lunes, 19 de noviembre de 2012

El enredo del embarazo adolescente

Publicado en El Espectador, Noviembre 18 de 2012


Lina – “Perdí la virginidad con él, por lo general no utilizábamos condón. Duramos así 6 meses, él me dejó y yo seguía enamorada. Me pareció que un hijo sería la llave para la felicidad de los dos y que él volvería conmigo. Fuí a su casa, le dije que esa era la despedida, que lo dejaría en paz. Empezamos a tomar hasta que lo emborraché, lo hicimos y quedé embarazada”.

Angela – “Tuve una pelea con mi madre. Ese día me pegó muy refeo y yo llamé a mi novio. Me quería ir de la casa y él me dijo que nos fuéramos a vivir juntos. Quedé embarazada porque no usábamos protección, yo pensaba que era estéril”.

Laura – “Bueno, nosotros siempre hemos planificado, pero hace 4 meses no sé qué paso, si el condón se rompió o si él no se lo puso bien. Llegamos del pre-prom, estuvimos y vaya sorpresa 40 días después”.

Mary – “Nos conocimos en el barrio, teníamos nuestro cuento, que besitos y eso. Con 13 años me daba miedo hacer algo más, hasta que en una fiesta me convenció de darle la pruebita de amor y yo ya con mis tragos le hice. Me quedó gustando y seguimos así hasta que me di cuenta de que no me llegaba el período”.

“Sí a la opción, no al azar” se titula el informe de Naciones Unidas de la población mundial en el 2012 y muestra en su carátula una joven en una reunión informativa sobre planificación familiar. Los testimonios anteriores de colegialas bogotanas sugieren que el embarazo adolescente es algo más complejo que la desinformación o los accidentes, y que su prevención presenta varios dilemas. Uno de los más serios se hizo evidente en un almuerzo con unos colegas indignados porque la asociación de padres de alumnos se opuso a la instalación de un distribuidor de condones en un colegio con el que ellos trabajaban.

Inicialmente compartí la molestia, pero el asunto quedó zumbando durante el almuerzo. Luego de un ejercicio de empatía con esos padres, las dudas asomaron al tratar de precisar si me hubiera gustado tener un distribuidor en mi colegio.  Ya en el café tenía otra opinión. Para mí habría resultado inmanejable sumarle a las incógnitas –el cuando, cómo y con quien de la primera vez- un recorderis oficializado y cotidiano de que me estaba quedando atrás. La distribución de condones en el entorno escolar es una piedra en el zapato para quienes aún no se han dado el gustico.

La disyuntiva de política es simple: promover el sexo seguro con preservativo puede anticipar el inicio de la vida sexual de los adolescentes; entre más jóvenes, más necesaria la información pero también más arriesgado ejercer presión sobre el momento oportuno para la primera relación sexual. Sería imprudente ignorar este dilema simplemente por su sabor retrógrado.

Hasta la fecha no he encontrado evidencia suficiente para contrastar esa duda, pero varios datos sugieren cautela con la promoción del condón entre menores. Dejando de lado el desacierto de recomendar como anticonceptivo un método idóneo para prevenir enfermedades -un riesgo ínfimo entre novios inexpertos- lo cierto es que un factor propicio para el embarazo adolescente es el inicio temprano de la vida sexual.

La Encuesta Nacional de Demografía y Salud, realizada cada cinco años por Profamilia desde 1990, muestra que a pesar del sostenido aumento en el conocimiento y uso de métodos de planificación entre los jóvenes, en particular del preservativo, el embarazo adolescente aumentó considerablemente hasta el 2005. Por otro lado, la proporción de adolescentes sexualmente activas pasó del 21% en 1990 al 50% en el 2010. La drástica reducción en la edad de inicio de las relaciones sexuales contrarrestó el efecto de la planificación.

La importancia del momento de arranque de la vida sexual ya era clara cuando en el 2003 se hizo en el CEDE la primera encuesta especializada en embarazo adolescente. Un resultado llamativo es que entre las jóvenes que tienen sexo temprano –antes de los 14- el 36% reporta un hijo. Para debutantes tardías -17 años o más- la cifra es apenas del 8%.

