viernes, 6 de abril de 2012

Del dicho al hecho puede haber poco trecho


Por Bat
A las 4 pm de ayer martes, estaba entrando a la Biblioteca Virgilio Barco a un taller de escritura que estoy haciendo. Me crucé con un hombre que me miró y casi sin verme me dijo: “Esas teticas se ven muy ricas”. Yo quise ignorarlo, pero tuve un impulso irrefrenable y ya cuando él iba pasando le dije: “¡Oiga, ¿por qué no respeta?!” El hombre iba un par de pasos adelante y se devolvió; se me puso al frente y me contestó: “Me salió bravita esta puta. Antes agradezca que la miro, perra” … Ante esto y por la postura del hombre, y teniendo en cuenta que estaba solo el lugar, me asusté y seguí sin agregar nada.
El tipo era alguien de unos 40 ó 45 años más o menos. No vi nada que lo hiciera diferente a los hombres que uno se encuentra en esa biblioteca. O sea, estaba “bien vestido” (mejor dicho, no se veía sucio, ni andrajoso, ni punkero alternativo, ni nada de ese estilo). Debía medir por ahí 1.75, más bien delgado, vestido de gris y negro. Era blanco. De su físico en realidad sólo me fije en sus ojos cuando lo tenía al frente. Tenía los ojos oscuros y se veía furioso. Achinaba los ojos mientras me hablaba. También recuerdo que llevaba una maleta colgada al hombro, como las de los profesores, o sea, de esas maletas en las que uno supone que se cargan libros.
Todo pasó muy rápido, creo que no fueron más de unos 20 ó 30 segundos. Cuando el hombre se devolvió, me tapó el paso, se inclinó un poco y me habló de cerca. Yo me hice un poco para atrás y automáticamente me acordé de un viejo truco o maña que yo usé en una época en que hice un trabajo en las cárceles de Bogotá. Una vez los directivos de la cárcel me dejaron plantada y tuve que entrar sola a La Modelo y cruzar un patio para llegar a donde la persona que iba a entrevistar. En realidad, ningún preso me estaba asediando ni molestando, pero yo estaba nerviosa y me acordé de la película “Gorilas en la Niebla”, cuando Diane Fossey estaba al frente de un animal de esos que se alborotó y comenzó a hacer su papel de gorila, o sea, a golpearse el pecho y decir “cuidado conmigo” a los demás. Ella, en la película, agacha la cabeza y entiende que puede hacer todo, menos mirarlo a los ojos. Bueno, así sorteaba yo mis visitas a la cárcel. Y en el incidente de la Biblioteca hice lo mismo. Cuando tuve al tipo al frente y me di cuenta de su agresividad, retrocedí un poco, agaché la cabeza y miré hacia abajo. Él se mantuvo ahí y yo di un paso al lado y seguí caminando, con movimientos suaves como para que pasaran desapercibidos. Me di cuenta de que el hombre se quedó un momentico ahí parado, pero no vi qué hizo porque yo seguí caminando hacia adelante, pensando que si me seguía lo único que me quedaba era empezar a correr. Pero no me siguió. Unos pasos más adelante saqué mi celular (pensaba que si algo seguía sucediendo debía marcar el número de alguien de mi familia para avisarle. Aquí en Colombia la familia reemplaza al Estado en la mayoría de las ocasiones) y miré hacia atrás. Vi que el hombre había seguido su camino.
No lo pensé en ese momento, pero lo pienso ahora. Lacan dice en alguno de sus seminarios que este tipo de sujetos, los perversos patológicos en cualquier grado, lo que reclaman de sus víctimas es sufrimiento. Y cada quejido, cada señal de dolor es un estímulo altamente excitante para ellos. Dice Lacan, más o menos, que si su víctima se comporta como una piedra, como “una babosa”, como un ente hueco, carente de subjetividad, es el perverso quien se invade de miedo, porque la ausencia de sufrimiento desestructura su lógica. Me parece que eso fue un poco lo que hice: como desaparecer, como anularme o mimetizarme con el pavimento. Algo así.
Debo aclarar, porque siempre es bueno aclarar eso, que yo no soy ese tipo de mujer que detiene el tráfico de las ciudades. No me visto de una manera llamativa, todo lo contrario. Sufro de frío crónico y por eso casi siempre llevo mucha ropa encima. Me maquillo muy poco y no soy para nada exuberante. No soy una mujer fea, tengo mis atractivos, pero me ubico más bien del lado de las mujeres bajitas, flaquitas y de apariencia un poco infantil. Lo aclaro porque nunca falta quien dice que las mujeres nos buscamos ese tipo de situaciones con la apariencia y la actitud. Y en este caso no fue así, para nada. De hecho, ni siquiera vi que el hombre en cuestión me mirara con particular detenimiento.
Yo creo que contestarle a ese tipo fue una completa ingenuidad de mi parte. Cuando un hombre se atreve a lanzar semejante clase de “piropos”, evidentemente no está en posición de diálogo.  Fue una bobada mía decirle que me respetara. Ya estaba irrespetándome y no iba a dejar de hacerlo simplemente porque yo se lo pidiera.
Y debo decir que esa situación del martes no es la que más me ha impactado en la vida.  

martes, 3 de abril de 2012

Las raíces profundas de la violencia contra las mujeres

Publicado en La Silla vacía, Abril 3 de 2012

Al entrar a una zona dominada por un poderoso guerrero un hombre le pide a su esposa que diga que son hermanos. Teme que para quedarse con ella puedan matarlo. La mujer accede y el guerrero retiene a la supuesta hermana del hombre que gracias a este engaño se salva.
En otra región, una pareja no puede tener hijos. La mujer, que es estéril, le pide a su esposo que se acueste con la sirvienta para que le de un hijo. Surge así una extraña maternidad subrogada doméstica que concluye sorpresivamente pues con el embarazo y el parto la madre biológica cambia su actitud subordinada y se rebela. La patrona enfurece, maltrata a la futura madre que huye convirtiéndose en una peculiar desplazada por la violencia.

