miércoles, 18 de julio de 2012

Rosa Elvira Cely, el elefante y el gusano


Publicado en El Espectador, Julio 19 de 2012

Uno de los cuentos del colegio era que para el examen de biología, Jaimito sólo se sabía bien el tema del gusano. Cuando le preguntaron sobre el elefante, tranquilamente respondió: “es un animal que vive en la tierra, en la tierra hay muchos gusanos, el gusano bla, bla …”

Tras el horroroso asesinato de Rosa Elvira Cely en el Parque Nacional la inquietud apabullante es por qué un tipo con tales antecedentes conocidos por la justicia –asesinato de una mujer a machetazos y abuso de dos hijastras- andaba suelto. En Colombia hay razones para la impunidad difíciles de corregir, como la no denuncia, la deficiente investigación o las amenazas a los jueces. En este caso, sin embargo, para evitar una nueva víctima bastaba con no dejar libre a un asesino ya detenido. La pregunta del millón, el enorme elefante que quedó planteado con el atroz incidente, es simple: ¿por qué la justicia colombiana deja libre a un detenido con alta probabilidad de reincidir en sus crímenes? ¿Cuál fue la verdadera falla detrás del atroz asesinato de esta mujer?

Algunos grupos feministas se las arreglaron para reaccionar trayendo a colación el gusano de siempre: las luchas de género. El mismo gusano baboso que sale a relucir con cualquier señal de machismo y con el que se pretende convertir a Javier Velasco en otro símbolo del peligroso colectivo masculino. La nueva enmienda a los códigos para prevenir la violencia contra las mujeres, la ley Rosa Elvira, hablará de feminicidio para “decirles a los hombres que no se pueden salir con la suya, que agredir a una mujer sí es muy grave”. Eso fue lo que aparentemente faltó para atajar a Javier Velasco, un tipo común, un amigo más.

La tendencia a irse por las ramas y hacer proselitismo con el gusano no es capricho de unas cuantas activistas. De las cumbres académicas nos recuerdan que es un desacierto considerar el caso de Rosa Elvira Cely como excepcional. La explicación y la solución deben ser colectivas. El castigo hace parte de una ideología conservadora y “cambiar la cultura de un país es la utopía con la que de verdad vale la pena soñar”.

Los dilemas penales protuberantes tras este asesinato, los elefantes de la inimputabilidad y la reincidencia, no llaman la atención. Quedan sepultados por la misma agenda política ubicua y ambiciosa: erradicar el machismo. Más pertinente que evitar muertes corrigiendo entuertos judiciales específicos es ponerse a la par con los países latinoamericanos que ya llevaron el feminicidio al código penal y tomar conciencia de que nos toca transformarnos culturalmente. 

Difícil entender qué aporta a la comprensión de la violencia de género, y a proteger a víctimas como Rosa Elvira, meter en el mismo paquete a Javier Velasco con los dos o tres millones de hombres comunes y corrientes que han agredido físicamente a su pareja en Colombia.

Un detallado estudio para Bogotá y Pereira suministra información sobre los atacantes sexuales, algunos de los cuales son homicidas o combinan las violaciones con otros delitos. A pesar de que las tasas de reincidencia del 14%  son apenas superiores a las de otros países, y no parecen excesivas, el riesgo que representan los delincuentes sexuales seriales es considerable. El prontuario del presunto abusador de 60 jovencitas que se hacía pasar por niña en facebook palidece ante el de un violador con 220 damnificadas. De Javier Velasco se conocen hasta el momento cinco víctimass, o sea que se puede considerar atacante en serie. Además, desde antes del crimen del Parque Nacional, hacía parte del violento tercio que busca silenciar o eliminar a sus víctimas, también reincidiendo.


El gusano doctrinario es tan insólito que una de sus promotoras alcanzó a manifestar sorpresa por la marcha de protesta luego del asesinato y a afirmar que sólo se dio gracias a las mujeres “comprometidas con las luchas de género”. Ignoró que en un país tan violento como Colombia el rechazo a los atacantes sexuales se da hasta en sitios insospechados, repletos de machos violentos. Como anota uno de ellos, con 21 agresiones judicializadas, “a todos los que estamos por delitos sexuales nos va muy mal en las cárceles, por eso es mejor estar solo”.

No he podido encontrar la cifra de asesinos o violadores que quedan libres por inimputables en el país. Para algunos estados norteamericanos se sabe que las defensas basadas en ese alegato constituyen menos  del 1% de los juicios por crímenes graves, y que las absoluciones que se logran son menos de la tercera parte de esos casos. A pesar de esa baja participación, en las encuestas la opinión pública norteamericana se opone de manera mayoritaria a la absolución por inimputabilidad, no sólo por razones retributivas sino utilitaristas: lo que gana un solo individuo es poco con respecto al daño que le puede hacer a la sociedad. Eso lo dejó bien claro el asesino del Parque Nacional.

Conozco personas que dejaron de ser practicantes católicos a raiz del desacertado sermón del cura en el entierro de un familiar. Encontraron insoportable la falta de respeto y consideración con la gente afectada por el deceso. No toleraron el recurso al mismo gusano, la insistencia en que es mejor estar en el más allá que seguir viviendo, el proselitismo por encima de la empatía. Las reacciones más visibiles ante el asesinato de Rosa Elvira, y la justificación de un proyecto de ley en su honor, adolecen de esa misma falta de consideración con las víctimas directas. Cuesta trabajo imaginar que la familia Cely se sienta comprendida y apoyada con la peregrina sugerencia de que a Rosa Elvira no le ocurrió nada extraordinario, que eso es pan de cada día. El dogmatismo no es buen aliado de la compasión. A mí no me cabe duda que más que el gusano ideológico del patriarcado lo que los debe estar atormentando es que, sin saberlo, Rosa Elvira tenía como compañero de estudios a un violador y asesino puesto en libertad por la justicia.

No es fácil predecir cual será la respuesta de Javier Velasco –o de sus similares en el futuro- ante una ley que tipifique el feminicidio, pero me temo que poco les importará. Lo que sí me preocupa es el impacto perverso que esta retórica centrada en el cambio cultural pueda tener sobre los operadores del sistema judicial colombiano; esos mismos personajes que, despistados a más no poder, dejaron salir de la cárcel, por inimputable, a un atacante sexual y homicida que, como era fácil prever, reincidió. Si no se corrige esa vertiente tan lamentable de la impunidad el peligroso elefante seguirá haciendo estragos, a pesar de las nuevas leyes y del gusano del machismo.