Los dilemas no paran ahí. Sorprendentemente, la promiscuidad juvenil femenina no contribuye al riesgo de embarazo. Por el contrario, las jóvenes que han tenido más parejas sexuales son menos fértiles. A diferencia de lo que ocurre con los varones, en las jóvenes se observa que entre más temprano se inician rotan menos sus compañeros de cama. Las madres adolescentes se distinguen por tener o buscar una unión estable y durar más tiempo con su pareja. El novio es el padre potencial típico y cada año adicional con el mismo compañero multiplica por más de dos los chances de gravidez. Como deja claro Lina, ella quería un hijo con su hombre. Tanto, que después tuvo otros dos con él mismo, todos antes de cumplir 19 años. Para el embarazo precoz en Colombia es más pertinente el guión de jugar al papá y a la mamá con condón que el de Sex and the city.

Tengo más años de los que quisiera, ningún nieto y corro un leve riesgo de no alcanzar a conocerlos. A una hermana mayor le acaban de anunciar que será abuela por primera vez. Hace poco, una compañera de colegio me contó que su nieta se casa, lo que permite prever que una coetánea mía pronto será bisabuela. Estas drásticas diferencias recuerdan que, para enredar aún más las cosas, en el embarazo temprano puede haber tradición familiar.

En la mencionada encuesta, las madres adolescentes son hijas de mujeres que dieron a luz siendo jóvenes. Cada año de retraso en el primer parto de la mamá disminuye en 7% los chances de que una joven quede embarazada. En esta transmisión de la precocidad entre generaciones influyen la educación y el ejemplo, pero no se pueden descartar factores más difíciles de alterar. La edad de la menarquia, por ejemplo, está relacionada con la del inicio sexual. Una primera menstruación antes de los once años multiplica por más de cinco la probabilidad de tener relaciones sexuales antes de los catorce. Como anota Eugenia, “yo empecé a los 12 años, mejor dicho, tan pronto me desarrollé”.

Difícil precisar si Lina, Angela, Laura y Mary decidieron ser madres o tuvieron mala suerte. Para cada una la dosificación de opción y azar fue diferente. Lo que resulta imprudente es insistir que con más información y facilidad de acceso a los preservativos se habrían logrado evitar esos embarazos: todas ellas sabían qué es y para qué sirve un condón.

martes, 30 de octubre de 2012

La píldora y el acné


Publicado en El Espectador, Noviembre 1 de 2012 


María recién cumplía quince años cuando nos contó que la mayoría de sus compañeras de colegio en una pequeña ciudad francesa, muchas de ellas vírgenes, tomaban regularmente la pepa. Ante la sorpresa sobre esa forma de prevenir el embarazo adolescente aclaró sonriendo "es para el acné".

El acné tiene distintas causas, y una de ellas es el desequilibrio hormonal que, durante la adolescencia, hace aumentar la producción de sebo. La piel se torna grasa, se bloquean los poros y salen granos en la cara. Mujeres adultas también sufren de acné hormonal durante la menstruación. Hace varios años la medicina europea encontró que la píldora anticonceptiva, regulando las hormonas, disminuye el problema.

El "Grupo Colombiano de Estudio en Acné" estima que antes de los 21 años, más del 80% de la población ha sufrido la afección. Se sabe que es una fuente de incomodidad y discriminación para quienes a veces es más importante el aspecto físico que la vida social o académica. Dentro de las recomendaciones para su tratamiento, este grupo de dermatólogos no menciona la pepa.

Un revisión reciente de estudios sobre el efecto de los anticonceptivos en la piel -que cubría ensayos con más de 12 mil mujeres- concluyó que todas las píldoras analizadas disminuían el acné, sin divergencias apreciables entre ellas. La eficacia relativa de las pepas frente a los antibióticos u otros tratamientos contra el acné aún no se conoce.

Desde los años ochenta se encontró que las grandes diferencias observadas en las tasas de embarazo adolescente  entre países desarrollados no se explicaban por discrepancias en la actividad sexual. Además, que el uso de contraceptivos y en particular de la píldora entre adolescentes es más bajo en los EEUU, líder del embarazo precoz en el primer mundo.

Las adolescentes francesas se destacan por las tasas relativamente altas de utilización de métodos anticonceptivos para su primer encuentro sexual. Esta diferencia es especialmente marcada para la píldora. Un 15% de las mujeres sexualmente activas en Francia reporta haber recurrido a la pepa para protegerse en su primera experiencia sexual. En los EEUU la proporción es casi la mitad.  La mayor preferencia europea por métodos farmacológicos persiste en la vida adulta.

