lunes, 27 de febrero de 2012

Ella quería ese hijo, él no. Él insistió y ella cedió


Publicado en La Silla Vacía, Febrero 28 de 2012

Nadie hubiera dicho de ella “pobrecita esa mujer”. Nacida en estrato seis y graduada de colegio bilingüe, estudió en la Universidad de los Andes. Ingresó joven al grupo político al que consagraría buena parte de su vida. Ascendió hasta la dirigencia. Fue senadora, delegada a reuniones internacionales e interlocutora permanente con otros partidos, con la prensa y con el gobierno. Supe esta historia por una carta póstuma de ella a él. Las citas son textuales.
Él era líder de ese movimiento informal e independiente de los partidos tradicionales. Casado y con dos hijas, su prioridad fue la política, con mucha rumba y mujeres. Dentro del grupo tuvo varias amantes. Cuentan que era un tipo encantador. Ella lo confirma. “Usted era como el príncipe azul, un ideal para tantas mujeres que lo adoraron y lo debieron soñar”.

No hubo amor a primera vista. Fue algo progresivo, sin que a ella le importaran la esposa y las otras. “Las demás historias no me incumben, ni anteriores ni contemporáneas … Usted era fresco, sin exigencias, sin reclamos, sin expectativas … Me empezó a invadir el amor. Incondicional y total. Sin chistar ni preguntar ... sin sentir derecho a exigir nada … Coherente con su sabiduría y franqueza, siempre hay manera, espacio y tiempo en la vida para la convivencia de varios amores”.

En algún momento ella quedó esperando, con “muchas ganas de tener un hijo suyo”. El embarazo alcanzó los cuatro meses. “Quería ese hijo. Pero su reacción fue tajante: no se puede, es imposible. Alegué: tranquilo, no se preocupe, que yo lo asumo sóla y no le voy a complicar la vida”. Él insistió recurriendo a la retórica laboral y política. “Tú eres una dirigente, y ¿quién te va a reemplazar en lo que haces?”.
Ella no quería abortar, pero el amor sin condiciones y la terquedad visceral pudieron más. “Fue tal su oposición y tal la entrega amorosa, que a pesar de lo que significaba una intervención a estas alturas y radicalmente contra mi voluntad, acabé por aceptar su decisión. No era la mía … Me fui para México para ver que hacía, y por teléfono le seguía alegando, pero usted no cedió, y yo cedí”.

Desde el aborto ella se arrepintió. “Cuando desperté sentí un vacío que nunca había sentido. Ese grito, ese dolor, ¿qué lo iba a callar?”. Al drama se sumó la reacción de él. “Por eso me dolió tanto su llamada a los dos días, y su pregunta. ¿Ya saliste de eso? ¿Cómo te fue? Como si me hubiera sacado esa muela”. 

Lo último que se esperaba de ella con esos antecedentes, treinta y tantos años y más de doce semanas de embarazo es que perdiera ese forcejeo. El desconcierto es mayor si se sabe que no sólo era una mujer de armas tomar, sino de armas tomó. Vera Grabe, a quien el país vio con traje de campaña, armada, tomándose poblaciones con el M-19, arengando en la plaza pública, en una mesa con Tirofijo, no resistió el embate de alguien tan querido, progresista, “fresco y sin exigencias” como Jaime Bateman Cayón. La carta en la que se describe el incidente es parte del libro Razones de Vida.  

El caso es más pertinente que la anécdota de Pablo Escobar cuando ordena el aborto de su reina amante en la hacienda Nápoles. El problema no era Bateman guerrillero, pues no hubo fuerza ni amenazas. La situación podría ser la de cualquier amante de un hombre casado con prole que no resiste la presión e interrumpe forzada su embarazo. Si le ocurrió a Vera Grabe –educada, segura, independiente, dura, curtida, más que combativa guerrera, poderosa, respetada, temida- ante alguien tan descomplicado y de vanguardia, el sentido común indica que la colombiana promedio está totalmente indefensa frente al amante colombiano típico casado y con hijos. 
Interesa saber cuantas mujeres enfrentan tal situación. Un estimativo conservador, basado en un estudio del Externado, es que el 15% de las interrupciones de embarazo en Colombia las deciden los hombres. Dependiendo del total de abortos que se adopte, cada año entre 22 y 60 mil colombianas no pueden tener un hijo que querían. El orden de magnitud es similar al de la violencia de parejas que llega a Medicina Legal. Además de indignante, el caso es común. Un testimonio del mismo estudio da la visión masculina del escenario. “Yo con ella tenía una relación de amantes, como dicen. Yo tengo mi mujer y mi familia muy organizada y ella sale con esa. Yo no podía aceptar esa situación … Yo mismo la llevé al sitio que me habían recomendado”. Las mujeres expuestas a este atropello, podrían ser todas las sucursales en donde tal arreglo es clandestino. Un estimativo burdo sugiere que el número superaría el millón.
Difícil entender por qué de algo tan inaudito y masivo no se habla. Sobre sumisión femenina y aborto, el debate se estancó en el machista que llena de hijos a la mujer y el día que ella quiere abortar él no la deja. Un escenario que hace rato dejó de ser representativo.

