismo será la valoración que le tendrá el género femenino y de hecho en la ancianidad dejan al cuidado de sus hermanas o familiares a esas que tanto los cuidaron y protegieron, porque sin darse cuenta, ellas mismas se menospreciaron ante sus propios hijos".


sábado, 3 de diciembre de 2011

Geografía del machismo colombiano

Publicado en La Silla Vacía, Diciembre 4 de 2011


En cuestión de machismo Colombia no parece uno sino varios países. Con la Encuesta Colombiana de Valores construí un índice de esa dolencia, que muestra una gran variablidad geográfica. Los valores machistas en el país son tan distintos entre regiones como pueden ser el clima, los sancochos y la música.

Entre los hombres, en una escala de 0 a 10, el machismo barre en la Costa norte, donde la nota promedio es de 4.6, contra un 3.5 nacional. En el otro extremo, en la fría y congestionada Bogotá, el machismo masculino se raja con un mero 2.8. Para las mujeres, también el liderazgo se lo lleva la Costa con 3.3 y el mínimo lo sacan las bogotanas, casi en empate con los capitalinos. Las diferencias regionales de machismo entre las mujeres no son muy marcadas. Con la excepción del virtual equilibrio en Bogotá, seguida de cerca por la zona Central, en el resto del país hay una diferencia apreciable entre el machismo masculino y el femenino.

Sobre estas discrepancias regionales en machismo el debate es aún precario. Predomina el supuesto que se trata de una misma dolencia milenaria y universal. Con la excepción de la líder feminista que ocasionalmente nos habla de los franceses, tampoco son comunes las comparaciones de lo que ocurre en Colombia con otros países. Las diferencias entre regiones, que evidentemente las hay, han recibido poca atención. A una feminista rigurosa y observadora como Virginia Gutiérrez, estos resultados no la hubieran sorprendido. Hace varias décadas, ella llamó la atención sobre las peculiaridades de los arreglos de pareja en la Costa y los Santanderes.

Salvo las críticas anuales al Reinado de Belleza de Cartagena, que es un evento nacional con réplica en casi todos los pueblos y barrios de Colombia, no se oye sobre la necesidad de ponerle atención a la Costa Atlántica para el proselitismo feminista. De acuerdo con los resultados de este índice tan elemental debería haber un mínimo foco de atención sobre esa región. Esos descuidos suceden normalmente en los centros de poder cosmopolitas, como el altiplano, donde es mayor la preocupación por las ideas globales de vanguardia que por las cuitas de las mujeres comunes y corrientes de la provincia. 


En una de las pocas columnas que Florence Thomas ha escrito sobre la Costa, hace un llamado a distintos niveles de la administración pública para insistir en su agenda universal: "educación sexual para decidir; anticoncepción para no abortar y aborto legal para no morir". En esa ocasión, además, hace explícito que Francia modelo 1970 y la Costa 2011, même combat. "(Esta) proclama que actualiza y renueva otra, esta vez francesa, de los años setenta, que decía: La contracepción: mi opción; el aborto: mi último recurso; dar la vida: mi libertad".



La comparación del índice en las regiones situadas al extremo de la escala de machismo, Bogotá y la región Atlántica, muestra lo desacertada que es la estrategia generalista dirigida por igual a las mujeres y a los hombres de cualquier rincón de Colombia.


Para el machismo femenino, no se observan diferencias apreciables entre la capital, donde la nota es mínima y la región Atlántica, con máxima calificación. La tara del machismo entre las mujeres es similar en todo el país. Con los hombres la cuestión es bien distinta. En la Costa se destaca un núcleo no despreciable de machismo duro, y la virtual inexistencia de hombres con valores feministas, que apenas llegan al 2%, contra un 14% en el altiplano. El punto más preocupante, sin embargo, es ese 41% de los hombres costeños que tienen una calificación de 5 o más, cuando en Bogotá, tal porcentaje llega apenas al 8%. Difícil saber a cual de los últimos alcaldes capitalinos se le debe agradecer este avance, o si será el Pico y Placa. Pero parece claro que en la capital, en comparación con el resto del país, el hombre machista es una especie en vía de extinción. Es tal vez por eso, que sintiéndose como en Dinamarca, las feministas residentes en Bogotá se han dedicado a las minucias, mientras que de ese bloque duro de hombres machistas en la Costa se habla más bien poco. 