No se sabe hasta qué punto la aceptación de la píldora entre las francesas proviene de su uso temprano como remedio para el acné. En el otro extremo, intriga la baja popularidad de los métodos hormonales entre las adolescentes gringas. Lo que  resulta claro es que las decisiones contraceptivas de las primeras -con frecuencia pepa más condón- son mucho más eficaces (7 nacimientos por cada 1000 jóvenes) que las adoptadas por las adolescentes norteamericanas (55) y las demás anglosajonas (26).

Como sistema de incentivos para prevenir el embarazo juvenil, difícil imaginar algo más astuto que la costumbre francesa de regular el flujo de hormonas para combatir el acné. Anticoncepción subliminal se podría denominar esta receta que tiene la virtud, adicional a su eficacia, de no ejercer ninguna presión sobre la decisión de cuando darlo por primera vez.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La insólita metamorfosis del condón

Publicado en El Espectador, Octubre 25 de 2012


La crítica del condón como anticonceptivo genera una réplica casi automática sobre su papel preventivo de las enfermedades de transmisión sexual. A veces la reacción es de molestia, casi de regaño. Señalar cualquier falla se considera políticamente retrógrado, machista o de fanático religioso. Pero la historia de este artefacto reafirma el escepticismo sobre su idoneidad para prevenir el embarazo, en particular el de adolescentes.

El diseño temprano de una "vaina de tela ligera, hecha a la medida" para evitar las enfermedades venéreas fue del anatomista Gabriel Fallopio (1523-1562). Gracias al  invento un poco más de mil napolitanos de su época se salvaron de la "caries francesa", la sífilis.

El gran impulso comercial del artefacto se dio en 1712 en Utrech a raiz de una conferencia internacional para ponerle fin a la guerra de sucesión española. Puesto que la ciudad iba a estar literalmente invadida por altas personalidades de varios países por tiempo indeterminado, llegaron innumerables damiselas para atender a los delegados. A un artesano local se le ocurrió transformar la envoltura del intestino de oveja, que se utilizaba para cicatrizar heridas, en capucha protectora y ponerla a la venta.  Al terminar el evento, muchos asistentes retornaron a sus países llevando especímenes. Industriales ingleses decidieron entonces fabricar y vender con el nombre de condom esos artefactos higiénicos.

Desde sus inicios hubo quejas sobre la incomodidad del preservativo y, consecuentemente, su limitada eficacia.  Una gran cortesana le advirtió a su pupila que se trataba de “una coraza contra el placer y una telaraña contra el peligro". Un reconocido médico inglés anotó que ante el fastidio muchos asumían el riesgo. Así, su uso se concentró en los niveles bajos de la prostitución, donde la infección era casi una certeza. Fue gracias a personajes como el Marqués de Sade y Giacommo Casanova que el condón cambió de estatus. Salió de los antros  para entrar en la cama de los adúlteros con una nueva función anticonceptiva. Para los libertinos, usarlo en sus conquistas amorosas se impuso no sólo por razones higiénicas sino para evitar embarazos. Con una amante conocida no se podía ser tan irresponsable como con alguien a quien se le paga por esa prerrogativa.

Con la invención de la vulcanización a mediados del siglo XIX se empezaron a producir condones de caucho. Persistieron hasta 1930 cuando se adoptó el latex líquido que sigue  siendo la base de su fabricación. Tras la primera guerra mundial la política natalista llevó a su prohibición en varios países. Mujeres inglesas de vanguardia vieron allí una manera de decidir sobre sus embarazos. A pesar del compromiso por establecer la maternidad como una opción, el movimiento feminista rechazó el condón no sólo por sus vínculos con la prostitución y las enfermedades venéreas sino porque, como la abstinencia o el coitus interruptus, dependía de la colaboración masculina.

A final de los sesenta, cuando "hacer el amor"  desplazó la visita al burdel las ventas cayeron; repuntaron en los ochenta con el pánico ante el SIDA.

No es fácil entender cómo un método diseñado y perfeccionado para evitar la transmisión de enfermedades en relaciones fugaces entre personas extrañas y sexualmente experimentadas, que por décadas fue un artículo varonil que se vendía en los bares y se guardaba escondido, que hacía parte de la dotación de los militares, se transformó en el mecanismo más recomendado para que jóvenes inexpertas, incluso vírgenes, supuestamente decidan si quieren tener un hijo o no.