Recientemente la polémica se sofisticó. Se ha discutido, por ejemplo, la importancia de despenalizar el aborto cuando una mujer “ha sido sometida a una inseminación artificial no consentida”, un escenario nazi o de ciencia ficción bizantina. Pero algo bastante común, la presión típica de un mujeriego que sólo quiere aventuras sin hijos no hace parte del debate. 

Para completar, hay quienes insisten en recordar como  "profeta de la pazal individuo que, entre otros desafueros, tuvo la desfachatez de arriesgar la vida de su compañera y amante para condenarla a no tener el hijo que ella quería. 

martes, 21 de febrero de 2012

La Fiscal, Lucio y el registro de amantes de los políticos


Publicado en La Silla Vacía, Febrero 21 de 2012

A raíz de las críticas por sus vínculos afectivos, Viviane Morales recibió cartas de apoyo en las que se anota que las dudas sobre desempeño por su matrimonio con Carlos Alonso Lucio responden a prejuicios sexistas, al menosprecio de su capacidad de decisión y autonomía. Las cartas fueron respaldadas por Florence Thomas, quien anota que si la Fiscal tiene que irse, las feministas impulsarán una ley que "obligue a todos los hombres públicos del país a presentar la hoja de vida de sus esposas y/o amantes". Esta iniciativa no debería depender de ninguna renuncia, o fallo. Es un avance importante hacia la transparencia y la equidad, para el que sugiero unos refuerzos.
Una eventual grieta es el y/o. Por allí se hubiera escurrido François Mitterand registrando sólo a su esposa Danielle, ocultando sus relaciones con varias señoras y a su influyente y fiel Anne Pingeot. Sólo al final  se hizo público que ella había vivido en un palacio de la República, que se desplazaba en avión oficial y que, siendo muy católica, hizo política en la sombra. Se dice que la pirámide del Louvre fue construida para ella. Este caso muestra que sería insuficiente registrar sólo a la esposa oficial.  

No hay que limitar la inscripción de amores a las relaciones durables. Los affaires que desbaratan el matrimonio de un hombre público pueden afectar los intereses estatales. En 1995 un periódico griego publicó unas fotos de Dimitra Mimi Liani desnuda. La imagen no hubiera causado revuelo de no ser porque se trataba de la nueva esposa del primer ministro Andréas Papandréou de 76 años, casi el doble que ella. Ex azafata de Olympic Airways el mismo periódico la denominó "Rasputín con faldas". Hacía y deshacía, nombraba funcionarios y gastaba fondos públicos. El escándalo no duró pues el líder socialista murió en 1996. Pero puso sobre el tapete los riesgos de la seductora que manipula al gobernante y lo transforma en su marioneta. 

La denominación de las amantes jóvenes confunde. Sobrinas, ahijadas, asistentes, becarias ... tendrán que suministrar pruebas de que lo son. Que no pase lo que se teme de la nómina oficial dominicana si triunfa la campaña de reelección Llegó Papá: mijitas, discípulas y pupilas en los despachos. La Ley Florence podría disuadir la importación de ese lema proselitista, o adaptaciones como Volvió Papá, vota con gustico.

