martes, 28 de mayo de 2013

La ventaja obvia de una pareja estable


"Con cada mujer que se separa o se divorcia, muchas personas respiran mejor … Mujeres de todos los estratos y rincones de esta tierra colombiana, incontables mujeres nacen a ellas mismas después de una separación". Siempre me han intrigado las fuentes que respaldan las afirmaciones sin matices de Florence Thomas, como estas que lanzó en una columna con el provocador título de “Divorciadas y tan felices …”. No pocas separaciones son eventos dolorosos y traumáticos, con costos para ambas partes, beneficiando si acaso a quienes rápidamente encuentran un nuevo romance, o lo traían guardado y cultivado.

Con la pregunta clásica del Estudio Colombiano de Valores sobre qué tan felices se sienten las personas, hace un tiempo pude corroborar lo observado en mi entorno cercano: las personas con una relación duradera –noviazgo, matrimonio o unión libre- manifiestan sentirse más satisfechas  con sus vidas que aquellas  sin pareja. La última Encuesta Nacional de Demografía y Salud, con una representatividad incuestionable, sugiere una eventual explicación para la ventaja en bienestar que reportan las mujeres emparejadas sobre las separadas.

Ante la pregunta “¿cuando fue la última vez que usted tuvo relaciones sexuales?” la mayoría de las mujeres miden su abstinencia en días, pero muchas lo hacen en meses y un porcentaje no despreciable reporta no haber tenido sexo en años. Las diferencias entre las mujeres con parejo permanente y quienes viven solas o con sus hijos sin el padre son importantes, haciéndose abismales con el tiempo. A partir de los treinta, no tener compañero en casa equivale a más de un año de abstinencia sexual. Al acercarse los cincuenta, las mujeres solas responden que ha pasado casi un lustro –en promedio- desde la última vez que hicieron el amor. Las emparejadas de esa edad, por el contrario, continúan con una actividad sexual apenas inferior a la de sus congéneres adolescentes. 























Así, para las colombianas maduras, una ventaja del matrimonio o la unión libre se podría tasar en un cuatrenio de sexo, cuyos beneficios comprobados siguen aumentando.

Resulta insólito que bajo la supuesta liberación femenina una fracción importante de mujeres padezca semejante miseria sexual, difícilmente compatible con la felicidad apresuradamente asociada al divorcio. Aunque en este terreno es imposible definir qué es lo razonable, y la empatía intergénero no funciona, me atrevo a pensar que estas abstinencias ya son excesivas después de los veinte. Así lo sugiere la conversación que, según una amiga, se repite en su gimnasio de treintañeras: con quien será, el próximo mes, el “polvo de mantenimiento”.


miércoles, 22 de mayo de 2013

Infidelidad, separaciones y feminismo

En el año 2009 un conocido actor tuvo un romance furtivo con su coprotagonista en una comedia. La engañada esposa de casi dos décadas, madre de un hijo suyo, lo agarró in fraganti, hizo público el affaire y anunció el inminente divorcio. Le explicó a la prensa por qué, a pesar del amor que aún sentía, había tomado la dolorosa decisión de separarse. Pillado y encartado, el galán acabó por darle la espalda a su amante pidiéndole que abandonara el grupo de teatro.

Unas semanas más tarde Florence Thomas, en uno de esas cartas públicas con los que reprende a cualquiera que atente contra las mujeres, regañaba al actor. No lo hacía por haberle puesto los cuernos a su cónyuge, ni siquiera por cortar con la amante. Le reprochaba haberse dejado involucrar en el escándalo. El doble sufrimiento femenino le pareció simple daño colateral poco digno de empatía o reflexión. En un arranque literario dejó una memorable oda a la infidelidad: "el amor es nómada, el amor es precario, es frágil, y el deseo es caprichoso, vagabundo y aventurero”.

Recientemente, tras el pobre debate sobre el matrimonio igualitario, la misma Florence Thomas, siempre refractaria a la noción de compromiso en la pareja, tuvo que hacer maromas para resumir en una columna la gran contradicción del feminismo contemporáneo frente al matrimonio: fundamental para las parejas del mismo sexo pero en últimas mediocre y caduco como institución para la gente progresista, para quienes realmente conocen el amor sin ataduras artificiales.

El sonado divorcio por cuernos de farándula no es un evento aislado. De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Demografía y Salud, la infidelidad masculina es la razón más aducida (35%) por las mujeres colombianas para haberse separado. Las dos siguientes causales, violencia conyugal (23%) e “incumplimiento de deberes” del hombre (11%) también podrían estar relacionadas con alguna sucursal clandestina. Las aventuras extra conyugales femeninas apenas alcanzan el 1% de las razones de separación. 