Lo que se podría denominar la agenda baladí por los derechos de la mujer, no es una exclusividad de las columnistas bogotanas. Está por ejemplo, en el marco de la urgente y fundamental cruzada contra el piropo, que siempre tiene un tufillo clasista, esta perla desde Cali: "basta caminar por las calles para ver hombres de diversos pelambres lanzando piropos a diestra y siniestra. Ayer no más presencié como un tipo detuvo su carro en mitad de la calle solo para piropear a una muchacha".



En ninguna de las demás regiones del país la situación del machismo aparece tan crítica como en la Costa Atlántica. El mensaje principal de este simple ejercicio es claro. Resulta indispensable entender estas discrepancias regionales y, en particular, si de superar la mentalidad machista se trata, saber qué es lo que hace que ésta sea tan persistente en la Costa. Ahí podría haber sorpresas para la doctrina.

En todo caso, las feministas influyentes deberían ir a la Costa con más frecuencia, y no sólo a seminarios, a oir vallenatos o al Hay Festival, en donde según un contertulio las que "crecieron leyendo a Simone de Beauvoir van a discutir sobre machismo y feminismo y si el matrimonio es compatible con la felicidad". El estar rodeadas de mansos intelectuales feministas bogotanos, tal vez les ha impedido captar la esencia del machismo autóctono.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Machismo y unión libre

La geografía del machismo en Colombia, basada en un índice construído con la Encuesta Colombiana de Valores, muestra que la incidencia de este fastidioso legado, sobre todo entre los hombres, es mucho mayor en la Costa Atlántica. En el otro extremo, Bogotá aparece como el lugar más protegido del país contra esa dolencia. Vale la pena tratar de entender, primero, qué es lo que ocurre allí donde la situación es más grave. Para eso, es útil identificar las peculiaridades de esa región.

En las pocas ocasiones en las que Florence Thomas observa y describe, sugiere cosas interesantes. Así trató de hacerlo cuando, después de asistir al Festival Vallenato, anotó que dicha música había sufrido una clara evolución en las últimas décadas. Antes, se centraba en la seducción y la conquista amorosa, “con matices poéticos que lograban hacernos soñar”. Ahora, anotaba, se trata más de lamentos de despechados. La columna hubiera podido convertirse en una original reflexión sobre eventuales cambios en las relaciones de pareja en esa región, o en insumo para conjeturas del tipo “el vallenato es más machista que la guabina”. Pero Florence retornó rápido a su discurso tradicional. Se arrepintió de su breve desliz, anotando que en esos pocos párrafos descriptivos no hablaba en serio. Y volvió a la doctrina, a pensar con el deseo.

De todas maneras, su idea de que sólo recientemente las canciones vallenatas expresan el sufrimiento de los hombres, una “transformación sociológica que ningún académico pudo prever”, merecería ser contrastada con rigor. Por lo pronto, no pasó la prueba de la escasa docena de canciones que conozco de vallenatos viejos. El 039, por ejemplo, que muchos profanos hasta bailamos, es el maldito carro que se la llevó, y que causa un lamento explícito y doloroso: “ay es que me duele y es que me duele, válgame dios”. La Brasilera, que cruzó la frontera para venir a meterse en el alma de Rafael Escalona, que después se fue, y lo dejó a él llorando su amor “más desesperado que un loco”, también es un despecho. Cuyos efectos además se extendieron a la mujer oficial, que, por causa de la brasilera, queda resentida. Y él apenado con ella. La afirmación de Florence de que “el vallenato de hoy le canta en realidad al temor de los hombres ante una profunda transformación de las mujeres en las últimas dos décadas; mujeres ahora más autónomas, menos pasivas y aguantadoras; más noctámbulas, más presentes en la vida pública” tampoco cuadra con la historia de la nieta de Juana Arias, La Patillalera



Florence anota que “todos lo sabemos, en la costa caribe son en su mayoría los hombres quienes son infieles, amorosamente desordenados y felices con la idea de tener varias mozas o varias queridas, como se las llama en la región”. Eso lo corroboran los vallenatos, de antes y de ahora. Pero valdría la pena confirmar si la región es atípica en ese frente, si los hombres son más mujeriegos, o si es que las cosas allí son más abiertas que en otros lugares.

