jueves, 12 de julio de 2012

Sobrepeso a la colombiana


Publicado en El Espectador, Julio 12 de 2012

Alejandra Azcárate dio papaya al burlarse de la gordura femenina. Todo el mundo le cayó encima: hueca, sin valores, bruta, flaca de ideas, oportunista, cursi, frívola, abusiva, cobarde, agresiva, malcriada, superficial, hiriente, venenosa, tóxica.

A quien se define como flacuchenta le criticaron con razón no saber de lo que estaba hablando. El primer descache fue ignorar que la silueta Botero o Rubens es casi mayoritaria en el país. El 45% de las colombianas que respondieron el Sensor Yanbal 2012 señalan tener sobrepeso. No a todas las mujeres les interesa ser modelos, así es que el sermón de una flaca mitad jocosa mitad regañona sacó de quicio a más de una.

Sobre los perjuicios de la gordura para la salud -algo que no preocupó a la Azcárate, sensible sólo a la pinta- no vale la pena extenderse, salvo anotar que el expediente de riesgos contemporáneos, desde el cigarrillo hasta el celular, no cesa de aumentar. A tal punto que, en la actualidad, las colombianas no establecen ninguna asociación entre los achaques de su cuerpo y el sobrepeso. Para quienes consideran que su estado de salud es malo, la proporción con sobrepeso es del 28%. Entre las que se sienten al pelo, el porcentaje aumenta al 40%. O sea que el “cuerpo liviano, ágil y elástico” como el de Alejandra está lejos de ser una condición necesaria para sentirse saludable.

No acierta la actriz al afirmar que el sobrepeso femenino se maneja con el desparpajo y la pedantería con los que ella alardea de su figura. Una de cada tres de las mujeres con exceso de peso está haciendo dieta, contra una de cada diez entre las demás. Tampoco atina al señalar que las pasadas de kilos “convierten su figura en su mayor factor de seguridad”.  Sólo 7% de las mujeres con peso normal se sienten insatisfechas con su apariencia personal, la cifra sube al 18% entre las que se sienten gordas.

Una imprecisión de la Azcárate fue atribuír el sobrepeso femenino sólo a la genética y a los malos hábitos alimenticios. Medio evocando a una famosa feminista sugirió que la mujer no nace sino que se hace gorda y que por eso debe cuidar no tanto la tiroides como la “mueloides”. Este despiste se entiende con una de las confesiones públicas que ha hecho quien, a pesar de fungir de progenitora de imagen, no tiene ni idea lo que es ser madre. En Colombia, el factor que en mayor medida ayuda a explicar el sobrepeso femenino es el haber dado a luz. La probabilidad  de que una madre se sienta por encima del peso ideal es el doble a la de una mujer de sus mismas características pero sin prole. El tamaño de la familia importa menos, lo que deja marca es el primer embarazo.
Fuera de los hijos, dentro de las variables disponibles en esta encuesta, ninguna se asocia con una mayor masa corporal femenina. Parecen contribuír a controlar el peso la soltería, los estudios después del bachillerato y, tal vez por la mejor salsa del mundo, vivir en Cali. Filtrando por el nivel educativo, el estrato económico no afecta, como tampoco lo hace la participación laboral. A pesar de lo que recomiendan los hiperactivos, hacer deporte –una afición poco femenina- no altera mucho esos kilos de más.

En contra de lo que entre líneas sugiere Alejandra, el sobrepeso no conlleva mayores consecuencias sobre la vida de pareja. Con menos cuernos pero un poco más celosas, las gordas se declaran tan satisfechas con su vida sexual como las demás, reciben el mismo apoyo en las tareas del hogar y, siendo menos infieles, las celan por igual. Tampoco se diferencian por el maltrato que reciben de su pareja. El sobrepeso no afecta la percepción de haberse sentido alguna vez discriminada como mujer, a pesar de que la insatisfacción con la apariencia personal sí multiplica por tres esos chances. 

Un dato curioso es que la importancia del peso sobre la conformidad con la apariencia física es diferente por géneros. Mientras que para algunas de ellas los kilos disminuyen la satisfacción con la figura, a ellos lo que les preocupa es estar demasiado flacos.

La suficiencia de la columna no le resta a la Azcárate el acierto en un punto clave sobre las gordas: “en el sexo se desinhiben con facilidad … tienden a estar tan seguras de ellas mismas que se convierten en grandes amantes”. En promedio, las colombianas con más peso en la cola, aquí literalmente, preferirían tener dos valiosos polvos más al mes que las flacuchas como Alejandra, que tal vez optan por jadear en el gimnasio. En mayor proporción, consideran que la mujer debe tener la iniciativa para las relaciones sexuales y dentro del reducido grupo de mujeres que quisieran tener sexo a diario, las que tienen kilos extras constituyen una aplastante mayoría cuando jóvenes y conservan el liderazgo del deseo en todas las edades hasta la menopausia.

Esta encuesta no da información sobre la frecuencia efectiva de relaciones sexuales, sólo la que se considera deseable. Pero como el sobrepeso no afecta la satisfacción con la vida sexual, se puede sospechar que en Colombia las gordas tiran más. Eso es lo que se ha encontrado recientemente en otros países. Un estudio basado en una encuesta a cerca de ocho mil mujeres en los EEUU, señala que las pasadas de kilos reportan más encuentros sexuales a lo largo de su vida que las demás. Entre los tres grupos de mujeres con distinta masa corporal no se perciben mayores diferencias en las principales variables demográficas o sociales. En las de peso superior hay menor proporción de vírgenes y la frecuencia de sexo en el último mes es levemente superior. No aparecen diferencias en cuanto a orientación sexual y, como en Colombia, reportan menos infidelidad. También se encuentra  que “una mayor proporción de mujeres con peso normal son nulíparas” y que el sobrepeso y la obesidad afectan sobre todo a quienes tienen hijos.

Virginia Mayer, “una gorda hermosa que folla a la carta”, le escribió indignada una respuesta a la Azcárate y obtuvo un respaldo masivo. A la flaca, que se jacta de no ser feminista sino realista, se le armó la gorda por no darse cuenta de que estaba insultando a unas madres.