Una bajísima proporción de las divorciadas por infidelidad se vuelve a casar. Algunas optan por la unión libre, pero la mayoría de ellas reportaron no vivir emparejadas en el momento de la encuesta. Casi todas tienen hijos, y su número es similar al de las madres solteras en el país.


A pesar de lo insulsa que ha sido la discusión sobre las ventajas del matrimonio para todos, tal vez contribuya a que la feminista con más tribuna del país deje de trivializar la infidelidad y empiece a tomarse en serio sus secuelas.


jueves, 16 de mayo de 2013

Slash fiction: literatura erótica de/para mujeres


El slash (por el símbolo /) es un género de literatura escrito y leído casi exclusivamente por mujeres. Se trata de historias de amor en las que los protagonistas -una pareja de hombres- son estrellas de TV, novelas policíacas, ciencia ficción, espionaje o aventuras, como Sherlock Holmes y el Dr Watson. El dúo con el que apareció esta peculiar veta a mediados de los setenta fue el de Kirk y Spock de “Viaje a las estrellas” (Star Trek). Las fanáticas de la película empezaron a idear sagas en las que un poderoso vínculo surgía entre estos dos personajes (K/S) que, superando todo tipo de obstáculos, se convertían en amantes. A pesar de la oposición de la fanaticada hacia esa visión de sus héroes, los K/Szines -revistas sobre esa pareja- se siguieron produciendo. Luego vinieron Starsky/Hutch de la serie televisiva con ese nombre, Ilya/Napoleón de Mister Solo, Batman/Robin y muchos otros.

No se trata de un fenómeno exclusivamente norteamericano. También surgió de manera casi simultánea en Canadá, el Reino Unido, Australia y Alemania. Como parte del universo manga,  apareció luego una versión japonesa para jóvenes.

Aunque los protagonistas del slash se enamoran y mantienen relaciones íntimas entre ellos se consideran heterosexuales, algunas veces bi y excepcionalmente gays. Las autoras escriben, editan y publican cientos de historias e ilustraciones en una industria artesanal que fue posible gracias a los programas de edición como Page Maker y a las fotocopias baratas. Para finales de los ochenta, cuando toda la producción se imprimía para ser distribuída por correo o vendida en encuentros especializados, se estima que en los EEUU había medio millar de fanáticas activas; las ediciones típicas de un /zine eran de ese orden. Con el impulso que le dio internet a las publicaciones virtuales, la comunidad de seguidoras se ha expandido notablemente y ya es difícil cuantificar su tamaño.

Hace un par de décadas la etnóloga Camille Bacon-Smith entrevistó un grupo de autoras y lectoras de slash que asistían a una convención en Nueva Inglaterra. Caracterizó esa comunidad como exclusivamente femenina, de clase media, la mayoría con grado universitario, solteras y heterosexuales. La proporción de lesbianas y bisexuales era similar a la de la población total de mujeres. Aunque las edades variaban entre los veinte y los setenta la mayor parte eran treintañeras. Con la entrada masiva de lectoras jóvenes a través de la red la edad promedio se ha reducido notablemente.

En otro de los trabajos académicos sobre el slash, “Pornografía de mujeres para mujeres, con amor”, Joanna Russ señala que esas historias de amantes masculinos que demuestran genuino interés por el otro -no sólo por su cuerpo- y establecen un verdadero compromiso mutuo, “describen la versión femenina de la sexualidad protagonizada por dos cuerpos masculinos”.

Donald Symons, reputado psicólogo evolucionista, dirigió la tesis doctoral de Catherine Salmon, seguidora de ese género literario. Escribieron luego un corto y sustancioso libro en el que establecen un paralelo entre el slash y la novela romántica tradicional en la que el protagonista, un hombre duro, demuestra al final su capacidad de amar. Sugieren que la reticencia para asimilar esos nuevos héroes al mundo gay es como quedarse con el pan y con el queso. “La lectora heterosexual se puede identificar con un personaje masculino y, además, tenerlo disponible sexualmente”.

REFERENCIAS

Bacon-Smith, Caroline (1993). Enterprising women: television fandom and teh creation of popular myth. American Folklore Society.  Google books

Russ, Joanna (1985). "Pornography by women for women, with love." Magic mommas, trembling sisters, Puritans and perverts: Feminist essays (1985): 79-99. Citado por Salmon & Symons

Salmon, Catherine & Donal Symons (2003). Erotic fiction, evolution, warrior lovers and female sexuality. New Haven and London: Yale University Press

Ejemplos de historias:

Suzan Lovett - The reading room


miércoles, 10 de abril de 2013

Reflejos en el ojo de un hombre

Publicado en El Espectador, Abril 11 de 2013


La mirada masculina sobre el cuerpo de la mujer es involuntaria, innata, programada en el disco duro genético del macho para la reproducción. Es por lo tanto difícil de controlar.