Para los problemas, no es necesario que las parejas de políticos tengan pasado violento como Lucio, algo escaso entre mujeres. Son sus dotes seductoras las que deben estar bajo la mira. Eso que le sobraba a los del M-19  ha sido positivo para la reconciliación: sus múltiples romances ayudaron a blanquear desafueros. Pero el arte seductor desbocado es pernicioso, en hombres y mujeres. Para ellas se conoce como el síndrome de Mesalina, la tercera esposa del emperador Claudio. Ambiciosa, arribista, cruel, ninfómana, salía por las noches a competir con las prostitutas. Avergonzó y mangoneó al enamorado soberano.
Una hábil seductora causa estragos en poco tiempo. La regla para quedar inscrita debe ser "si es reputada, con un polvo basta". Así de corto puede ser el contacto de cama que atente contra los intereses estatales. Para cualquier funcionaria de alto nivel una pasión fugaz, de una noche, con un capo o comandante sería suficiente para poner en duda su gestión. El estándar no tiene por qué ser distinto con los varones. Aún con instituciones sólidas, romances fugaces han generado complicaciones. En los años sesenta John Profumo, Ministro de Guerra inglés, tuvo una cortísima aventura con Christine Keeler, modelo y call girl, quien por razones de trabajo también mantenía relaciones con un espía ruso. El riesgo para la seguridad nacional obligó a Profumo a renunciar, y puso en aprietos al primer ministro. Será inevitable registrar idilios efímeros con prepagos que al igual que la Keeler y por cuestiones laborales, tengan contactos que atenten contra el patrimonio estatal y la seguridad, o que afecten decisiones judiciales. Por eso el registro debe extenderse a los devaneos de jueces y magistrados. Es increíble cómo ha mejorado el nivel educativo de las escorts o acompañantes que ahora se reclutan hasta en buenas universidades. La Ley Florence hará más difícil que sin derecho pero con pericia en la cama se altere el curso de la justicia.  
El registro de hojas de vida incumbe ante todo a los funcionarios mujeriegos.  Pero los cuernos también obstaculizan el desempeño en la función pública: angustias, falta de concentración, trasnochadas de espera, celos, irascibilidad. Aunque convendría extender la inscripción a  deslices de cónyuges, eso ya complicaría demasiado la reglamentación de la ley. Tal vez se podría recurrir a estrategias adicionales, como recuperar el reproche social a la infidelidad. Por lo menos dejar de pregonar que es algo chévere e inocuo. Este complemento a la ley lo debería meditar Florence, pues por ahí ha mostrado incoherencia y falta de consideración con las personas afectadas.

Por fortuna la Fiscal  está casada con un Lucio rehabilitado por los evangélicos, que no sólo pacifican guerreros: también curan adictos, domestican aventureros y transforman infieles. Por una vez pinta bien una alianza estratégica del feminismo con curas, pastores y hermanos en Cristo, tan determinantes en la nueva vida de un violento seductor como el antiguo comandante Lucio. No es el único ex pandillero reconvertido al evangelio. Algo del Eme que facilitó militancia multipista, volteretas y cambios de camiseta como los de Lucio, y permitió la reinserción, es que nunca les dio por tatuarse como los mareros centroamericanos. Por esas conversiones ya se sabe que el overhaul o desintoxicación no puede ser parcial: no más armas, fuera malas compañías, nada de venganzas, perdón a los enemigos  pero también ni hablar de trago, marimba o perica, adios a la rumba y sobre todo a las mujeres distintas de la esposa. Una contribución a la calidad del trabajo de la Fiscal ha sido contar con su hombre en el hogar o en el templo, y no por ahí de juerga con el Coolidge alborotado.

martes, 7 de febrero de 2012

El piropo de andamio en un país clasista

Publicado en la Silla Vacía, Febrero 7 de 2012

Una crítica a la defensa del piropo señala con razón que en los dichos callejeros no distinguí halago de agresión verbal. En efecto, no hice explícito que escribí pensando en los piropos de andamio, los de obrero, los clásicos. Con esos en mente quiero insistir en que la cruzada contra el "acoso callejero" es criticable ante todo por clasista. Sin datos y pocos testimonios, recurro a mi experiencia como espectador y al foro tras la defensa.  
Mi primer contacto con el piropo fue a los diez años, cuando a mi hermana mayor le lanzaron desde una obra un "¡qué piernas!". Sin pensarlo reviré “¡grítele a su mamá!”. Muy machito, quería arreglar cuentas con esos atrevidos pero ella me disuadió. En la casa se discutió el incidente concluyendo que a esas bobadas no se le paraban bolas. En las reacciones al halago no primaron consideraciones de género. En el debate familiar tampoco. Con un "pasito que pueden oír" la atención se centró en los dilemas de vivir en un país con tales diferencias sociales. 