Estas dos historias, que podrían haber sucedido recientemente en Colombia, son antiguas. La primera es la entrada de Abrám y Sara a Egipto, donde ella es retenida por el Faraón (Génesis 12, 11-13). La mujer que se rebela en el segundo episodio es Agar, madre de Ismael y sierva de los mismos Abrám y Sara (Génesis 16, 16). Los relatos hacen parte del capítulo “Textos de Terror: violencia contra las mujeres en la Biblia Hebrea” de una recopilación de escritos religiosos, jurídicos y literarios sobre los lejanos orígenes de la violencia contra las mujeres. Editado en el 2011 por dos profesoras de universidades públicas españolas, el objetivo del libro es demostrar que “la violencia padecida por las mujeres tiene raíces tan profundas que no resulta fácil su erradicación … Acabar con la forma de pensar de muchos hombres que se consideran en posesión del cuerpo de la mujer … requeriría comenzar por la identificación de esas raíces para tratar de aflorarlas a la conciencia colectiva para así poder anularlas”.
El autor del primer capítulo, un teólogo de la liberación, es perspicaz y logra responsabilizar a Abram por las agresiones. “La vida del hombre, del marido, vale más que la honra de la mujer. Abram dispone de Sara como si fuera su propiedad. Debido al engaño, el faraón la toma por mujer. Se produce un abuso sexual del que es responsable Abram”. En el segundo episodio el patriarca, que simplemente accede a la petición de su esposa y después deja en manos de ella la forma de lidiar la rebelión de Agar también: “la reacción de Sara fue maltratarla y el maltrato fue legitimado por el patriarca”.

Después de la pesca de ataques contra el género femenino en la Biblia y en el Talmud se aclara que ni Platón ni Aristóteles "entienden correctamente la situación y estatus de las mujeres". Se habla del manus, la patria potestas y "las malas costumbres de la mujer" en las fuentes romanas. Se menciona la prohibición de que la mujer sea mayor que el marido en el derecho visigodo. Se recuerda que el Cid Campeador "se desenvuelve en un ambiente netamente falocéntrico" y que tanto su esposa doña Jimena como sus hijas doña Elvira y doña Sol "encarnan el ideal patriarcal de las mujeres como buenas damas y doncellas". También se hace un detenido análisis de acoso sufrido por María San Juan en Guernica en 1489 "para forzar una relación sexual no consentida". 

Esta elaborada arqueología de los abusos no se detiene a comparar las raíces de la violencia en China, Japón, India, Mongolia, Turquía, los países árabes, la América precolombina o, por decir algo, los actuales Yanomano. El lector queda con la idea que la causa de los maltratos es la tradición patriarcal y represiva judeo cristiana. Algo que no concuerda con el hecho que esta influencia ha sido escasa o nula en los que se consideran actualmente los peores lugares del mundo en cuando a la situación de las mujeres.  
Tampoco se hace un esfuerzo para explicar por qué, desde hace siglos, no todos los hombres educados en la tradición judeo cristiana abusan o golpean a las mujeres. Un ejercicio similar -buscar ejemplos de cualquier cosa en la tradición occidental- serviría para encontrar las raíces profundas de innumerables conductas: homicidio, secuestro, violaciones, alcoholismo, depresión, glotonería, avaricia, envidia, lujuria.

No sorprende que se eviten las comparaciones interculturales, puesto que manifestaciones similares de violencia de género se han dado en todas las sociedades, lo que por definición desvirtúa la "teoría" de las raíces culturales. Y llevaría a la necesidad de excavar bien profundo, más allá del homo sapiens, para empezar a tomar en serio el conocimiento acumulado de biólogos, etólogos y sobre todo primatólogos sobre las raíces instintivas de comportamientos violentos por cuestiones similares: lucha por las hembras y búsqueda de exclusividad con la madre de la prole. Por alguna misteriosa y tal vez divina razón se sigue pensando que de las especies sin alma, sin lenguaje, sin cultura y sin religión nada se puede aprender en materia de agresión, dominación, o competencia entre machos o hembras.

Lo que más inquieta de este tipo de ejercicios dramático-retrospectivos sobre el patriarcado es bien simple, ¿en qué ayudan a solucionar o prevenir la violencia contemporánea contra las mujeres? Fuera de horrorizarse o avergonzarse con la historia, ¿qué puede hacer cualquier persona o institución con ese conocimiento tan profundo? ¿Cómo podría una comisaría de familia, la fiscalía, la Policía Nacional, el ICBF, un centro de salud, los vecinos o los parientes de una mujer agredida capitalizar esa sabiduría? Quedan muchos interrogantes para profundizar esta retrospección a lo largo de la Semana Santa. Uno de ellos es por qué, a pesar de estas revelaciones y con un feminismo tan activo y bien financiado, multitud de españolas siguen asistiendo a las procesiones en las se celebra la tradición que las oprime. ¿Será otra maniobra del Procurador?