Igualmente  ardua de digerir es la pretensión de que el preservativo representa un avance en la emancipación de las mujeres. El punto de quiebre de la liberación sexual femenina fue la píldora,  no una tecnología que estaba disponible hace siglos. "No es raro que en las billeteras de algunas (mujeres) haya un condón" anota un artículo de una revista para hombres, como si eso bastara.  A pesar de la doctrina, del "no debería ser así", la decisión real de si se usa o no el condón sigue dependiendo de la voluntad masculina y sobre todo de cómo percibe el riesgo de contagio quien lo porta.

Qué bien caería hoy en Colombia algo del pragmatismo de las feministas inglesas de hace un siglo.



jueves, 18 de octubre de 2012

El engorroso manejo del condón

Publicado en El Espectador, Octubre 18 de 2012


No toca ser cura para criticar el preservativo. Tampoco hace falta leer minuciosos estudios sobre la "primera vez" para señalar que en esa memorable oportunidad dicho artefacto simplemente no encaja. Basta escarbar las memorias cercanas para saber que se trata de algo incómodo que requiere pericia, que cuadra mal con el romance, los excesos -de ganas, hormonas o alcohol- la angustia, la desconfianza, la torpeza, la vergüenza, el afán o la primiparada. Y que es un verdadero desastre con cualquier combinación de los ingredientes anteriores, como ocurre con el primer polvo.

Los trabajos sobre iniciación sexual en el país confirman que esa ocasión no es la más apropiada para la capucha. Sobran sorpresas, accidentes o concesiones ante la insistencia mientras faltan discusión y preparativos.

Jenny, 17 años, cuenta cómo "él salía más temprano del colegio y me recogía en el mío. Todavía no éramos novios y una de esas veces nos fuimos para la casa de él. Nos comimos el almuerzo y nos vimos una película. Después nos empezamos a besar y ya, así quede embarazada". Para Andrea, un año mayor, fue más sorpresivo. El novio de la hermana "fue a la casa a visitarla, pero ni ella ni mis papás estaban. Entonces dijo que la iba a esperar. Pasaron como cuatro horas y nada que llegaba y empezamos a jugar en mi cuarto al beso prohibido y fue cuando nos acostamos". Silvia de 15 años dice que quedó esperando en su primera relación. “Bailando y tomando en una fiesta exageramos un poquito con el trago. Él se ofreció a llevarme a la casa y me besó. Al día siguiente nos quedamos hasta tarde sólos … y ahí pasó todo".

Los testimonios anteriores, recogidos por estudiantes del Externado entre jóvenes bogotanas de estrato medio, no son excepcionales. En la capital, de acuerdo con una encuesta hecha por el CEDE en el 2003, las madres adolescentes  empiezan a ennoviarse justo después de la menarquia y tres años antes de la iniciación sexual, que a su vez antecede en unos meses su primera relación estable. El embarazo es casi simultáneo con ese noviazgo firme y para cerca de la mitad de las encuestadas los métodos de planificación sólo llegan después, tras esa experiencia. Dos de cada tres adolescentes dicen que no recurrieron a ningún método porque el polvo crucial fue inesperado. Incluso entre jóvenes de estrato medio y alto que usaron protección, la decisión no siempre surgió de una discusión previa con la pareja.  

Las adolescentes caleñas se protegen mejor (64%) para su primer encuentro sexual que las bogotanas. A pesar de que allí lo usual entre debutantes también es el preservativo, la píldora y la inyección tienen muchísima más aceptación que en Bogotá. Difícil saber hasta qué punto esa preferencia depende de que en Cali todas las adolescentes del grupo focal realizado para el mismo estudio del CEDE “se iniciaron con hombres mayores que ya habían tenido relaciones sexuales” mientras que en Bogotá “la mayoría reportaron haber tenido relaciones sexuales con parejas para quienes esa también era su primera vez”.

En la selección del método de planificación posterior parece haber cierta inercia. Como anota Gina, de 18 años, “esa primera vez no nos cuidamos entonces seguimos teniendo relaciones sin protección". El tipo de precaución adoptada también depende de la actividad sexual, la estabilidad de la pareja y factores aún misteriosos. En Bogotá, las jóvenes sexualmente activas pero sin pareja estable prefieren mayoritariamente el condón (60%) mientras que en Cali optan por la inyección (65%) seguida de la píldora (24%) con muy poco uso del preservativo. Apartadas del discurso moderno tan adepto al incómodo artilugio, no sorprende que las jóvenes caleñas no sólo se inicien sexualmente mejor protegidas que las bogotanas, sino que presenten tasas de fecundidad inferiores.   