Fue inevitable al leer un testimonio de Atrévete! una mezcla de condescendencia y molestia.  Lo discutí con gente cercana y la impresión incluso femenina fue similar: “¿dónde cree que vive?”. Compartimos  la sospecha que esa joven entre atemorizada, desafiante y torpe, no ha conocido bien a un obrero, de pronto ni ha hablado con uno. Tal vez el contacto se ha limitado a miradas despectivas, del tipo “conmigo ni sueñe”. Imaginamos a las que exigen respeto en la calle llegando a su casa para ser atendidas por otra mujer de clase social inferior, tan respetada que no come sentada en la mesa con la familia sino en un butaco en la cocina. O reaccionando de forma hiriente a la torpeza de un mesero, o insultando étnicamente al chofer de un bus. Intuímos que esas casas no quedan en los barrios de las verdaderas víctimas de la violencia sexual callejera. Son conjeturas que habrá que corroborar.
Por mi oficio paralelo he pasado años metido en obras y así conocí un piropero consagrado. Esgar era un ayudante de albañilería trabajador, inteligente, honrado y ambicioso. Muchas veces  lo oí echando piropos, todos asimilables a los recopilados por estudiantes javerianas. Bien plantado, era exitoso con las mujeres de su barrio. Soltero y garoso, flirteaba en toda la ciudad con esporádicos triunfos. En una sociedad menos clasista hubiese coronado a diario con creces. Una amiga cercana me confesó una vez que la atraía físicamente. Provocándola le dije “avise y le hago el cruce”. Me cortó en seco, “eso no se puede”.  ¿No es esa barrera infranqueable puro clasismo?
Atrévete! y varios comentarios a la defensa destilan clasismo del ofensivo. Volver peligroso al extraño, como en el primer mundo criminalizar al inmigrante, roza el racismo. Es discriminación lo que eleva a amenaza sexual un "qué ojos tan leendos" desde un andamio y transforma el "no me gusta lo que me dijeron" por "un indio casi me viola". A la segregación de siempre se le da ahora nuevo impulso con la hipócrita disculpa de combatir el machismo. 
Una forista hizo explícito el peligro, "del piropero al violador no hay un trecho tan grande". Otra lo amplió, “antes de que una mujer sea abusada, otras expresiones dan cuenta de la violencia ... Hay miradas, hay palabras, hay gestos”. El horror no es sólo el piropo, son los patanes que, aún con bozal, podrían atacar. Pero los asaltos sexuales en Colombia no tienen nada que ver con el "pisss...pisss, una miradita". Lo común es un atracador que capitaliza el pánico de su víctima para violarla, o un reincidente que la engaña. Las violentadas reales son menores y viven en barrios más populares que las susceptibles con un dicho. 
La recopilación de piropos antioqueños hecha por una polaca corrobora la esencia de la cruzada. Una extranjera vacunada contra ese clasismo atávico no se siente agredida con las frases de extraños que ofenden a las niñas bien locales. 

Hace un siglo en los EEUU hubo unos piroperos peculiares, los mashers, "hombres blancos bien vestidos cuyo comportamiento era más irritante y cómico  que amenazante". Hollaback! ni siquiera es novedoso. Smashing the Masher fue el movimiento, también clasista, para neutralizarlos. Era la época de la industrialización y campesinos solteros llegaban a compartir las calles con mujeres más educadas. Nunca fueron acusados de violadores, ese estigma recaía en el black rapist. En Colombia hoy, sin un personaje urbano con el sello de violador, se le endosa la amenaza al obrero piropero.
La combinación de la cruzada con la Slutwalk potencia la intolerancia elitista. Defiendo sin atenuantes el derecho de las mujeres a vestirse como deseen y me parece un despropósito aducir que eso disculpa las violaciones, o el manoseo. Pero tengo dificultades para entender por qué en la calle no asumen sin drama las consecuencias de vestirse como les da la gana: unos miran, otros opinan, otros sueltan un piropo. Como anotó una amiga segura y sensata: “una minifalda no es autorización para que me toquen, pero obviamente es una provocación para que me miren”.