Lo que Florence denomina el temor de los hombres, su falso despecho, no parece ser otra cosa, ayer como hoy, que ese sentimiento tan vetado en el debate académico, los celos masculinos. La Tropa Vallenata precisa, con sentimiento, que son los celos los que matan, los que hieren, los que duelen. Silvestre Dangond lo confirma, “Asi es mi vida y no voy a cambiar/ Soy Celoso y qué soy celoso y qué/ La que me quiera que se deje celá”. Hebert Vargas, por su lado, aclara que los celos locos son una prerrogativa masculina, “ay negra no tengo la culpa que a mi las muchachas me tengan pendiente”. De aquí surgen un par de hipótesis que sería interesante contrastar: si los celos en la Costa se consideran un privilegio de los hombres, y si son más intensos que en el resto del país.




En otra de sus columnas descriptivas sobre la Costa Florence cuenta cómo “si algo me impresionó en mis recientes vacaciones en la Costa Atlántica fue mi encuentro con racimos de niños y niñas, en las carreteras, en las playas, en las tiendas. Kilómetros de retenes de la miseria y una sola visión: cientos de niños y adolescentes pidiendo dinero”. Defrauda un poco la misma explicación tradicional para cuestiones tan complejas como la pobreza y la alta fecundidad: los hombres “quienes son parte esencial de ese proceso de cambio de paradigmas culturales que asocia aún mujer con madre, y masculinidad con macho reproductor”. Y no es fácil respaldar la opinión que parte de la solución de este problema causado por el machismo pase por la legalización del aborto.

A finales de los años sesenta, un feminista que no anteponía la doctrina o la agenda política a la observación, Virginia Gutiérrez, señalaba varios elementos característicos de esta región colombiana. Por un lado, “el alto porcentaje de hijo por unidad doméstica y las formas estructurales de la célula hogareña, unión libre inestable, madresolterismo, poliginia y la jefatura económica femenina predominante”. Altos índices de analfabetismo, rural y urbano, ausentismo escolar y una menor proporción de alumnos aprobados con relación a las matrículas, ya de por sí bajas, completaban el panorama. Por aquella época, para esta antropóloga, la generalización de la unión libre, en lugar del matrimonio, era una peculiaridad de lo que ella denominaba el “complejo cultural negroide o litoral fluvio minero”, que incluía, además de la Atlántica, la costa Pacífica y la ribera del río Magdalena.

Los datos del censo del 2005 muestran que a pesar de su generalización en el resto del país, la unión libre sigue siendo más común en la Costa Atlántica que en las demás regiones. Puesto que se trata de analizar si ese arreglo de pareja tiene algo que ver con el machismo, es útil comparar con lo que ocurre en Bogotá, la zona con los menores índices. La información censal sugiere que puede existir tal relación, pero que esta no es simple. La Costa se destaca por una mayor presencia de la unión libre, por una penetración más baja del matrimonio, y por ende por una participación de la primera en el total de parejas aún más alta que la observada por Virginia Gutiérrez (cerca del 50%) y que ahora es similar a la de la capital y el resto de Colombia. A pesar de la observación anterior, Bogotá, el lugar menos machista, no difiere del resto del país en cuanto a la incidencia de unión libre en las parejas. O sea que, de poder comprobarse un vínculo entre machismo y flexibilidad en la estructura familiar, este no es sencillo ni uniforme.

Lo que sí queda claro, en contra del discurso feminista tradicional que ve en el matrimonio uno de los principales aliados de la perpetuación del patriarcado, es que la ecuación simple "más matrimonio igual más machismo", no funciona con los datos censales recientes que, por lo pronto, sugieren precisamente lo contrario: el mayor machismo que se observa en la Costa se da también con más incidencia de la unión libre. Así es que ese “contrato amigable entre un hombre y una mujer adultos y suficientemente fuertes para soportar la libertad del otro o de la otra … un matrimonio renovable cada 5, cada 7 o cada vez que lo pide el amor” como el que recomienda Florence Thomas no parece ser un buen mecanismo para disminuir la presión del machismo sobre las mujeres colombianas, en particular las costeñas.