Catalina Escobar ha recibido reconocimiento internacional por su labor de apoyo a madres adolescentes cartageneras. Ojalá el pragmatismo que ha llevado su Fundación tan lejos le haga ver que para prevenir esa metida de pata es preferible mirar hacia el Valle y los fármacos que hacia la Sabana y el látex. El condón fue inventado para gente con mucha más cancha. 

sábado, 13 de octubre de 2012

Celos verdes y celos negros

Publicado en El Espectador, Octubre 11 de 2012


“Cuidado con los celos. Son el monstruo de ojos verdes que se burla de la carne de la que se alimenta” le advierte Yago a Otelo. Una adaptación local de la obra de Shakespeare debería cambiarle el color de los ojos al monstruo. No sólo porque los verdes no son frecuentes en Colombia sino porque aquí abundan los testimonios de celos negros, más agresivos. Ofelia, campesina tolimense, ofrece un ejemplo: “mi marido cuando estaba borracho era celoso y me pegaba porque alguien me miraba”.


Para el objetivo de retener a la pareja -esa es la función de los celos- se han identificado dos tipos de tácticas. Las positivas como los regalos, las caricias, las palabras amables, la comprensión y por otro lado las negativas o amenazantes, incluso violentas. Las primeras corresponden a lo que Lucy Vincent, “neurobióloga del amor”, ha denominado celos verdes, con los que se busca sostener la relación a base de recompensas. Los celos negros, por el contrario, llevan a una exageración de los procesos normales para mantener la atención de la pareja y tornan coercitiva la respuesta. Los celos verdes son la zanahoria, los negros el garrote.

Para la reacción ante el tercero también es útil la diferenciación. Verdes o negros reflejan el dilema entre querer entender, perdonar e incluso imitar a quien atrajo a la persona amada, para reconquistarla, o en el otro extremo, buscar hacerle daño. Así, según Vincent, los verdes son unos celos productivos que estimulan la competencia mientras que los negros, destructivos, conducen al conflicto.

Los celos verdes son más discretos y por eso es fácil ignorarlos o confundirlos con negligencia e ingenuidad. Los negros son más taquilleros pues alimentan el drama. Son los que aparecen en los incidentes graves de violencia de pareja que llegan a los medios. Los vallenatos, ricos en despechos, no ofrecen mucha verdura. “Asi es mi vida y no voy a cambiar. Soy celoso y qué soy celoso y qué”. En las aventuras amorosas de los grandes capos, las más difundidas, también predomina el negro, más bien azabache, ante cualquier duda. Aunque en sus memorias una famosa amante deja entrever que varias veces buscó provocar en Pablo unos celos verdes con sus conquistas anteriores, como para civilizarlo, fueron más fuertes las negras inclinaciones de Escobar.

Un caso paradigmático de destrucción por celos es el de los Cárdenas y los Valdeblánquez, dos familias guajiras que virtualmente se exterminaron en una guerra sin cuartel que duró veinte años, dejó decenas de muertos y cuyo detonante fue un ataque de celos negros. “El uno como que encontró al otro con la vieja y empezaron a discutir y entonces el man, no joda, te voy a matar, cuando fue que aquel no alcanzó a sacar y este de los Cárdenas de una vez lo aseguró, lo jodió”. El incidente condujo a una escalada inagotable de retaliaciones impulsadas por otra pasión que nunca es verde, la venganza.

La información sobre celos en Colombia es fragmentaria y poco sistemática. Por alguna extraña razón se erradicaron de las encuestas que indagan sobre violencia en la pareja las preguntas sobre infidelidad y celos, como si averiguar y entender fuera equivalente a justificar.

El Sensor Yanbal 2012 es una excepción, y sugiere que en Colombia los celos serían más verdes que negros, en particular por el lado femenino. El 85% de los hombres y el 77% de las mujeres infieles, y cuya pareja se enteró, reportan haber sido perdonados. Como en otros asuntos, para retener a la pareja es mejor la zanahoria que el garrote. Los datos de esta misma encuesta sugieren que los celos femeninos son más eficaces: sólo un hombre de cada tres pudo mantener su aventura en secreto contra casi la mitad de las mujeres. Además, ellos están mucho más de acuerdo que ellas (47% contra 22%) con la frase “mi pareja me cela porque me quiere”.