Hago paralelos con otros contextos y sigo sin entender por qué se espera que una declaración pública, “vean mis piernas”, no genere reacciones. Es como si  una radiodifusora que emite señales se disgustara porque quienes las reciben no son los targets previstos, y los tachara de peligrosos. Parece que sólo un grupo selecto, de la misma clase social para arriba, está autorizado a captar la onda y reaccionar. Los demás que se callen, sobre todo si son obreros.
A Esgar yo le firmaría una recomendación para cualquier puesto, incluso de celador en una residencia femenina. A pesar de que le gustan, jamás puso la mano en cola ajena sin permiso, porque sabe de flirteo. No creo que haya desperdiciado piropos en asustadas y desdeñosas víctimas de una violencia sexual imaginaria. De pronto se habrá burlado de ellas, por clasistas.

lunes, 6 de febrero de 2012

Violencia sexual en Colombia


"Quien se siente con derecho sobre el cuerpo de otra persona para comentar, 
también puede sentirse con derecho a tocar,  forzar,  abusar y  matar. 
Ha de saberse que el acoso callejero en muchas ocasiones 
ha sido el primer paso de violaciones, 
feminicidios y asesinatos homofóbicos".
Capítulo Colombiano de Hollaback!
la cruzada global contra el "acoso sexual callejero"
"El piropo es una forma de violencia contra las mujeres ...
Del piropero al violador no hay un trecho tan grande. 
Esas sutilezas artificiales solo sirven para justificar 
la agresión verbal, psicológica y física contra las mujeres"
Sebastiana  Castellio
La Silla Vacía
Comentario a En defensa del piropo
Tengo varias razones para centrarme en mis alegatos sobre el piropo en los que llamo de andamio. No sólo son los clásicos sino los únicos para los cuales encontré un trabajo sistemático y una de las dos recopilaciones de piropos colombianos, hecha para una tesis de grado de la Universidad Javeriana. Los testimonios de Atrévete Bogotá se centran en ellos. Una compilación de piropos españoles actuales también destaca los de albañiles, fontaneros etc ... No menos relevante, son los que mejor conozco. 


Fuera de su clasismo, la principal crítica que se le puede hacer  a la cruzada contra el piropo es la de mezclar peras con manzanas: un piropero no es un violador. Son dos personajes tan distintos como el mendigo del atracador o apartamentero. El piropero ni siquiera es el mismo manoseador del transporte público. Sólo la doctrina importada y el maniqueismo puede caer en tales confusiones.
Del trabajo de la Javeriana se podría sacar un perfil del piropero bogotano que en últimas sería redundante pues todos conocemos algún obrero, albañil, ruso, plomero o ayudante de construcción. Probablemente las únicas que no se han molestado en conocer uno son las indignadas con ellos. Lo que sigue es un breve resumen * del perfil de los asaltantes sexuales en esa misma ciudad y en Pereira. Se trata de los delincuentes que algunas feministas, en forma ligera y clasista, insisten en confundir con los obreros que flirtean a gritos desde un segundo o cuarto piso. Casi sobran los comentarios.
Hace unos años un grupo de investigadores dirigidos por Miguel Alvarez-Correa investigaron a profundidad 300 casos de asalto sexual en Bogotá y Pereira. Se entrevistaron 81 agresores y se profundizó la historia de vida de 26. Se analizaron 329 historias de víctimas, entrevistando 14 a profundidad. 
Una alta proporción de las agresiones sexuales no se denuncian. Los estimativos sugieren que el número total triplica los casos judicializados. No hay manera de saber con precisión qué tan representativos del conjunto son los casos que se judicializan. Pero se pueden tener indicios que entre los judicializados están los más graves que cometen extraños. 


Entre 1999 y el 2002, sólo un agresor de cada cuatro era desconocido por la víctima. Dentro de los "conocidos", que son distintos de los familiares, puede haber personajes muy diferentes: profesores, vecinos o incluso amigos con los que se sale de rumba. No he encontrado testimonios de una forma de violación muy común en los EEUU: el llamado "date rape" que es el que, precisamente presenta mayores dificultades para ser sancionado judicialmente. 


Si este fuera el caso en Colombia, que las violaciones que no se denuncian son aquellas cometidas por novios o pretendientes, el argumento que el piropo callejero por parte de un extraño no tiene nada que ver con la violencia sexual se refuerza. 

El 78% de los asaltos sexuales ocurre entre las 6pm y las 6 am.  O sea cuando las obras están cerradas y los andamios desocupados. “Me gusta más temprano, es que la gente anda atembada, como medio dormida: es la hora boba” cuenta un asaltante.
La hora de los asaltos también se asocia con cierto tipo de víctimas: las mujeres que estudian o trabajan de noche. Las que tal vez no les queda  tiempo para las lecturas feministas. “Cuando salgo del trabajo de turno como a las diez de la noche, esa zona es sola, pero entonces camino rápido para coger transporte. La cosa es que a veces se demora harto para llegar”  señala una víctima de 25 años. 
Para muchos asaltos, el lugar de comisión de los hechos puede diferir del sitio de enganche, o sea donde la víctima es engañada o forzada por el agresor para llevarla a sitios protegidos de los transeúntes, incluso en interiores. Para los enganches “hay una mayor incidencia en los barrios más deprimidos de la ciudad”. 