La mirada-deseo del hombre se remonta a la noche de los tiempos y tiene un sustrato biológico ligado a la supervivencia de la especie. Pero en los discursos intelectuales contemporáneos ha estado tercamente negada, rechazada, olvidada, pues implica la existencia de un vínculo poderoso entre la seducción y la reproducción.

En las sociedades tradicionales las mujeres siempre se acomodaron a la mirada de los hombres sobre sus cuerpos. Para decirlo de manera burda, ellas son como las hembras de los primates que seducen a los machos porque quieren ser madres. Para lograr este objetivo se embellecen.

El feminismo nunca ha sabido cómo manejar la coquetería femenina. Persistió la idea cristiana de la separación entre el cuerpo y el espíritu. El supuesto predominante ha sido que la belleza es un valor alienante,  impuesto a las mujeres por el machismo milenario y exacerbado en el capitalismo por la industria cosmética y la moda. Antes la coquetería era un pecado. Ahora, como las madres católicas, las madres feministas le recomiendan a sus hijas cuidarse de los hombres que les hacen la corte. “¿Te fijas en mí o sólo en mi cuerpo?” Como si el yo pudiera prescindir del cuerpo, como si el espíritu fuera más auténtico yo que el cuerpo.

Ninguna sociedad humana se ha montado en una contradicción tan inextricable, negando tranquilamente la diferencia de sexos y simultáneamente exacerbándola hasta el paroxismo con las industrias de la belleza y la pornografía.

Las mujeres occidentales critican a las que se cubren el cabello. Prefieren taparse los ojos. Independientemente de cualquier angustia sobre por qué, o con qué derecho, los hombres tienen una predisposición innata para desear a las mujeres con la mirada y las mujeres siempre se deleitaron con esa mirada porque anuncia su fecundación.

La visión del macho se adaptó para reconocer a las hembras fecundas y enviar señales a sus testículos para que reaccionen. Existen filtros y un mecanismo cerebral de bloqueo. Pero en cuanto falla, el hombre está listo para la acción. A la mujer, por el contrario, no le interesa copular con cualquiera, puesto que su implicación con la reproducción es incomparablemente más pesada y larga que la del macho. Los varones fingen amar para poder tirar, ellas fingen desear para atrapar.

Me hubiera gustado que las reflexiones anteriores fueran mías. Las tomé de un refrescante libro -con el título de esta columna- que amerita una mirada, no sólo masculina. Su autora, Nancy Huston, es una feminista canadiense, combativa, pragmática y experimentada, que logró liberarse de los dogmas.



jueves, 4 de abril de 2013

Mujeres violentas

Publicado en El Espectador, Abril 4 de 2013


A mediados de los sesenta, en un colegio femenino con alta concentración de hijas de la élite, la vice rectora fue agredida por las alumnas. “Me dieron puños y patadas, me ataron las manos a la espalda, me golpearon con un rifle de madera, me llenaron la boca con tierra, y me escupieron en la cara” escribiría luego en una carta al gobierno.

Dos meses después, estudiantes del mismo plantel atacaron a profesores y administradores. Tras mancharles la ropa con tinta, ponerles sombreros de burro y tablas con el nombre tachado colgadas en el cuello, de rodillas, los golpearon con palos y luego los quemaron con agua hirviendo. La vice rectora perdió el conocimiento. Tardaron dos horas en enviarla a un hospital cercano, a donde llegó muerta.

Los brotes de violencia femenina ocurridos en China durante la Revolución Cultural no ocurrieron sólo en este colegio. En un establecimiento de Shangai las estudiantes obligaron a la directora a comer excrementos mientras la hacían limpiar los baños. En otro plantel los profesores recibieron martillazos en la cabeza. Una compañera de curso de las agresoras, autora de varios textos sobre los ataques, no deja de preguntarse “por qué las jóvenes de nuestra escuela femenina pudieron ser tan violentas”.

El afán por explicar la violencia de un grupo tan privilegiado de mujeres lleva implícito el reconocimiento de que fue una desviación de su conducta habitual. Una testigo concluye que se requirieron condiciones realmente excepcionales  para que el salvajismo se impusiera sobre la mansedumbre femenina. 