Las observaciones anteriores no implican desconocer la importancia de los celos negros en el país. Los hay, son un problema grave, los sufren sobre todo las mujeres y merecen capítulo aparte.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Bach para los celos

Publicado en El Espectador, Octubre 4 de  2012


En mi familia, las mujeres de la generación anterior tenían claro que los celos masculinos difieren de los femeninos, y que los primeros son más agresivos y particularmente agudos entre los hombres mujeriegos. Sin mayor reparo aceptaban que la explosiva mezcla de promiscuidad y celos tiene algo de hereditario, pero también anotaban que ciertos ambientes la estimulan o restringen.

Franz de Waal, reconocido primatólogo, señala que las hembras chimpancés se esconden de los jóvenes y del macho alfa para copular, puesto que ni los unos ni el otro toleran tales deslices. “Al no permitir que otros machos se acerquen aumenta la certidumbre sobre quién es el padre. Consecuentemente, los machos celosos engendrarán más crías que los tolerantes. Si los celos son hereditarios, más y más crías tendrán esa característica”.

Mientras los chimpancés se pelean por fertilizar todas las hembras que pueden, para ellas el número de crías no depende de la cantidad de machos con los que copulan. Por lo tanto, “los celos en las hembras son menos marcados. La lucha entre ellas por la atención del macho tiene más que ver con el vínculo de largo plazo y menos con el contacto sexual”. Grosso modo, eso afirmaban mi mamá y las tías.

En los primates, el vínculo entre el rango social, el éxito en la lucha por aparearse y el afán de exclusividad está bien documentado. No todo es atribuíble a los instintos, anota de Waal, ni se debe pensar sólo en factores genéticos. “Que un macho chimpancé joven se convierta o no en potentado intolerante depende de la manera como su madre lo trate y del tipo de machos adultos con los que crezca”. O sea, la segunda parte del rollo que sostenía la rama materna de la familia.

Fuera de la influencia del activismo legal pro igualdad, la reticencia contemporánea para aceptar la idea de rasgos hereditarios puede provenir de una visión burda de la interacción entre educación y predisposiciones innatas. En la actualidad se sabe que ni los organismos más simples vienen totalmente programados ni los seres humanos somos absolutamente maleables. Es tan absurdo decir que un comportamiento está genéticamente determinado como afirmar que no tiene nada que ver con los genes.

Uno de los datos más reveladores que he encontrado sobre la compleja y sutil mezcla de naturaleza y crianza en el terreno de la promiscuidad es de una bióloga especializada en ciertos roedores en los que existen dos grupos totalmente diferenciados: uno de ratoncitos fieles a morir y otro de ratas que no paran de poner los cuernos. Aunque se ha logrado identificar un componente genético para esta discrepancia, se trata más de una predisposición que se puede activar o no dependiendo del entorno del recién nacido. Si en las horas que siguen al alumbramiento la madre estimula con su hábil lengüita ciertas zonas íntimas de la cría, esta tendrá una vida con numerosas y cortas aventuras amorosas. Si la madre se abstiene de este sencillo protocolo, el afán de promiscuidad no se desarrolla.

Que esto suceda en especies con poca capacidad cerebral para interpretar y predecir el entorno permite hacerse una idea del enorme volumen de información sobre el ambiente que, durante las etapas iniciales de la vida, una madre sapiens sapiens le transmite a sus retoños para así consolidar o matizar predisposiciones e instintos.

¿Qué ventajas traería reconocer la existencia de tales mecanismos en materia de infidelidad y celos? La respuesta es simple: sería más factible prevenir sus estragos, en particular la violencia de pareja. Las teorías globales que no ayudan a explicar diferencias individuales sólo conducen al lamento y la inacción. 

Como anticipo al remedio farmacológico que -si los ilustrados y las feministas lo permiten- algún día ayudará a prevenir ciertos conflictos de pareja que pasan a mayores, me atrevo a sugerir, para los celos enfermizos, infusiones de achicoria o acebo, las dos esencias florales de Bach útiles para esta dolencia. Alguna astuta matrona sumaría la advertencia de ensayar la pócima con los suegros, para ver si se trata de un caso sin remedio. 




Referencias