El lugar en dónde se comete el asalto, un potrero o un escondite  bajo un puente, puede ser utilizado de manera repetida. “Siempre lo hacía allí, bajo el puente de la 26; le pagaba algo al ñero que tiene allí el cambuche y me dejaba utilizar su hueco; las matas lo tapan”  reporta un asaltador sexual de 35 años con seis agresiones judicializadas.  
Con relación al enganche, las estrategias más comunes para abordar a la víctima son: primero, el engaño para atraerla y luego forzarla. Segundo la amenaza y fuerza bruta directa: “el agresor opera sólo, aborda una víctima a la vez y usa de entrada la violencia psicológica y/o física”. Tercero, asaltos grupales organizados, como los cometidos por pandillas. 
En los casos analizados, uno de cada tres (29%) fue mediante engaño y el resto (71%) con recurso a la amenaza y la fuerza. Es común que la amenaza se respalde con armas. 

Para el enganche mediante engaño hay múltiples posibilidades, como publicar anuncios buscando personal, ofrecer asesoría jurídica a mujeres u ofrecer productos en la calle. El asaltador también “toma en arriendo una pieza en cercanía a conjuntos residenciales”. 


Una de las peculiaridades más claras, y sorprendentes, de los asaltantes analizados es que la violación no constituye el objetivo principal del incidente. Es más un co-producto de otro ataque criminal, como un atraco. La lógica es simple: el susto del robo violento, en la calle o en la casa, debilita de tal manera a la víctima que, si es mujer, la hace presa fácil para una violación. El caso extremo es una especie de mini síndrome de Estocolmo en el cual la víctima casi agradece a su agresor por no haberle hecho más daño. El testimonio cínico de un violador lo señala claramente: “apenas le quité la plata que tenía, y como estaba asustada quiso estar conmigo, y bueno, no hay que desaprovechar la oportunidad”. 
Aunque en este trabajo no se menciona de manera explícita lo poco comunes que son los piropos antes del ataque, el hecho que se de en forma paralela con otros delitos y que haya siempre amenaza hace poco verosímil la idea de progresión del piropo a la violación. Es el impacto de un susto lo que facilita la agresión sexual. En el 42% de los casos es con un arma y en el 58% con amenaza verbal, no con piropos. “Cerca de la cuarta parte de los asaltantes carga soga para amarrar a su presa, cuchillo para amedrentarla y pañuelo para callarla”. 


Vale la pena transcribir en extenso el testimonio de asalto sexual más cercano al iniciado con piropo, entre todos los reportados. No es definitivamente un piropo de andamio, es una parte del arsenal de recursos de un abusador reincidente de menores. La víctima es una colegiala de 16 años. “Llegué tarde al colegio y ya no me dejaron entrar, me devolví para mi casa y un señor me empezó a hablar frente a la biblioteca de mi barrio, y me empezó a decir que tenía una cara muy bonita, y que él no era ningún atracador y que podía confiar en él” ... Al tratar de evitarlo, el señor la siguió “y después fue cuando sacó la navaja del bolsillo y me dijo que si no le cumplía lo que él decía, me buscaría en el colegio y que me hacía algo y que si le contaba a alguien, me hacía algo y me mataba”. Después de empezar a abusar de ella en una calle sola, le decía “que si me dejaba me iba a sentir muy bien y que podíamos hacernos hasta buenos amigos”.


En la modalidad del engaño, preparada y premeditada, la lógica es distinta: se trata de violadores reincidentes, casi "profesionales". 


Otra característica sobresaliente de los asaltos sexuales en Bogotá y Pereira, es que las víctimas reales más frecuentes, las jóvenes colegialas en barrios populares, se alejan bastante de lo que parece ser el perfil de la mujer indignada con el "acoso callejero".  

* Tomado de 
Alvarez-Correa, Miguel y otros (2004). Cazadores de Vidas. El Asalto Sexual: Agresores e Instituciones. Bogotá: Procuraduría General de la Nación, Fiscalía General de la Nación.