En una reunión realizada décadas después entre quienes vivieron de jóvenes la Revolución Cultural  se elaboraron un par de teorías sobre la embestida contra la autoridad en los colegios. Hubo acuerdo en señalar que la violencia femenina podría atribuírse a la severa represión sexual a la que habían sido sometidas previamente las jóvenes, entendiendo por represión tanto la contención de su sexualidad como el control social de sus conductas. La rebelión habría sido una forma de “extirpar los viejos estereotipos de comportamiento femenino”. Una segunda teoría planteó que “las mujeres fueron más susceptibles que los hombres a las presiones externas” y por lo tanto respondieron con mayor ímpetu al llamado del liderazgo comunista para atacar a los enemigos de clase.

Puesto que se trataba de colegios con muchas hijas de altos funcionarios públicos, no se pudo acudir a la explicación tradicional de la precariedad económica y la falta de educación como causas de las agresiones. Hacen falta en Colombia reflexiones similares sobre la violencia no criminal y sin miseria.

jueves, 28 de marzo de 2013

La fidelidad es para los de ruana

Publicado en El Espectador, Marzo 28 de 2013


No se da silvestre la fidelidad. Es un valor difícil de inculcar, frágil, en contravía de los instintos. Comparando los pueblos italianos en donde abunda el adulterio con la historia de las parejas, la antropóloga Helen Fisher concluye que “la tendencia del ser humano hacia las relaciones extramaritales parece ser el triunfo de la naturaleza sobre la cultura”. Conviene precisar que la infidelidad masculina es tan diferente de la femenina como han sido variados y asimétricos los esfuerzos por controlarla.

En una visita del presidente Calvin Coolidge y su esposa a una granja avícola, ella se sorprendió con un gallo que no paraba de copular. Preguntó si así era todo el día y ante la respuesta afirmativa discretamente sugirió que le contaran eso a su marido. Coolidge recibió la indirecta y reviró: “¿el gallo repite con la misma gallina?”. Al informarle que siempre era con una distinta, sonrió pidiendo que le aclararan eso a la esposa.

De esta anécdota salió el nombre, efecto Coolidge, para la capacidad de los machos en muchas especies de multiplicar su potencia sexual siempre que cada faena sea con una hembra distinta. Los ratones son los afortunados elegidos para estudiar en el laboratorio esta vocación por la variedad. Si al reponer sus energías para otra cópula con la misma ratica necesitan un tiempo significativo y creciente, con una nueva hembra la recarga es inmediata. La explicación para este efecto es la búsqueda de diversidad genética en la descendencia. El equivalente al lema financiero de no poner los huevos en la misma canasta es no limitarse a una sóla hembra.

El rey Chou-Sin de la dinastía Shang (1558-1302 A.C.), reconocido por su promiscuidad, tenía hasta diez mujeres distintas cada noche. En la época Chou (112-22 A.C.) se estipuló que para mantener vigoroso al monarca se requerían una reina, tres consortes, nueve esposas de segundo rango, veintisiete de tercero y ochenta y un concubinas. Yang-Ti le sumó una reserva de tres mil doncellas. Durante los carnavales, el promedio de cortesanas disponibles para el Papa Alejandro VI era superior a veinte por noche. La cuenta de hijos del sultán marroquí Ismaïl Ibn Sharif (1634-1727) se acerca a novecientos y la de amantes de Warren Beatty a trece mil. Hasta el final de sus días, el comandante Mao recibía en sus aposentos una joven camarada distinta cada noche.

Sólo unos cuantos lo logran, pero todos los machos, desde los ratones, quisiéramos nuestro propio harem y poder disfrutarlo sin mala conciencia. La monogamia se instituyó para apaciguar esa manía por renovar pareja, evitar el consecuente desorden por rivalidad o celos, y sobre todo para que el macho alfa, el guerrero más poderoso, no acaparara todas las damas del entorno.

Señalar que Coolidge es natural, que fue adaptativo para ancestros lejanos, no equivale a argumentar que sea algo positivo, inmodificable u homogéneo entre varones. Por el contrario, es un llamado para no bajar la guardia ni jugar con candela. Es ingenuo afirmar que  nos educaron para ser infieles cuando el lío es que la educación a veces no da la talla. Coolidge es una pesada tara masculina y para el arduo propósito de afianzar la fidelidad, de civilizar machos promiscuos, es tan buen aliado como la ley de la gravedad lo es de la industria aeronáutica.

La diferencia entre infidelidad masculina y femenina se centra en el dilema cantidad versus calidad. Para poner los cuernos, las mujeres son más selectivas, apuntan hacia arriba y alcahuetean el Coolidge de los elegidos. Como anotó Bernard Shaw, ellas prefieren compartir un tipo de primera que la exclusividad sobre uno de quinta.